martes, 9 de octubre de 2018
TOGAS QUE HUELEN A ALCANFOR
TOGAS QUE HUELEN A ALCANFOR
Tito Ortiz.-
He visto y oído en televisión a un juez llamar “hijaputa” a una víctima de violencia de género. También he oído a la Ministra de Justicia - antes reputada fiscal – llamar “maricón” a su compañero el Ministro de Interior - antes reputado juez – al que, en público, colma de besos, abrazos y sonrisas de oreja a oreja. Una mujer declarada de alto riesgo por los profesionales, perdió la vida a manos de su pareja la semana pasada, porque el juez, pese a tener todos los informes policiales y forenses sobre su mesa, él, solito, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, consideró que ese riesgo no existía y no le brindó la protección debida, de tal manera que esa mujer ya no existe. Espero que su señoría, duerma a pierna suelta por las noches, con la satisfacción del deber cumplido. Igualmente, por decisión de un juez, la mujer que hace diez días fue asesinada por su pareja, compartía aún piso con el que después sería su asesino. En que basó su señoría la aberrante decisión, nunca lo sabremos, pero el sigue vivo, y otra mujer enterrada por que un juez no considero riesgo vivir bajo el mismo techo del maltratador. Y es que parece que, para algunas individualidades de la judicatura, los tiempos no avanzan, y nada hay que aprender de la experiencia. Ana Orantes, la granadina que se atrevió a ser la primera en, hablar de malos tratos en Canal Sur, que a la postre le costaría la vida, fue asesinada por su expareja el 17 de diciembre de 1997 en la casa que compartía con él en Cúllar Vega, por decisión judicial, pese a estar separada. Ese lumbreras que sentenció tal desatino, también pasará a la historia, con alguna vida de más en su conciencia.
Resulta aterrador, comprobar como las mujeres víctimas de violencia de género, no solo tienen que huir de sus maltratadores, sino también, de algunas individualidades de la carrera judicial que bien las insultan, o las desamparan hasta el extremo de que esas decisiones cuestan vidas. Y no puede dejar el señor juez de firmar una orden de alejamiento, a todas luces necesaria, menos para él, claro, porque la víctima se haya mudado a la misma calle del que pronto sería su asesino. Con más motivo hay dictar esa orden de alejamiento. Y si luego resulta que el asesino se la salta y termina matándola, al menos su señoría dormirá tranquilo porque hizo lo que debía. ¿Duerme tranquilo ahora, sabiendo que, al no firmar esa orden, ella yace bajo tierra, y él tiene algo de responsabilidad en ello? Yo no podría pegar ojo con ese ataúd sobre mi conciencia. La mujer maltratada por violencia machista necesita que el sistema la proteja en bloque, para que nunca llegue a pensar, que, huyendo de su maltratador, todavía le queda que salvar el obstáculo del juez asignado. Y lo peor es que ya no se trata de jueces próximos a la jubilación, que pudieran estar menos sensibilizados con la violencia machista. Con ellos ocurre lo mismo que con los asesinos, que son personas jóvenes, a los que esta sociedad ha procurado educar en valores e igualdad, pero que, por lo visto, el mensaje no es permeable a todas las mentes, y a las pruebas me remito. Cuando ahora, en un instituto, un chico le reprocha a la chica con quién sale el largo de su falda, y nadie dice nada, es muy posible que, en pocos años, tengamos en el a un joven togado, poco concienciado con el terrorismo machista. Por muy nueva que sea la toga, me temo que huele a alcanfor.
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