FELIZ CUMPLEAÑOS
FEDERICO
Tito Ortiz.-
Hace tres días que Federico
cumplió 127 años. Ignoraban aquellos que apretaron el gatillo entre Víznar y
Alfacar que, Federico viviría eternamente y que, conforme pasan los años, su
figura se engrandece más y más, hasta tomar proporciones inimaginables. Es
cierto que el crimen fue en Granada, su Granada, pero no lo es menos que, es
también Granada, la que se encarga de mantener viva su figura y obra, en
colaboración con otros que lo admiran y veneran. Incluso en tiempos muy
comprometidos, hablo de los años sesenta, la Universidad acogió algún homenaje
clandestino, en el que sus organizadores se juagaron los bigotes y, la cosa fue
creciendo.
Acabábamos de grabar una
semana más el programa, “Poesía 70”, y como en algunas ocasiones, Juan de Loxa
y yo, encaminamos nuestros pasos hasta “Bodegas Navarro” en la calle de Elvira,
a las espaldas de Radio Popular de Granada, antes de que él subiera por la
Cuesta de San Gregorio hasta su casa palacio, junto a la de Enrique Morente, y
yo hiciera lo propio hasta San Matías, junto a Capitanía General de la IX
Región Militar. Allí, el bueno de don Francisco, tras la barra de Railite nos
servía una copita de fino amontillado de su centenario tonel, para abrir las
ganas de comer, y de tapa nos daba una tacita de caldo de caracoles, que
resucitaba a los muertos. Íbamos por el segundo sorbo cuando Loxa me preguntó
que hacía aquella tarde. Yo le contesté que visitaría una exposición de
Hipólito Llanes, en el Centro Artístico, y después iría a Patria para escribir
la crítica. Me dijo que, si quería ir con él a un sitio secreto, le dije que
sí, y entonces me citó en la plaza de santa Ana a eso de las cuatro de la tarde,
y que me llevara la grabadora para hacer unas entrevistas, que luego
utilizaríamos en el programa de “Poesía 70”. Le dije que sí, y añadió: ¡Ojo
que, no le puedes decir a nadie donde vamos! A lo que yo respondí: Es imposible
que yo le diga a nadie donde vamos Juan, si no me lo has dicho. Sonrió y nos
despedimos hasta la tarde.
UNA TARDE DE EMOCIONES
En aquellos años de soltería,
yo, lo de guisarme para mí lo llevaba mal, así que me fui hasta la calle de La
Colcha, a “Casa Carmelo”, donde me comía los mejores pimientos rellenos que he
probado en mi vida, en el pequeño comedor exornado a modo de cueva “granaína”
al final de la barra. El habitáculo era pequeño, apenas tres mesas con su
típico mantel de hule a cuadros, y como siempre, en una de ellas, saludaba a
“Pepiniqui” Rosales, aquel falangista que se jugó los bigotes por sacar a
Federico de las garras del comandante Valdés, y que casi le cuesta el paredón a
manos de los suyos. José Rosales Camacho, era de poco hablar, pero durante la
comida lo hacíamos siempre sobre cultura. Nunca hablamos de política y menos
aún, de Federico. Parco y certero en el lenguaje, nunca le vi reír, aunque lo
observaba más distendido, cuando durante la tarde noche, se pasaba por el “Pub
Prieto’s” en la calle Alhamar, para asistir a las exposiciones, o conferencias
que allí organizaba mi amigo Juan Antonio. Quedamos emplazados para el día
siguiente, porque el mago Miguel Aparicio, colgaba una exposición con el
atractivo título de: “Butes, Búhos y Calamandurrios”, y el asunto prometía
diversión.
Como quién somos, cumplimos,
que decía don Juan Tenorio y, a eso de las cuatro de la tarde, yo estaba en la
plaza de Santa Ana con mi grabadora, rumbo a lo desconocido. Apareció un
autocar pequeño – eso de los microbuses es un invento posterior- y a el por
indicación de Loxa, fueron accediendo una docena de criaturas que yo
desconocía. Cerramos las puertas y se puso en marcha, todos fumábamos como
carreteros y echábamos las colillas en unos ceniceros pegados a los respaldos
de los asientos. Cuando salíamos de Granada por la vieja carretera de Málaga,
Juan de Loxa me dijo al oído: Nuestros acompañantes son poetas venidos de toda
Andalucía. Nos dirigimos a Fuente Vaqueros a visitar la casa de Federico y la
iglesia donde fue bautizado. Nada más llegar al pueblo, ya vimos que un Land
Robert de La Guardia Civil nos seguía “discretamente”. Lo primero fue entrar en
la iglesia, nos fotografiamos junto a la pila bautismal donde recibió el
sacramento Federico García Lorca. Después tuvimos acceso al libro donde consta
su inscripción, lo tuvimos en nuestras manos, y cuando nos íbamos, Juan nos
entregó en mano, una copia del acta bautismal, imprimida exactamente como
consta en el registro eclesiástico y que durante años ha estado enmarcada en la
cabecera de mi cama. Cuando nos dirigíamos a la casa natal, fuimos invitados
amablemente por la benemérita a abandonar el pueblo. Era el año 1975, y los
rumores acerca del estado de salud de Franco, eran cada vez más pesimistas.
PRIMER CINCO A LAS CINCO
Al año siguiente celebramos el
primer cinco a las cinco, con una comisión de ilustres, que consiguió un
permiso de Gobernación para alabar al poeta, durante media hora solamente. Mis
contactos en el grupo de valientes que llevaron a cabo el acto eran, Juan de
Loxa, Pepe Ladrón de Guevara y mi vecino del Realejo, Juan Antonio Rivas, que
por entonces se mostraba ilusionado con traer a la Universidad de Granada, una
escuela de idiomas. Celebramos el acto escrupulosamente, rodeados de
inspectores de la Brigada Político Social de Franco que no paraban de hacernos
fotos. Miembros de la brigadilla de la Guardia Civil de paisano, componentes de
somatén, e ilustres adscritos a La Guardia de Franco, que no paraban de
rechinar los dientes, cuando escuchaban las palabras: Amnistía o Libertad,
mientras que la Guardia Civil de uniforme mantenía rodeado el pueblo.
Y así se escribe la historia.