HOY ES NOCHE ¿QUÉ?
Tito Ortiz.-
En noches como ésta, llevo decenas de años cumpliendo la enseñanza evangélica de sentar un pobre a mi mesa. Es más, siento a varios y, algunos me temo que lo serán de por vida. Hablo de mis nietos, que ahora tienen entre cuatro y siete años, de los que estoy convencido que al paso que va este país, serán pobres toda su vida, pobres de solemnidad. No hay más que comprobar, que mis hijos –sus padres – ya lo son pese a tener trabajo y nómina. Raro es el mes que no tenemos que echarles una mano, no solo a conciliar para que puedan trabajar, sino a implementar el pírrico sueldo que cobran, para que puedan llegar a fin de mes. El ayudar al inicio de curso o, con los regalos de reyes, hace tiempo que quedó en una lejana anécdota. La ayuda ahora es diaria, constante, y va desde lo básico de comida y vestido, a libros, recibos de luz o completar para la hipoteca mensual.
Esta sociedad está creando familias acomplejadas, traumatizadas para siempre, al comprobar que ellos no pueden hacer lo que hicimos sus padres, emanciparnos y formar una familia con nuestros propios ingresos. Estamos creando unos discapacitados sociales, sumidos en la depresión frustrante, de que a pesar de tener un trabajo, y algunos hasta dos, no son autosuficientes para tirar de una familia adelante como lo hicimos sus progenitores, y siguen dependiendo de nosotros como cuando eran niños. Eso genera una inmadurez en estos padres jóvenes, que les impide evolucionar hacia ese estatus que todos hemos soñado de, independencia familiar con la que se refuerza el yo y, hace alcanzar ciertas cotas de felicidad por objetivos cumplidos, cortar el cordón umbilical paterno, y presentarte ante él como un igual que ha seguido sus pasos.
Las estadísticas son espeluznantes. Algunos hijos con cerca de cincuenta años siguen viviendo con sus padres, lo que quiere decir, que dentro de un decenio, nuestros vástagos, se jubilarán de su trabajo – si es que lo tienen – sin haber abandonado la casa paterna. Esto si es un drama antropológico digno de estudio, y no lo de las familias monoparentales. Estamos ante la mayor mutación social desde la edad media, y el mundo civilizado asiste como mero espectador, a este drama de consecuencias imprevisibles y nada halagüeñas. Nacemos, crecemos y morimos, con un patrón de comportamiento asumido desde siglos, que ahora no nos sirve para nada. Todo ha saltado por los aires, gracias al prohibitivo precio de los alquileres, la cesta de la compra, los combustibles, los impuestos, y los sueldos más bajos que se recuerdan en tiempo de paz y democracia. La pérdida del poder adquisitivo, desgraciadamente, ya no es un eslogan de los pensionistas, es la realidad de los trabajadores con contrato. Los franceses lo han visto antes que nosotros. Debe ser porque están al otro lado de los Pirineos. Llevan meses en la calle con chalecos amarillos, o no, rebelándose contra las decisiones políticas que, hacen recaer sobre las espaldas de los de siempre, los errores de nuestros políticos, que ni negocian ni gestionan, porque carecen de la formación adecuada, y de la vocación exigible a un servidor público. Mientras sigamos permitiendo que entren en política, aquellos que gustan de salir en los medios a diario, con buen sueldo y sin ganas de trabajar por quienes los votamos, el sistema nos obligará de por vida, a sentar en noches como ésta, a un pobre a la mesa, seguido de todo su árbol genealógico. Hoy es noche, ¿qué?
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