martes, 7 de noviembre de 2017

FERNANDO DE LOS RÍOS

FERNANDO DE LOS RÍOS Tito Ortiz.- Lo primero que me llamó la atención durante mis años de madrileño, es que cuando iba al trabajo en metro, había un porcentaje elevadísimo de pasajeros que leían durante el trayecto. Era moneda corriente de cambio, ver a señoras y señores leyendo la prensa, y, sobre todo, libros. Mi cuñado Martín Feriche, afirma que en sus muchos años como usuario del metro, se ha leído la biblioteca de Alejandría, y parte de la de Murcia. Lo primero que pensé cuando por fin se inauguró el metro de Granada, es que volvería a ver aquellas escenas de jóvenes camino de la Universidad, devorando el best seller del momento, pero ni por esas, y eso que el metro atraviesa terreno universitario, pero no. Claro que el que quiera leer en el metro de Granada, no lo tiene fácil. Se trata del único tren del mundo en el que personas del común de los humanos, tienen prohibido sentarse. Si prestan atención a los cartelitos de quienes pueden hacerlo, se darán cuenta que, de la excepción, se ha hecho la regla. Para empezar, se trata del medio de transporte universal que menos asientos pone a disposición de sus clientes, pero ojo, de las doscientas veintiuna plazas del convoy, tan solo unas cincuenta permiten sentarse, de las cuales, unas están reservadas para embarazadas, ancianos, personas con discapacidad física, carritos de bebé, sillas de ruedas, bicicletas y chuchos adoptados en la perrera municipal, con lo cual, es imposible que tú te puedas sentar en el metro de Granada, y menos a leer. Yo aconsejo, adoptar la postura de los flamencos en La Laguna de Fuente de Piedra. Se trata de tener la altura suficiente como para agarrarse a la barra superior, puesta exprofeso para aprobar las oposiciones a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, encoger una pierna para no ocupar mucha superficie en la plataforma, y con la mano libre, sujetar con precisión un libro abierto a la altura de los ojos, y luego confiar en un buen samaritano que esté cerca, para que te pase la hoja, porque tú no puedes ni respirar. Cuando más facilidad hay para este menester, es cuando juega el Granada en casa, y en horario de tiendas en el Centro comercial Nevada. Menos mal que éstos jóvenes graduados del futuro lo que hacen, es fijar la mirada en la pantalla de su móvil y no despegarla hasta llegar a destino. Unos, con mini cascos puestos muestran la visión perdida al infinito, escuchando seguramente la música que les gusta. Otros, hablan con alguien al otro lado en voz alta, pensando que nadie los oye, y lo peor es que, como no te des cuenta de que llevan los auriculares, parecen locos escapados de un manicomio cercano, aunque la mayoría lo que hacen es wasapear, o sea, se escriben a la velocidad de la luz con solo dos dedos, con alguien que al otro lado del mundo les contesta en tiempo real. Y esa actitud que parece del todo inofensiva, a veces se convierte en una agresión en toda regla. El otro día, cuando intentaba apearme en la estación de Recogidas, antes de poner un pie en el andén, vino hacia mí un fornido adolescente, con el teléfono a la altura de sus ojos, sin ver nada más que su pantalla, moviendo los dedos con la rapidez con que Fredy Manostejieras te poda el bonsái de la entrada. La colisión fue inevitable. No me vio, se empotró contra mí, y al instante caí de rodillas con su Aifon introducido en mi boca. El resultado ha sido de una paleta partida, dos fundas y tres empastes. Mi dentista está encantado.

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