CIUDAD TRISTE
Tito Ortiz.-
Nací en una casa de vecinos del Albayzín, con dos pilas de lavar en el patio, que las vecinas se repartían ordenadamente por días para hacer la colada, y dependiendo de a quién le tocara, los vecinos estábamos con el oído puesto, muy atentos, porque era el momento de restregar el jabón Lagarto, contra las sábanas de lienzo moreno, el que aprovechaban aquellas amas de casa, para poner la alegría del vecindario, colgada con pinzas en las cuerdas de tender. La Pepi se arrancaba con “Torre de Arena” de Marifé de Triana, mientras que la Angustias enlazaba con “Mi Jaca” de Estrellita Castro. Y así, copla tras copla, discurría la mañana, mientras se hacía la colada. Eran tiempos de una pobreza infinita, pero de una alegría extraordinaria. Para comer, lo justo, y para vestir menos aún. Pero mientras la olla hervía en la cocina, a plato único, incluida también la cena, las albaycineras ponían en su garganta el deseo de un tiempo mejor por venir, interpretando el repertorio de la historia musical de este país, con la gracia, el donaire, y el empaque de quién no sabiendo si mañana podrá comer, afronta el hoy con la alegría y el empuje de quién no consiente que nada ni nadie le rompa el horizonte del mañana.
Era Granada entonces una ciudad alegre, divertida, con menor poder adquisitivo, pero con una sabiduría para disfrutar de lo poco que ponían a nuestro alcance, que ya la quisiéramos hoy. La Granada actual es una ciudad triste, pesimista, sin proyectos. Donde sus gentes ya no cantan. Porque si entonces era habitual que las amas de casa cantaran al hacer las faenas, también lo era que los hombres en los talleres, de carpinteros, o mecánicos, se echaran un cante mientras faenaban. Y no digo nada de los panaderos durante la noche, los barnizadores o los tapiceros. Recuerdo en esas ventanas entreabiertas del Albayzín en mañanas de primavera, que ocultaban a la vista del paseante un taller de bordado o de modistillas, escuchar voces angelicales con los éxitos del momento de Gelu, Valen, Adamo o Miguel Ríos. Pero ya no se canta, ya nadie canta en una ciudad triste y sin futuro como esta, donde por no cantar, ni siquiera al pasar se oye la radio con la que las vecinas jugaban al karaoke, un invento que vendría decenas de años después desde Oriente, y que aquellas mujeres inventaron mucho antes.
Granada se ha convertido en una ciudad apática, indolente, resignada a no tener futuro, por eso ya no se canta en sus casas, por eso ahora los granadinos deambulan por sus calles, con la mirada al suelo, y los auriculares en las orejas, como si fueran el santo protector de la maldición humana, que es el contacto emocional con los demás. El contacto visual con quienes te cruzas, y ya en el colmo de las suertes, el contacto verbal de un saludo al menos, un hola, un adiós, incluso un … por ahí te pudras, pero por favor, que alguien nos hable por las calles, que alguien nos mire, que alguien cante mientras limpia el polvo con las ventanas abiertas, devolvámosle a esta ciudad la alegría que le han robado sus políticos y empresarios. ¡Granadinos, levataos! Cantad, y el que no sepa, que grite, que se haga sentir, que sea presente, no dejemos que sigan ahogándonos en la melancolía. Apoyao en el quicio de la mancebía…
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