martes, 24 de octubre de 2017

ARMILLA; PRIMERA ESTACIÓN

ARMILLA: PRIMERA ESTACIÓN Tito Ortiz.- Comienzo aquí un viacrucis que me llevará años completar, para honor y gloria de quienes concibieron hace tres lustros, la primigenia idea de poner un metro en Granada. Para aquellos patanes, mal educados, cabestros y reses sin clasificar, que a diario toman el metro, no será tan satisfactorio, puesto que pienso contar todo lo que vivo en el, porque como comportamiento inhumano no tiene nombre. Desde su puesta en marcha, ésta infraestructura tan deseada, ya ha dejado en mal lugar, todas las consignas proyectadas en su contra por el partido popular, que una vez más ha hecho el ridículo ante lo evidente. Tan obvio, que hasta ilustres militantes peperianos, toman el metro y yo los he visto, asunto éste muy razonable, dada su comodidad y rapidez, aparte de librarnos de las cadenas de nuestros coches para desplazarnos, y de los precios de atraco de los parkines granatensis, entre los que destaca el de Puerta Real. Dicho esto, hay que decir, que faltan papeleras en los vagones, pero sin solución de continuidad, hay que admitir, que el incivismo de algunos pasajeros sonrojaría a cualquier agreste criatura, ávida de formación, educación, buenos modales y algo de cultura. Hay quién entra al metro y lo toma por el corral abandonado de su pueblo, abonado por escombros y ratas asalvajadas, cual florecillas silvestres carnívoras. A los vagones entran, padres que no dudan en poner a los menores, entre el cristal de la ventana y la baranda para sujetarse durante el trayecto, como si el infante fuera un fardo al que se trasporta de pueblo en pueblo, al grito de: ¡Niño no te muevas que te vas a caer! ¿Pero cómo no se va a caer?, si acaba usted de encajar a la criatura en un espacio destinado al bolso de mano, bolsa de la compra, o periódico enrollado, listo para correr el encierro dándole al morlaco en los “josicos”, so animal. Existe un sacramento para los usuarios del metro, que a los de mi generación, nos lo enseñaron en aquella famosa asignatura de educación cívica. Se trata de: “Antes de entrar, dejen salir”. Y que sirve no solo para los usuarios del metro, sino, para cualquier criatura que debe atravesar una puerta en dirección contraria al que viene. Bueno pues esto que parece tan normal, con el metro se ha convertido en una agresión constante, de la que algún día, tendremos malas consecuencias. El personal que espera para entrar en el vagón no permite que el que va dentro salga, de tal manera, que cuando has llegado a tu destino y vas a salir, una masa deforme se viene hacia ti, metiéndote más al fondo, impidiendo que salgas en la estación que debías y obligándote a prolongar el viaje, hasta que alguien se apiade de ti y te permita salir de lo que ya no es un metro, sino, una prisión andante. Mientras te empujen con el cuerpo no pasa nada, lo peor es lo que me pasó a mí. Cuando el botoncito se puso verde y oprimí para salir, antes de dar un paso hacia el andén, se vino en tromba hacia mí, cerrándome el paso y toda escapatoria del vagón, una madre treintañera, fornida y diligente que empujaba un carrito de bebé, pero no una sillita de esas ligeras, sino un auténtico cuatro por cuatro, de ruedas anchas, que embistiendo por derecho, me hizo recular hasta dar con la espalda en el ticador de las tarjetas. Cuando volví en si, ya estaba en La Chana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario