martes, 22 de noviembre de 2016

ESCOBILLA Y REMATE

ESCOBILLA Y REMATE Tito Ortiz.- Estoy muerto, y bien muerto, pero eso no es motivo para aburrirme. Al contrario. Ahora que tengo tiempo, y puedo avanzar en él hacia delante y hacia atrás, aprovecho para tener las conversaciones con los amigos y conocidos, que en vida, por aquello de las prisas, siempre posponía, con inusual indolencia, como corresponde a un granaíno, hasta los tuétanos. También hago uso del privilegio de todo muerto que convive con los que me han precedido en el solemne acto de entregar la cuchara. Por ejemplo: Ayer eché un rato de charla con Carmen Amaya, de esos que son todo un privilegio, y se te quedan pegados a las entretelas del alma. Escuchar a la genial bailaora catalana, como fue su paso por Granada, es todo un privilegio solo al alcance de un muerto como yo. Carmen Amaya, me contaba con ojos desorbitados, como fue su descubrimiento del Sacromonte y sus gentes, como se empapó de todo lo nuestro, aprovechando su visita a Granada al principio de los años treinta, formando parte de la compañía del genial, Manuel Vallejo. Y esa no fue la única ocasión en la que convivió con los gitanos granadinos, puesto que evidencias hay de temporadas en nuestras cuevas, al abrigo de La Alhambra. Igualmente, disfruto como nadie, cuando hablo con Vicente Escudero. Él vallisoletano que nació el mismo año que Federico García Lorca, me cuenta con alegría, que le supuso un gran impacto conocer el Sacromonte, y un privilegio, poder bailar con los vecinos y vecinas, de los que tanto aprendió éste genio que ya en 1929, supo lo que era triunfar en Francia. Que Carmen Amaya y Vicente Escudero, dos monstruos de la historia del baile flamenco, que recorrieron todo el mundo en varias ocasiones, advirtieran el valor intrínseco de la jondura granadina, personificado en el arte gitano andaluz de nuestro Sacromonte, no hace más que ratificar la aportación personalísima y única que el flamenco ha mantenido en Granada desde la noche de los tiempos. Una catalana y un vallisoletano, a los que no se les cayeron los anillos, al reconocer la verdad y originalidad de nuestra flamencura. Los dos son un claro exponente, de todos los que no siendo de aquí, han visto en nosotros, lo que a veces los nuestros nos niegan, o no están dispuestos a reconocer, babeando ante lo de fuera y ninguneando lo de dentro. Por eso es tan importante que Sevilla, la Sevilla de los conversos, como Miguel Acal, que habiendo nacido en una cueva de la Cuesta de Los Chinos, a la vera de la Torre de La Cautiva, se guardaba de confesar su procedencia. O la Sevilla acogedora, que amorosa hace suyos a Miguel Ángel Cortés, o Beatriz Martín, entre otros, haya reconocido con su Giraldillo, el galardón más preciado de su bienal de arte flamenco, inventada por el archidonense, José Luís Ortiz Nuevo, el baile como una Catedral, de Patricia Guerrero, y el Cante con Sabor a Fragua, de Marina Heredia, heredera de los ayes y quejíos más puros, nacidos de las gargantas ilustres de los Parrones, o Juanillo “El Gitano”. De nuevo, el Albayzín con el baile de Patricia, y el Sacromonte con el cante de Marina, han sido reconocidos por la gente de fuera, y por la cúpula de los entendidos, como los claros exponentes de una ciudad, que todavía tiene mucho que decir en el flamenco, que lo viene diciendo desde que éste arte se inventó, y que Juanito Varea, aunque nacido en Burriana, de Castellón de La Plana, enriqueció con su arte, al reconocer en ésta tierra, singularidades flamencas que no encontró nunca en otras que cultivan el mismo arte, llegando incluso a contraer matrimonio aquí, con una posterior celebración sacromontana, cuyos ecos perduran en Valparaíso. Patricia Guerrero y Marina Heredia, son ya dos princesas alhambreñas, que pernoctan en Los Reales Alcáceres. Honor y gloria a las dos damas.

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