domingo, 1 de octubre de 2023

 


A TROTECITO LENTO…

 

Tito Ortiz.-

 

Mi admiración por el caballo viene desde que tengo uso de razón, y mis padres me hicieron aquella primera foto, a lomos del de madera que el fotógrafo tenía en la plaza de Bibarrambla, entrando por la calle Príncipe. Ya en la escuela, comenzamos a estudiar caballos históricos como, “Babieca” del Cid Campeador, “Rocinante” de don Quijote, o “Bucéfalo” de Alejandro Magno. Yo que, me confieso desde entonces como admirador irredento del caballo, me interesé mucho por ejemplares tan extraordinarios como, “Marengo” de Napoleón, y las distintas razas. Mi preferida es el Pura Sangre, pero no desdeño otras como el Árabe, del que tanto sabe la granadina, Ana de La Chica, presente desde los cinco años en competiciones nacionales e internacionales, con un palmarés extraordinario, y que tanto hace por este deporte desde su Centro Hípico Nevada. El caballo Español Puro, que tiene su catedral en Jerez, en La Real Escuela Ecuestre de fama mundial, o La Yeguada Militar que, con su labor, a veces, demasiado callada, mantiene la tradición de Carrera y Tiro, de manera admirable. Y una de las joyas de nuestra corona, El Cuarto de Milla, que puede alcanzar más de ochenta kilómetros por hora, único en su especie.

Por todo lo anterior expuesto y, por lo que sigue, no es de extrañar que fuera yo, uno de los primeros en inaugurar al principio de la década de los setenta del siglo pasado, el picadero “Caballo Blanco”, donde pasaba las mañanas de los domingos, sobre la silla de distintos ejemplares de alquiler, recorriendo las choperas cercanas y disfrutando de la monta, con la complicidad de aquellos ejemplares, nobles y briosos. Después pasé a La Lancha de Cenes, y a continuación a Sierra Nevada. El último paseo por el Parque de doña Ana, llegando hasta la playa, ha sido de verdadero encanto y disfrute para el cuerpo y la mente. Vamos, no sé si se habrán dado cuenta, pero soy un enamorado de los caballos, incluso de rejoneo, como el mítico “Cagancho” de Pablo Hermoso de Mendoza, cuya muerte lloré como un niño.

“MATAJACAS”

Era “Matajacas”, un subteniente del ejército de tierra, que presumía de lucir La Cruz Laureada de San Fernando, la máxima distinción española para hechos heroicos de guerra, que sólo una persona más tenía concedida: El general Franco. “Matajacas” decía haberla obtenido por su valentía en la defensa del Peñón de La Mata, en Cogollos Vega. Hasta casi la década de los años setenta del siglo pasado, “Matajacas”, se paseaba por el centro de Granada, con su uniforme militar, a lomos de una jaca blanca, perfectamente adiestrada para su recorrido, que comenzaba en las bodegas Castañeda, donde el subteniente daba cuenta de su acreditado vermut, mientras la jaca permanecía paciente en la puerta de la calle Almireceros. Sobre el brioso corcel, proseguía el recorrido hasta el bar “Jandilla”, donde después del chato de vino, la desataba de la aldaba en puerta del Corral del Carbón, y andando se dirigían ambos hasta el cercano Cisco y Tierra, la jaca siempre dos pasos atrás del militar, como manda el reglamento. Era aquel el momento que aguardaba “El Mananas”, con su mono azul, el yugo y las flechas de Falange en el pecho y sus botas militares acharoladas, para dejar impecables las de montar de “Matajacas”. El animal aguardaba paciente en la puerta de la Casa de Socorro, hasta que su amo le silbaba, y ésta se disponía a ser montada hasta Los Mariscos, junto al teatro Cine Regio, donde don Mariano Méndez, salía a acariciarle sus blancas crines. La siguiente estación era el club taurino, donde “Matajacas” ya no descabalgaba, y se hacía servir en la puerta el caldo correspondiente. De ahí, a la taberna del Elefante en Puerta Real, en la que El Bueno de Enrique y su mujer Encarna, atendían con esmero al habitual cliente, no sin elogiar la extraordinaria doma de aquel animal bendito, henchido de paciencia que, con solo un gesto de su dueño, sabía lo que tenía que hacer. Sobre la cabalgadura de nuevo, el borlo de su gorro de barco, le iba golpeando la nariz al ritmo sereno de la yegua postinera y elegante, que era la envidia de todos los paseantes, y de ésta guisa, el animal proseguía su ruta hasta la misma puerta de la basílica de nuestra patrona, donde sin ser avisada, giraba su cuerpo a la derecha para enfrentar la puerta, y con el jinete sobre sus lomos, la jaca se arrodillaba de sus manos delanteras, haciendo genuflexión a la virgen de las Angustias, mientras “Matajacas”, permanecía en el primer tiempo del saludo militar. Arrancados los aplausos de los presentes, al comprobar aquella escena, la jaca recuperaba su posición inhiesta, y lentamente giraba hacia la puerta del bar de los hermanos Granados, donde su jinete repostaría de nuevo. Allí aguardaría una vez más paciente, atada a la reja.

MEJORANA

Como un granadino más, “Matajacas” no podía resistirse a volver a casa, sin degustar aquella maravilla de vino, al que los Granados pusieron por nombre, “Mejorana”, cuya composición fue siempre un secreto, del que solo se sabía que era Luís el encargado, cada noche después cerrar el establecimiento, de hacer la mezcla correspondiente, en sus exactas proporciones de una barrica a otra, para que a la mañana siguiente, los parroquianos pudiéramos saborear aquella maravilla de color indefinido, chispeante al paladar como un afrutado, ayuno de taninos, con una entrada en el gaznate de peligro indefinido, pues si insistías en que llenaran, la voltereta era de tres trayectorias, rozando la Femoral.

Honor y gloria a los hermanos Granados y, a los caballos de nuestros recuerdos.

 

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