miércoles, 22 de febrero de 2017
GRANAÍNA Y MEDIA
GRANAÍNA Y MEDIA
Tito Ortiz.-
Siempre fue el más rápido en desenfundar, no solo del Oeste, sino del Éste también. Había que estar ojo avizor para poder verle durante la acción, de lo contrario, te perdías el momento en que entre toque y toque, Vicente se metía la mano diestra dentro de la chaqueta, a la altura del corazón, y con el sigilo de la cobra cleopatriana, sacaba una petaca, desenroscaba el tapón sin hacer el menor ruido, se echaba un trago al gaznate, ajustaba la cejilla, y abordaba el siguiente palo. Un granadino de Plaza Nueva que nació ciego en aquella época, estaba abocado a vivir de la limosna y la caridad, pero estuvo protegido y bien aconsejado siempre. Ya de zagalón, la ONCE, como en tantas otras ocasiones, lo formó, lo educó y lo hizo músico. Primero llegaron los clásicos, pero un niño criado en la plaza de Santa Ana, donde el tranvía daba la vuelta, escuchando el quejío diario del Dauro y el lamento de las tres campanas, tiraba a flamenco seguro, y más teniendo en cuenta que en el barrio había dos o tres tabernas, donde afortunadamente no se prohibía el cante, y él, apostado en la puerta, con el oído que dios concede a quienes priva de la vista, se embelesaba escuchando a los aficionados parroquianos, enfrascados en lo más jondo de una seguiriya, ante una cuartilla de blanco en botella con corcho y caña. Vicente, el niño ciego de Plaza Nueva, era flamenco hasta en la postura ante la vida. Con redaños, inteligencia y trabajo, alcanzó a tocar con los grandes y para las grandes, dominó todos los instrumentos de plectro, y se paseó por el mundo llevando el nombre de granaíno, con orgullo. Más, siempre fue discreto en su vivir, y jamás reclamó para sí reconocimiento alguno, sino aquel que quisieron concederle. A mí juicio éste fue escaso y de bajo fuste, de acuerdo a todos sus merecimientos, pero a Granada le sale la vena de madrastra con tanta frecuencia, que eso ya no es noticia, como decimos los periodistas. "Pa" morirse.
La guitarra clásica y flamenca, ha perdido un pilar indispensable de esos ejecutantes que ya no quedan, con las raíces en Sábicas o Niño Ricardo, y que ahora, a base de imitadores de Paco de Lucía, tenemos pocas ocasiones de escuchar. Y era granadino de Plaza Nueva, que en su momento se codeó con las élites artísticas de su época, a los que acompañó, y que como solista, nos ha dejado páginas inolvidables de la más alta escuela del toque. Con un alto concepto de la amistad, y una conversación fluida y cordial, Vicente, degustó la vida, sin el menor reproche a la naturaleza, por haberle privado del sentido de la vista. Al contrario, fue generoso con sus semejantes, y jamás antepuso su discapacidad para pretextar algo. Se consideró uno más, y su fino sentido del humor nunca faltó a la cita. Un día íbamos a un acto y lo llevaba en mi coche, junto con otros amigos. En un momento del trayecto les dije: No sé si me he perdido, no recuerdo que sea por aquí. A lo que Vicente contestó antes que nadie: Tito, si quieres que lleguemos cuanto antes, déjame conducir a mí.
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