martes, 7 de junio de 2016

POR FIN HE MUERTO

¡POR FÍN HE MUERTO! Tito Ortiz.- Llegué tarde a mi entierro, cosa rara porque yo he sido toda la vida puntualmente prusiano. El caso es que no había forma humana de que mi alma abandonara mi cuerpo, y cada vez que salía de el, regresaba como resistiéndose, más aferrada a mi osamenta, que Torres Hurtado a la alcaldía. Escribir desde el otro mundo, me permite algunas licencias, como que me importe un botijo el protocolo, o que mis filias y mis fobias, aparezcan aquí enmarcadas en una falta de objetividad, digna de un centenar de cartas al director, o de una retahíla de amenazas, pintadas con tiza en los muros venerables del carril de La Lona. Muerto el perro, se acabó la rabia. He pensado ajustar las cuentas a más de uno, ya que no estoy en vida, aprovecho que no me lo voy a encontrar bajando el Zacatín, o tomando un vermú en Bodegas La Mancha, y mucho menos, en Castañeda. Conste y vaya por delante que, me he ido de éste mundo harto de tanto tonto, tanto mangante, y de tanta oferta telefónica, que te intenta mejorar la cuota de tu seguro: Estoy de la niña de la mutua, hasta el corvejón. Por el centro hace tiempo que no paso, voy por callejuelas sin salía, donde yo vivo encerrao, con mi pena mi alegría, mi mentira y mi verdad, no vayan a engancharme, esa legión de chicos y chicas, que carpeta en mano, te piden tus datos en días alternos, unos para salvar a las focas y otros a la humanidad. Son cosas que ya no me preocupan, a fin de cuentas yo, ya he visto la luz al final del túnel, he sido convenientemente incinerado, y mis cenizas han sido esparcidas sobre el reloj del Sol, en el Llano de La Perdiz, que es donde quiero morar durante toda la eternidad. He pedido a quién al otro lado de la vida manda, que me deje por aquí. Sacrifico el paraíso, por poderme reír de vez en cuando, de cómo vamos a las urnas una y otra vez sin resultado alguno, de cómo los mozos de escuadra, no pueden con los manteros, y como los ocupas les zurran la badana, a la guardia urbana, dejando una decenas de heridos cada vez que se enfrentan, con el gran aliciente de que tienen que reprimir a los violentos, cuando en el ayuntamiento y en el parlamento, los tienen sentados con acta y credencial, cuando no, encabezando las manifestaciones. Esto es algo muy coherente, según me dijo Groucho Marx el otro día, cuando vino a tomar el té a las cinco… de la madrugada. Yo a esas horas, estaba soñando, pero me despertó la melodiosa, suave y aterciopelada voz de África Gran, mientras daba una cabezada en el hombro de Manuel Fraga. Aquellas tapas de Morcilla y aquel mosto de Huétor Vega, tuvieron la culpa. Bueno, eso, y José Gabriel Díaz Berbel, que nos llevó a Casa Bienvenido para que Fraga probara las buenas viandas del cerdo granatensis. Hacía buena temperatura, nos salimos fuera entre macetas de pilistras y geranios, y con la tercera tapa de queso de cerdo en la mano y el segundo chato de mosto de la tierra, nos entró un sopor, que el ministro que se bañó en Palomares fue entornando los ojos e inclinándose hacia el poyete de la ventana, que daba al comedor del restaurante, y yo, fui resbalando sobre su hombro, hasta pegar los dos un pestañazo, que hubiérase convertido en siesta, a no ser por África Gran, que me susurró al oído, y por Guillermo Kirkpatrick, que no hacía más que enseñarnos su sombrero de ala ancha, con el que pensaba ir aquel Corpus a los toros, y al final cumplió su amenaza. Menudo Corpus nos dio con el sombrero cordobés.

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