martes, 18 de julio de 2017
LA MATÉ PORQUE ERA MÍA
LA MATÉ PORQUE ERA MÍA
Tito Ortiz.-
Al parecer, fue Remigio Vega Armentero, quién en 1888 asesinó a su esposa en plena vía pública, cuando iba acompañado de su amante, y no soportó la idea de ser sorprendido, a pesar de que tenía conocimiento de que su mujer también se la daba con queso. El caso es que la famosa frase de, “La maté porque era mía”, la acuña como título de su novela, escrita desde la prisión, cuando es condenado a cadena perpetua por el crimen. Si no es para mí, no es para nadie, es otra frase muy utilizada por los asesinos de mujeres, cuando ellas deciden poner fin a la relación. La muerte de mujeres a manos de sus maridos o exparejas, no es que sea una moda de éste tiempo, es que afortunadamente, pese a la crueldad de los hechos, ahora se visibiliza la muerte de las mujeres como violencia de género, y antes, no pasaban de ser un mero suceso en las páginas de información general. Que los hombres maten a sus compañeras, es tan viejo como la tos, y ésta sociedad no ha sido capaz de poner pie en pared y conseguir por todos los medios, acabar con ésta lacra. Todo lo más, lo único que estamos consiguiendo con las campañas informativas, es que el asesino, sienta una vergüenza tal, ante la sociedad, que en el menor de los casos, se suicida tras el execrable crimen, pero eso no soluciona el problema, porque antes de quitarse de en medio, ya nos ha dejado el cadáver de la mujer en su casa, y lo que es peor, a veces en un alarde de crueldad infinita, el de sus propios hijos. La justicia se está tomando esto con demasiada calma, entre otras cosas, porque el asesino de violencia doméstica, no supone un peligro para la sociedad. No es un ladrón, ni es un psicópata que puede seguir matando. Todo lo contrario. Es un preso de comportamiento ejemplar en prisión, que cuenta con todas las simpatías, y todos los reconocimientos para salir cuanto antes por buen comportamiento. El que asesina a su compañera, no tiene otro objetivo delictivo en su vida, por lo tanto, es perfectamente recuperable e insertable en la sociedad. Y ahí tenemos una asignatura pendiente en el sistema judicial, como la mantenemos en el mundo de los periodistas, cuando nos dedicamos a propagar declaraciones de los vecinos, sin ningún valor argumental para el caso, que todas coinciden en resaltar lo buena persona que era el asesino. Un hombre muy educado, que siempre daba los buenos días al salir del ascensor. Que jamás se le escuchó una palabra más alta que otra en el bloque. Que acompañaba a su mujer cuando paseaban al perro, que sacaba la basura a sus horas, y nunca antes de las ocho de la tarde. Que ayudaba a cruzar a los ciegos en los pasos de peatones, que nunca llegó tarde al trabajo, y jamás se dio de baja por tonterías. Un hombre que limpiaba las zonas comunes del vecindario sin nada a cambio, que le ayudaba a doña Úrsula la del cuarto, a subir las bolsas de la compra, que contaba chistes en las reuniones de la comunidad, y del AMPA. En definitiva, un hombre ejemplar, del que nadie se esperaba esto. Total, un hombre excelente de puertas a fuera, pero a fin de cuentas, un asesino de puertas a dentro. Ya está bien, queridos/as compañeros/as de paños calientes. El asesino, ha demostrado que lo que de verdad era, es un asesino, y ya está bien de paños calientes, insisto. Pido para ellos cadena perpetua, igual que para los violadores, los terroristas y los narcotraficantes. Llamemos al pan, pan, y al vino, vino…coño.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario