A
TROTECITO LENTO…
Tito
Ortiz.-
Mi admiración por el caballo
viene desde que tengo uso de razón, y mis padres me hicieron aquella primera
foto, a lomos del de madera que el fotógrafo tenía en la plaza de Bibarrambla,
entrando por la calle Príncipe. Ya en la escuela, comenzamos a estudiar
caballos históricos como, “Babieca” del Cid Campeador, “Rocinante” de don
Quijote, o “Bucéfalo” de Alejandro Magno. Yo que, me confieso desde entonces
como admirador irredento del caballo, me interesé mucho por ejemplares tan
extraordinarios como, “Marengo” de Napoleón, y las distintas razas. Mi
preferida es el Pura Sangre, pero no desdeño otras como el Árabe, del que tanto
sabe la granadina, Ana de La Chica, presente desde los cinco años en
competiciones nacionales e internacionales, con un palmarés extraordinario, y
que tanto hace por este deporte desde su Centro Hípico Nevada. El caballo
Español Puro, que tiene su catedral en Jerez, en La Real Escuela Ecuestre de
fama mundial, o La Yeguada Militar que, con su labor, a veces, demasiado
callada, mantiene la tradición de Carrera y Tiro, de manera admirable. Y una de
las joyas de nuestra corona, El Cuarto de Milla, que puede alcanzar más de
ochenta kilómetros por hora, único en su especie.
Por todo lo anterior expuesto
y, por lo que sigue, no es de extrañar que fuera yo, uno de los primeros en
inaugurar al principio de la década de los setenta del siglo pasado, el
picadero “Caballo Blanco”, donde pasaba las mañanas de los domingos, sobre la
silla de distintos ejemplares de alquiler, recorriendo las choperas cercanas y
disfrutando de la monta, con la complicidad de aquellos ejemplares, nobles y
briosos. Después pasé a La Lancha de Cenes, y a continuación a Sierra Nevada.
El último paseo por el Parque de doña Ana, llegando hasta la playa, ha sido de
verdadero encanto y disfrute para el cuerpo y la mente. Vamos, no sé si se
habrán dado cuenta, pero soy un enamorado de los caballos, incluso de rejoneo,
como el mítico “Cagancho” de Pablo Hermoso de Mendoza, cuya muerte lloré como
un niño.
“MATAJACAS”
Era “Matajacas”, un
subteniente del ejército de tierra, que presumía de lucir La Cruz Laureada de
San Fernando, la máxima distinción española para hechos heroicos de guerra, que
sólo una persona más tenía concedida: El general Franco. “Matajacas” decía
haberla obtenido por su valentía en la defensa del Peñón de La Mata, en
Cogollos Vega. Hasta casi la década de los años setenta del siglo pasado, “Matajacas”,
se paseaba por el centro de Granada, con su uniforme militar, a lomos de una
jaca blanca, perfectamente adiestrada para su recorrido, que comenzaba en las
bodegas Castañeda, donde el subteniente daba cuenta de su acreditado vermut,
mientras la jaca permanecía paciente en la puerta de la calle Almireceros.
Sobre el brioso corcel, proseguía el recorrido hasta el bar “Jandilla”, donde
después del chato de vino, la desataba de la aldaba en puerta del Corral del
Carbón, y andando se dirigían ambos hasta el cercano Cisco y Tierra, la jaca
siempre dos pasos atrás del militar, como manda el reglamento. Era aquel el
momento que aguardaba “El Mananas”, con su mono azul, el yugo y las flechas de
Falange en el pecho y sus botas militares acharoladas, para dejar impecables
las de montar de “Matajacas”. El animal aguardaba paciente en la puerta de la
Casa de Socorro, hasta que su amo le silbaba, y ésta se disponía a ser montada
hasta Los Mariscos, junto al teatro Cine Regio, donde don Mariano Méndez, salía
a acariciarle sus blancas crines. La siguiente estación era el club taurino,
donde “Matajacas” ya no descabalgaba, y se hacía servir en la puerta el caldo
correspondiente. De ahí, a la taberna del Elefante en Puerta Real, en la que El
Bueno de Enrique y su mujer Encarna, atendían con esmero al habitual cliente,
no sin elogiar la extraordinaria doma de aquel animal bendito, henchido de
paciencia que, con solo un gesto de su dueño, sabía lo que tenía que hacer.
Sobre la cabalgadura de nuevo, el borlo de su gorro de barco, le iba golpeando
la nariz al ritmo sereno de la yegua postinera y elegante, que era la envidia
de todos los paseantes, y de ésta guisa, el animal proseguía su ruta hasta la
misma puerta de la basílica de nuestra patrona, donde sin ser avisada, giraba
su cuerpo a la derecha para enfrentar la puerta, y con el jinete sobre sus
lomos, la jaca se arrodillaba de sus manos delanteras, haciendo genuflexión a
la virgen de las Angustias, mientras “Matajacas”, permanecía en el primer
tiempo del saludo militar. Arrancados los aplausos de los presentes, al
comprobar aquella escena, la jaca recuperaba su posición inhiesta, y lentamente
giraba hacia la puerta del bar de los hermanos Granados, donde su jinete repostaría
de nuevo. Allí aguardaría una vez más paciente, atada a la reja.
MEJORANA
Como un granadino más,
“Matajacas” no podía resistirse a volver a casa, sin degustar aquella maravilla
de vino, al que los Granados pusieron por nombre, “Mejorana”, cuya composición
fue siempre un secreto, del que solo se sabía que era Luís el encargado, cada
noche después cerrar el establecimiento, de hacer la mezcla correspondiente, en
sus exactas proporciones de una barrica a otra, para que a la mañana siguiente,
los parroquianos pudiéramos saborear aquella maravilla de color indefinido, chispeante
al paladar como un afrutado, ayuno de taninos, con una entrada en el gaznate de
peligro indefinido, pues si insistías en que llenaran, la voltereta era de tres
trayectorias, rozando la Femoral.
Honor y gloria a los hermanos
Granados y, a los caballos de nuestros recuerdos.
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