jueves, 2 de noviembre de 2017

DAVID, POR SOLEÁ

DAVID, POR SOLEÁ Tito Ortiz.- Me llamó mi entrañable e inolvidable amigo, - el también pintor - Ignacio Belda, conminándome a sesión matinal de tertulia artística en aquel despacho compartido de la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada, para conocer a un paisano que pretendía volver a su tierra. David González López – lo de “Zaafra” vino después – inauguraba aquella tarde en las postrimerías del mes de marzo de 1978. En aquella Granada y aquella España, pletóricas de entusiasmo por la transición política, David hacía su presentación oficial como pintor en su tierra, desde su exilio voluntario en Cataluña. Quería pulsar el ambiente granadino, con vistas a un posible retorno, que efectivamente se llevó a cabo años después. Una vez más, aquel pasillo que por las mañanas era atravesado por tareas burocráticas propias de la caja, por las tardes se convirtió en una sala de exposiciones, en la que David mostró su arte desnudo de artificio. Sus paisajes mediterráneos, sus retratos, aquellos fondos casi cubistas en los que comenzábamos a vislumbrar a un pintor moderno, capaz de abordar con buen tino cualquier lenguaje plástico. Aquella primera exposición en su Granada cosechó un éxito rotundo, y nos dejó advertir a un artista con varias dicciones, y todas notables. Sobresalía su exquisito dibujo, los tonos pastel de su paleta, y su búsqueda constante de la perfección, a veces con los objetos más sencillos. A David le bastaba un cartón de una caja de embalar y un lápiz, para conseguir plasmar un retrato en toda su dimensión, y yo doy fe de ello. De regreso a su tierra y con su “Zaafra” granadinísimo por firma, nos fue ganando a todos en las distancias cortas. A su faceta de artista, David unía un trato personal entrañable, un tono de voz bajo y cercano, cálido en la amistad y rotundo ante el caballete. Aquí fue donde no dudó en sumergirse hasta lo más jondo del flamenco, para llevar a sus cuadros la verdad del cante, del toque y del baile, con tal acierto y galanura, que mucha gente que le admiraba como pintor, desconocía que su abanico era mucho más amplio, y que su obra tiene desgarros del alma en cada indigente pintado, huidas hasta la poesía en cada paisaje, serenidad melódica en cada retrato. Pero es cierto que el flamenco ha marcado los últimos años de su creación artística, y ahí, con la distancia de los tiempos y las técnicas, Zaafra ha sido por momentos el Julio Romero de Torres, del siglo XXI. Artista multidisciplinar, abordó con acierto, no solo el mundo de la pintura, al que añadió la escultura, el diseño, el grabado y la música, y a la hora de crear, podía inspirarse tanto con Bach, como con la Perrata en una soleá por bulerías. Su arte no ha dejado indiferente a nadie, y los que hemos tenido la suerte de tratarlo y admirarlo, perdemos ese amigo de la sonrisa franca, el abrazo fraterno y el pincel genial. Toda su creación es un disfrute para el alma, que como la suya y su obra, es inmortal.

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