domingo, 1 de junio de 2025

 


¿A QUÉ VENÍA YO AQUÍ?

 

Tito Ortiz.-

 

Hay a la entrada de mi casa, junto a la bastonera, un mueble a modo de taquillón con un pequeño recipiente para poner las llaves cuando llegas de la calle. El asunto es que, cuando voy a salir a veces no están allí, así que comienzo un vía crucis por toda la casa buscándolas, subiendo incluso a la mesita de noche y, nada que no aparecen, hasta que por fin escucho la voz de mi santa preguntándome: ¿No las tendrás otra vez en el bolsillo del pantalón? Y héteme aquí en la ardua tarea de darle una vez más la razón. Las llevo encima. Suele ocurrirme también con las gafas, de tal manera que, pongo la casa boca abajo buscándolas, hasta que paso frente al espejo del salón y descubro con asombro horripilante que las llevo   puestas. Esto es para miccionar y no echar gota.

No es infrecuente en mí que, al ponerme la camisa sin corbata, se me olvide abrochar los botones del vértice del cuello, de tal manera, que suelo salir a la calle dispuesto a echar a volar sin darme cuenta, hasta que alguien me advierte de que llevo bajo el cuello dos alas de gaviota. Y si de aparcar el coche en parking de varias plantas se trata, hace ya tiempo que tuve que anotar en una libreta en la que me encuentro y el número de plaza, porque de lo contrario, más de una vez alguien me ha visto deambular de planta en planta buscando mi coche. No sé si esto es normal en personas de mi edad, o solamente en mí, pero el caso es que llevo mucho tiempo con estos despistes a los que me he acostumbrado, sin saber si serán síntomas de algo más grave, o simplemente, que ya tengo un pie aquí y el otro en el campo santo de San José.

COSILLAS SIN IMPORTANCIA

Eso de que se me pierdan los calcetines en la lavadora lo tengo ya superado, desde el día en que se me perdió uno poniéndomelos sentado en la cama. Después de buscar por todo el dormitorio, incluidos los bajos del tálamo, pude observar despavorido que me había puesto uno encima del otro en el mismo pie. Éste al menos, no se lo quedó la lavadora.

Suelo salir por las mañanas a comprar el pan, el periódico, algo de fruta y alguna cosilla que falte en la casa, porque la compra grande de toda la semana, nos la trae a casa un chico muy amable de parte de Juan Roig. Pues a base de regresar echando en falta algo que debía traer, ya he tomado la costumbre de llevarme las cosas apuntadas, porque de lo contrario, me toca volver a salir. Ya lo decía mi abuela: ¡A este niño hay que darle rabillos de pasas! Que por lo visto son muy buenas para la memoria, pero yo por más que las pido en la frutería, no hay forma de que me las vendan. Tal es el caso, que me he vuelto un consumidor de toda clase de complementos vitamínicos que anuncian en la tele y, puedo decir al día de hoy que por muchos botes que me tomo, lo mío es ya de una cronicidad que he sido desahuciado por la ciencia, conmigo han tirado la toalla.

ESCALERAS ARRIBA Y ABAJO

Fui víctima de la moda hace casi cuarenta años y, me compré una adosada con tres plantas. Para alejarme del ajetreo habitual de la casa, instalé mi despacho donde escribo, leo y escucho música en la tercera planta. No sospechaba entonces que, esa elección iba a ser la culpable de que mantenga unas piernas en plena forma pues, a base de subirlas y bajarlas, no necesito ir al gimnasio para nada, estoy en plena forma. ¿saben por qué? Es sencillo, cuando no se me olvida subirme el tabaco, se me olvida la pipa, cuando no, el encendedor. Y ya ni les cuento cuando estoy solo y llama el repartidor de Amazon, tres pisos para abajo, a recoger un paquete que ni siquiera es para mí, es para la vecina contigua, pero como no está en casa, ha dicho al joven que sea tan amable y me lo deje a mí, así que otra vez para arriba, y a retomar este artículo en el que me confieso como una rara avis. Porque todavía no les he contado, cuando me sorprendo ante el frigorífico. -yo que estaba viendo tranquilamente en el salón un documental de la dos – y me digo en voz alta: ¡A qué venía yo aquí! Pues créanme si les digo que hasta que no me vuelvo al salón y me siento ante la tele, no recuerdo que había ido al frigo a por un refresco para seguir viendo los delfines y su hábitat natural.

Así que, quieren que les diga, que a veces pienso que estoy más “pallá que pacá”, pero lo llevo con solvencia. Si ustedes me ven, no apreciarán nada extraño, doy el pego. Con decirles que, a veces me pasa con asiduidad que, paseo por la calle, absorto en mis pensamientos. Voy poniendo en orden ideas para comentarlas con ustedes mis lectores cada domingo, y en alguna ocasión casi me ha costado un disgusto porque, me he cruzado con algún amigo al que no he saludado. Que nadie se lo tome a mal, porque eso mismo me ha pasado con mi padre y hasta con alguno de mis hijos. Así que querido lector, si me ve por la calle, no dude en acercarse y decirme quién soy, o en su defecto, avise al doctor Tomás Martínez Zaldívar, él sabe de que va esto.

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