martes, 29 de noviembre de 2016

MARTÍN MORALES VIVE

MARTÍN MORALES, VIVE. Tito Ortiz.- Con la muerte de mí padre el dos de octubre de mil novecientos noventa y cinco, no sólo se me fue el gran soporte de mi vida, sino el conversador infatigable con el sentido del humor más grande del mundo. Mi padre le ponía siempre la sonrisa, - y a veces hasta la carcajada- a los temas más dramáticos. Desde niño fui un apasionado de las conversaciones de mí padre con sus amigos y conocidos. Mi progenitor, hablaba de cirugía taurina con su buen amigo, don Juan Pulgar, y yo aprendía de medicina y toros. Siempre fui un niño tímido y callado, con lo cual, jamás interrumpí una charla paterna, ni en casa ni fuera, y siempre presté gran atención a lo que se decía. Tal vez por eso conservo una buena memoria de Granada y sus gentes, desde la década de los cincuenta hasta ahora. Con el doctor La Serna hablaban de la próstata, que finalmente le extirpó. Con Miguel Rodríguez-Acosta, en su Carmen del Albayzín, mi padre charlaba de pintura, mientras barnizaba la baranda exterior de madera con barniz de barco. De mantillas bordadas con, doña Isabel de Medinilla, de fútbol con el doctor Rancaño, y de Dios con el padre Arcoya, párroco de Las Angustias, y eso sí que tenía mérito, porque mi padre era un descreído, sobre todo recelaba del clero, y sus conversaciones siempre me parecieron de Don Camilo y don Pepón. Pero si disfruté de conversaciones de mí padre con sus amigos, las que se llevan la palma, son las que mantenía con Paco Martín Morales, cada vez que el humorista gráfico, aparecía por el taller greñúo de la calle, Cuartelillo, en el lateral del hospital militar. En aquel patio de vecinos donde mí padre se dedicaba a restaurar y barnizar muebles, se llevaban a cabo las tertulias más importantes del momento, al olor de la goma laca y el Celtas sin emboquillar. Mí padre juraba en arameo, cada vez que Martín Morales bajaba de la Alpujarra con un “foel” metido en un saco, pretendiendo que aquello, después de pasar por las manos de mi progenitor, terminara siendo un mueble de época en su mejor esplendor. Pongo por ejemplo, el día que en una talega, Paco traía unos palos rotos, y al cabo de un mes, recogió del taller, un mueble de lavabo de dormitorio, con su espejo, jarra y palangana, propio de un marquesado. Paco Martín Morales, no era el cliente desentendido de sus encargos, todo lo contrario, mientras mi padre emprendía el proceso de, resucitar las cuatro tablas viejas que el humorista le llevaba, cada tarde Paco se pasaba para seguir el proceso de restauración, y poder conversar con mi padre de lo divino y de lo humano. Aquello no era la típica relación, artesano, cliente, sino la de dos amigos en una competición, para ver cual soltaba el disparate más gordo y desternillante. El día que Paco apareció con un baúl desvencijado y apolillado, que había encontrado abandonado en un cobertizo de Caratáunas, y pretendía que mi padre lo convirtiera en algo que adornara el zaguán, terminaron cantando a dúo, Tatuaje, de Concha Piquer y con la firme promesa de mi progenitor de matarlo, si volvía por el taller con cuatro tablas viejas confiado en que un mes más tarde, se las llevaría convertidas en un mueble presentable, como ocurría siempre. Hoy, al ver la exposición que mi admirado Alejandro Víctor García, ha comisariado con algunas obras de Paco, resuenan en mi mente los chascarrillos, dejes, modismos, y costumbres, vertidas en aquel patio de la calle Cuartelillo, en el corazón del Realejo, cuando el gran Martín Morales, y Juanillo el barnizador, se enfangaban en los dichos de una época irrepetible, que yo tuve el honor y la suerte de ver y vivir en primera fila. La otra tarde me llevé a mí padre e ver la exposición de su amigo, Paco Martín Morales, se lo pasó también que me ha hecho prometerle que lo llevaré otro día, porque en una sola visita, se te pasan muchos detalles. Al salir a la Acera del Casino, mí padre tenía los ojos húmedos, pero con una amplia sonrisa. Siempre lo admiró y predijo que triunfaría. Mi padre era un sabio. Barnizador... pero sabio.

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