APRENDÍ CONTIGO
Tito Ortiz.-
Cuando a finales de los años sesenta, comenzaron a llegar a las tiendas de recambios de automóviles, las fundas para los asientos de los coches, aquel taller legendario de la calle Ancha de La Virgen, donde el padre de Paquito Cangancho tapizaba a mano, los asientos de los vehículos a motor, comenzó a declinar en clientela, y con su definitiva desaparición, perdimos en el barrio un centro cultural, donde se daba cita toda la Granada taurina, a cualquier hora del día para hablar de toros, y mucho más, si el hijo mayor del tapicero de coches, era ya un matador de novillos-toros que había debutado en Madrid y otras plazas importantes, con absoluta solvencia taurina.
Su padre, alquilaba trajes de torear y todos los trastos necesarios para llevar a cabo la lidia, de ahí que el taller estuviera repleto de todo lo imprescindible. Vestidos de todos los colores y tallas, capotes, muletas, estoques, zapatillas, medias, corbatines, en fin, que en aquellos tiempos en los que un vestido de torear no estaba al alcance ni de los que ya despuntaban, lo habitual era alquilarle los trastos al padre de Cagancho, o al bueno de Antonio, “El Cartero”, que los almacenaba en los bajos del edificio de Correos, con entrada por la acera del Casino. Paquito, algo mayor que yo, me enseñó en un rincón del taller, a limpiar capotes, sacar los estoques del fundón y afilarlos, montar el estaquillador en la muleta, apretando bien el cáncamo para que no se soltara, darle lustre a las zapatillas de torear, y todo esto, mientras su padre y el mío, charlaban sobre la próxima actuación de los “Charlot Granadinos”, con Antonio, “Rubito de Churriana” en el papel de Charl Chaplin, El Diamante Rubio, Vaquerito y mi padre de Cantinflas o Gitana a las banderillas, entre otros muy destacados componentes de aquella cuadrilla de toreo cómico granadina, que entonces se codeaba con el mismísimo “Bombero Torero” o “El Empastre”.
De los momentos que viví con Paquito Cangancho los destaco todos, porque aprendí el mundo del toro, y el valor de la amistad desinteresada, que me demostraría años después, traspasándole esos mismos conocimientos a mi hijo Rafael Carlos, cuando decidió ingresar en la misma cofradía taurómaca. Pasé momentos inolvidables con Paco, entre otros, las eternas charlas taurinas en la cafetería del Hotel Victoria, junto a su amigo y rival, mi compañero Santi Lozano, que también matador de novillos-toros, nunca llegó a tomar la alternativa, y que afrontó con valor una cornada gravísima en la plaza de toros de Granada, logrando salvar la vida, gracias a su valor de caballero legionario, y sobre todo, a las habilidades excepcionales del cirujano jefe, Don Juan Pulgar que en la misma enfermería le aplicó masaje cardiaco, con sus propias manos, una gesta solo apta para valientes, tanto el uno como el otro. De Paco siempre nos va a quedar su amistad, sonrisa franca, capacidad de síntesis para explicar el mundo del toro y sus secretos, y unas condiciones natas para captar a los pillos al vuelo. Un hombre sabio, pero sobre todo, un buen hombre, que en los tiempos que corren… no abundan.
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