domingo, 8 de junio de 2025

 


FELIZ CUMPLEAÑOS FEDERICO

 

Tito Ortiz.-

 

Hace tres días que Federico cumplió 127 años. Ignoraban aquellos que apretaron el gatillo entre Víznar y Alfacar que, Federico viviría eternamente y que, conforme pasan los años, su figura se engrandece más y más, hasta tomar proporciones inimaginables. Es cierto que el crimen fue en Granada, su Granada, pero no lo es menos que, es también Granada, la que se encarga de mantener viva su figura y obra, en colaboración con otros que lo admiran y veneran. Incluso en tiempos muy comprometidos, hablo de los años sesenta, la Universidad acogió algún homenaje clandestino, en el que sus organizadores se juagaron los bigotes y, la cosa fue creciendo.

Acabábamos de grabar una semana más el programa, “Poesía 70”, y como en algunas ocasiones, Juan de Loxa y yo, encaminamos nuestros pasos hasta “Bodegas Navarro” en la calle de Elvira, a las espaldas de Radio Popular de Granada, antes de que él subiera por la Cuesta de San Gregorio hasta su casa palacio, junto a la de Enrique Morente, y yo hiciera lo propio hasta San Matías, junto a Capitanía General de la IX Región Militar. Allí, el bueno de don Francisco, tras la barra de Railite nos servía una copita de fino amontillado de su centenario tonel, para abrir las ganas de comer, y de tapa nos daba una tacita de caldo de caracoles, que resucitaba a los muertos. Íbamos por el segundo sorbo cuando Loxa me preguntó que hacía aquella tarde. Yo le contesté que visitaría una exposición de Hipólito Llanes, en el Centro Artístico, y después iría a Patria para escribir la crítica. Me dijo que, si quería ir con él a un sitio secreto, le dije que sí, y entonces me citó en la plaza de santa Ana a eso de las cuatro de la tarde, y que me llevara la grabadora para hacer unas entrevistas, que luego utilizaríamos en el programa de “Poesía 70”. Le dije que sí, y añadió: ¡Ojo que, no le puedes decir a nadie donde vamos! A lo que yo respondí: Es imposible que yo le diga a nadie donde vamos Juan, si no me lo has dicho. Sonrió y nos despedimos hasta la tarde.

UNA TARDE DE EMOCIONES

En aquellos años de soltería, yo, lo de guisarme para mí lo llevaba mal, así que me fui hasta la calle de La Colcha, a “Casa Carmelo”, donde me comía los mejores pimientos rellenos que he probado en mi vida, en el pequeño comedor exornado a modo de cueva “granaína” al final de la barra. El habitáculo era pequeño, apenas tres mesas con su típico mantel de hule a cuadros, y como siempre, en una de ellas, saludaba a “Pepiniqui” Rosales, aquel falangista que se jugó los bigotes por sacar a Federico de las garras del comandante Valdés, y que casi le cuesta el paredón a manos de los suyos. José Rosales Camacho, era de poco hablar, pero durante la comida lo hacíamos siempre sobre cultura. Nunca hablamos de política y menos aún, de Federico. Parco y certero en el lenguaje, nunca le vi reír, aunque lo observaba más distendido, cuando durante la tarde noche, se pasaba por el “Pub Prieto’s” en la calle Alhamar, para asistir a las exposiciones, o conferencias que allí organizaba mi amigo Juan Antonio. Quedamos emplazados para el día siguiente, porque el mago Miguel Aparicio, colgaba una exposición con el atractivo título de: “Butes, Búhos y Calamandurrios”, y el asunto prometía diversión.

Como quién somos, cumplimos, que decía don Juan Tenorio y, a eso de las cuatro de la tarde, yo estaba en la plaza de Santa Ana con mi grabadora, rumbo a lo desconocido. Apareció un autocar pequeño – eso de los microbuses es un invento posterior- y a el por indicación de Loxa, fueron accediendo una docena de criaturas que yo desconocía. Cerramos las puertas y se puso en marcha, todos fumábamos como carreteros y echábamos las colillas en unos ceniceros pegados a los respaldos de los asientos. Cuando salíamos de Granada por la vieja carretera de Málaga, Juan de Loxa me dijo al oído: Nuestros acompañantes son poetas venidos de toda Andalucía. Nos dirigimos a Fuente Vaqueros a visitar la casa de Federico y la iglesia donde fue bautizado. Nada más llegar al pueblo, ya vimos que un Land Robert de La Guardia Civil nos seguía “discretamente”. Lo primero fue entrar en la iglesia, nos fotografiamos junto a la pila bautismal donde recibió el sacramento Federico García Lorca. Después tuvimos acceso al libro donde consta su inscripción, lo tuvimos en nuestras manos, y cuando nos íbamos, Juan nos entregó en mano, una copia del acta bautismal, imprimida exactamente como consta en el registro eclesiástico y que durante años ha estado enmarcada en la cabecera de mi cama. Cuando nos dirigíamos a la casa natal, fuimos invitados amablemente por la benemérita a abandonar el pueblo. Era el año 1975, y los rumores acerca del estado de salud de Franco, eran cada vez más pesimistas.

PRIMER CINCO A LAS CINCO

Al año siguiente celebramos el primer cinco a las cinco, con una comisión de ilustres, que consiguió un permiso de Gobernación para alabar al poeta, durante media hora solamente. Mis contactos en el grupo de valientes que llevaron a cabo el acto eran, Juan de Loxa, Pepe Ladrón de Guevara y mi vecino del Realejo, Juan Antonio Rivas, que por entonces se mostraba ilusionado con traer a la Universidad de Granada, una escuela de idiomas. Celebramos el acto escrupulosamente, rodeados de inspectores de la Brigada Político Social de Franco que no paraban de hacernos fotos. Miembros de la brigadilla de la Guardia Civil de paisano, componentes de somatén, e ilustres adscritos a La Guardia de Franco, que no paraban de rechinar los dientes, cuando escuchaban las palabras: Amnistía o Libertad, mientras que la Guardia Civil de uniforme mantenía rodeado el pueblo.

Y así se escribe la historia.

domingo, 1 de junio de 2025

 


¿A QUÉ VENÍA YO AQUÍ?

 

Tito Ortiz.-

 

Hay a la entrada de mi casa, junto a la bastonera, un mueble a modo de taquillón con un pequeño recipiente para poner las llaves cuando llegas de la calle. El asunto es que, cuando voy a salir a veces no están allí, así que comienzo un vía crucis por toda la casa buscándolas, subiendo incluso a la mesita de noche y, nada que no aparecen, hasta que por fin escucho la voz de mi santa preguntándome: ¿No las tendrás otra vez en el bolsillo del pantalón? Y héteme aquí en la ardua tarea de darle una vez más la razón. Las llevo encima. Suele ocurrirme también con las gafas, de tal manera que, pongo la casa boca abajo buscándolas, hasta que paso frente al espejo del salón y descubro con asombro horripilante que las llevo   puestas. Esto es para miccionar y no echar gota.

No es infrecuente en mí que, al ponerme la camisa sin corbata, se me olvide abrochar los botones del vértice del cuello, de tal manera, que suelo salir a la calle dispuesto a echar a volar sin darme cuenta, hasta que alguien me advierte de que llevo bajo el cuello dos alas de gaviota. Y si de aparcar el coche en parking de varias plantas se trata, hace ya tiempo que tuve que anotar en una libreta en la que me encuentro y el número de plaza, porque de lo contrario, más de una vez alguien me ha visto deambular de planta en planta buscando mi coche. No sé si esto es normal en personas de mi edad, o solamente en mí, pero el caso es que llevo mucho tiempo con estos despistes a los que me he acostumbrado, sin saber si serán síntomas de algo más grave, o simplemente, que ya tengo un pie aquí y el otro en el campo santo de San José.

COSILLAS SIN IMPORTANCIA

Eso de que se me pierdan los calcetines en la lavadora lo tengo ya superado, desde el día en que se me perdió uno poniéndomelos sentado en la cama. Después de buscar por todo el dormitorio, incluidos los bajos del tálamo, pude observar despavorido que me había puesto uno encima del otro en el mismo pie. Éste al menos, no se lo quedó la lavadora.

Suelo salir por las mañanas a comprar el pan, el periódico, algo de fruta y alguna cosilla que falte en la casa, porque la compra grande de toda la semana, nos la trae a casa un chico muy amable de parte de Juan Roig. Pues a base de regresar echando en falta algo que debía traer, ya he tomado la costumbre de llevarme las cosas apuntadas, porque de lo contrario, me toca volver a salir. Ya lo decía mi abuela: ¡A este niño hay que darle rabillos de pasas! Que por lo visto son muy buenas para la memoria, pero yo por más que las pido en la frutería, no hay forma de que me las vendan. Tal es el caso, que me he vuelto un consumidor de toda clase de complementos vitamínicos que anuncian en la tele y, puedo decir al día de hoy que por muchos botes que me tomo, lo mío es ya de una cronicidad que he sido desahuciado por la ciencia, conmigo han tirado la toalla.

ESCALERAS ARRIBA Y ABAJO

Fui víctima de la moda hace casi cuarenta años y, me compré una adosada con tres plantas. Para alejarme del ajetreo habitual de la casa, instalé mi despacho donde escribo, leo y escucho música en la tercera planta. No sospechaba entonces que, esa elección iba a ser la culpable de que mantenga unas piernas en plena forma pues, a base de subirlas y bajarlas, no necesito ir al gimnasio para nada, estoy en plena forma. ¿saben por qué? Es sencillo, cuando no se me olvida subirme el tabaco, se me olvida la pipa, cuando no, el encendedor. Y ya ni les cuento cuando estoy solo y llama el repartidor de Amazon, tres pisos para abajo, a recoger un paquete que ni siquiera es para mí, es para la vecina contigua, pero como no está en casa, ha dicho al joven que sea tan amable y me lo deje a mí, así que otra vez para arriba, y a retomar este artículo en el que me confieso como una rara avis. Porque todavía no les he contado, cuando me sorprendo ante el frigorífico. -yo que estaba viendo tranquilamente en el salón un documental de la dos – y me digo en voz alta: ¡A qué venía yo aquí! Pues créanme si les digo que hasta que no me vuelvo al salón y me siento ante la tele, no recuerdo que había ido al frigo a por un refresco para seguir viendo los delfines y su hábitat natural.

Así que, quieren que les diga, que a veces pienso que estoy más “pallá que pacá”, pero lo llevo con solvencia. Si ustedes me ven, no apreciarán nada extraño, doy el pego. Con decirles que, a veces me pasa con asiduidad que, paseo por la calle, absorto en mis pensamientos. Voy poniendo en orden ideas para comentarlas con ustedes mis lectores cada domingo, y en alguna ocasión casi me ha costado un disgusto porque, me he cruzado con algún amigo al que no he saludado. Que nadie se lo tome a mal, porque eso mismo me ha pasado con mi padre y hasta con alguno de mis hijos. Así que querido lector, si me ve por la calle, no dude en acercarse y decirme quién soy, o en su defecto, avise al doctor Tomás Martínez Zaldívar, él sabe de que va esto.