domingo, 10 de agosto de 2025

 


VIAJAR ES UN PLACER

 

Tito Ortiz.-

 

Hoy día lo de trasladarse de lugar en transporte público está asumido como un servicio público de cierta garantía y comodidad. Aunque los granadinos sigamos teniendo carencias estructurales que, arrastramos de toda la vida. Tenemos pocos trenes que a menudo se retrasan, se cancelan, nos los paran en mitad de la nada, incluso algunos, ni están ni se les espera. Algo que no sería un problema si, ese aeropuerto que compartimos con los jienenses tuviera vuelos regulares, en un horario adecuado y con una frecuencia que se convirtiera en una clara alternativa al ferrocarril, pero no es el caso.

En cambio, si tenemos un buen sistema de comunicación con otras provincias, si optamos por el traslado en autobús, más económico, pero tardando más en el desplazamiento. Los autobuses suelen tener un asiento cómodo, aire acondicionado y una bodega en la que llevar tú equipaje, sin el temor de que te lo pierdan. Digo esto porque, en un vuelo Granada-Madrid, mi maleta terminó aterrizando en Jerez de La Frontera, mientras yo estaba en la capital del reino durante dos días, sin ropa que ponerme y sin cepillo de dientes, entre otros apechusques necesarios para la vida cotidiana.

Los autobuses urbanos van limpios, en el mejor de los casos el aire acondicionado les funciona, la frecuencia es aceptable, los motores cada vez contaminan menos, ya no vemos aquellos chorros de humo negro como carbonilla saliendo por el tubo de escape, pero en cambio, cuanto más modernos, menos asientos llevan, de tal manera que, al subirte, se produce una especie de subasta benéfica entre los pasajeros, para darte la oportunidad de sentarte, en la que entran en juego la edad del pasajero, la dama cargada de bolsas de la compra, o aquella embarazada que mira a su alrededor, solicitando la buena voluntad de alguien que se levante y le ceda el asiento. Esto se ha convertido en un asunto de buena voluntad entre ciudadanos, porque algunos se ocultan fijando la vista en su móvil, con los cascos puestos y, ya puedes estar con los últimos estertores de la muerte, que el adolescente incívico ni se inmuta, que haberlos, hailos.

¿DE DÓNDE VENIMOS?

Hasta que se inventaron los motores, teníamos asumido que para desplazarnos de un sitio a otro el único transporte era animal, preferentemente un caballo. Mulos y asnos también servían, pero los animales necesitaban de algunos cuidados durante el trayecto, si no queríamos que perecieran. Había que darles de beber, de comer y procurarles cierto descanso, por eso se inventaron las casas de postas. Lugares en mitad del camino, al inicio o en destino, donde se llevaban a cabo estos menesteres, incluido el herraje de las cabalgaduras, sin olvidar la alimentación y el reposo de sus jinetes. Sin ir más lejos, la afamada taberna de Puerta Real de mi amigo Enrique, a la que los granadinos llamamos “El Elefante”, fue en siglos pasados una casa de postas, de donde partían correos y viajeros para el resto de la provincia.

Después llegaron las diligencias, esos coches de caballos, con dos cocheros, que se turnaban durante el viaje para no hacerlo tan largo, con un pescante que los separaba de los viajeros, dejándolos expuestos a todas las inclemencias climáticas, mientras en la berlina se protegían con cortinas. De lo que no podían protegerse era de los bandoleros, que dominaban el trazado de las diligencias y asaltaban a los viajeros dejándolos con lo puesto, que a veces eran los paños menores. Viajar en esa época era siempre una aventura que, algunos, llevaron a la literatura con éxito y a los incipientes diarios.

A MOTOR

Con la construcción del primer automóvil, el invento también llegó con el tiempo al transporte colectivo. Las primeras camionetas a motor transportaban criaturas humanas, junto a animales, baúles y paquetes de todas clases. Y, además, se aprovechaba todo el espacio, incluido el techo exterior, donde lo mismo se ataban bártulos de todas clases, que se acondicionaban unos bancos para los pasajeros que llegaban tarde o cuyo billete era más barato que el asiento en el interior.

Al pasar de los años, eso de transportar algo o, alguien en el techo afortunadamente se prohibió. Se instalaron ceniceros en los respaldos de los asientos, para que nadie tirara las colillas por ventanilla, como síntoma de modernidad. Los pipos ya no iban atados con cuerdas en el exterior, tan sólo se permitían las maletas fuera de la cabina, atadas convenientemente a la baca.

Los autobuses de hoy, comparados con aquellas tartanas son como una nave espacial. Mis abuelos jamás hubieran imaginado que, en un futuro, viajaríamos en un autobús con cristales tintados para evitar el sol, aire acondicionado, luz para poder leer durante el trayecto sin molestar a nadie, un WC, pequeño bar y, ya el colmo de los colmos, una televisión donde ver una película mientras viajas, además de hacer el trayecto en el mismo tiempo, chispa más o menos, de lo que lo hace un automóvil particular.

Dijo Carlos Cano que… “Granada vive en si misma tan prisionera, que solo tiene salida por las estrellas”. Y eso es lo que le pasa a nuestra tierra con el transporte público de trenes y aviones, que al menos, nos han dejado una salida más que razonable con el transporte en autobús que, hasta ahora, se está mostrando como el más fiable y con menor riesgo de sobresaltos, para no convertir un viaje de trabajo o placer, en una aventura en la que nadie te asegura -salvo algunos casos- que, todo vaya a salir como tú lo tenías previsto. Y, además, tanto el autobús urbano como el metro, te dejan en la puerta de la estación… de autobuses, claro.

 

 

 

 

 

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