lunes, 15 de enero de 2018
EL PERIODISTA DE DIOS
EL PERIODISTA DE DIOS
Tito Ortiz.-
De convicciones religiosas inquebrantables, Jesús Blanco ha sido llamado por su redactor jefe, para descansar a su lado, después de un trabajo en la tierra, para el que yo le puse nombre hace muchos años:
“Dios no sabe lo que tiene contigo Jesús, eres su periodista en la tierra, y eso hoy día se merece un premio”.
Se reía, lo mismo que cuando le criticaba a la iglesia instituida, a la jerarquía de las sotanas de terciopelo. Me miraba, se subía las gafas con el dedo corazón, y me sonreía, con esa sonrisa que solo tienen los hombres buenos. Los que reconocen los fallos de su organización, sus virtudes, y no se mueven un milímetro de sus votos, órdenes y preceptos. Comencé a tratarlo en los años de la transición política, cuando la iglesia colaboradora con la dictadura, era un fácil blanco de críticas por su pasado, a cargo de quienes incluso, se habían forjado en la Juventudes Católicas. Jesús Blanco Zuloaga, se fajaba en el discurso, y sin renunciar a lo que representaba, él fue el encargado de abrir los cajones de las sacristías, quitarles las bolas de alcanfor, y airear los ropajes para el nuevo tiempo que se nos venía encima, como responsable diocesano de medios de comunicación. Durante años, las páginas de Ideal, recogieron la palabra de Dios en la versión de su periodista en la tierra, haciendo del evangelio una lectura amena, fácil y accesible que pronto caló en una juventud descreída, y que, a través de su revista, “Fiesta”, consiguió que los hechos de Cristo en la tierra y en el cielo, atrajeran a los jóvenes que hasta entonces estaban a otras cosas, incluso peligrosas para ellos mismos. Su labor de catequista social, serio, riguroso, pero a la vez, cercano y humano, ha sido todo un ejemplo de entrega a su causa, abriéndonos la puerta de una iglesia, que en ocasiones, estaba falta de engrase en sus bisagras y sus cerrojos.
Con un fino olfato para tratar con la juventud, sobre todo si era rebelde, supo encauzar como nadie, la briosa iniciativa de casi unos niños, que, en su parroquia de San Emilio, pusieron en pie la hermandad de Jesús Despojado. Se las horas que le costó convencer a don José Méndez Asensio de éste proyecto, sé que salió adelante porque la iglesia le exigió que él estuviera al frente, y a él le pedirían responsabilidades, si no llegaba a buen puerto. Pero quiso Dios – su redactor jefe – que la hermandad fuera un éxito, que los jóvenes emprendedores en parroquia de tan alta media de edad, salieran airosos del trance, y que Granada tuviera que reconocer sin escatimar elogios, que el esfuerzo de aquellos valientes bajo su batuta, fuera todo un éxito religioso y social. Recuerdo con emoción la tarde en que Jesús Blanco, bendijo en la Iglesia de San Antón, la obra del sevillano Ramos Corona, que con un ramito de romero fue humedecida por las gotas del agua bendita. Blanco Zuloaga, con aquel gesto, daba un impulso a una parte de la juventud que en aquellos años se estaba apartando de la iglesia, recogía los impulsos encauzándolos, y dotaba a San Emilio de una actividad, que solo el paso de los años, ha visto reconocida por la ciudadanía y la iglesia.
Jesús Blanco no ha sido un cura al uso. Ha sido un hombre comprometido con la vida de las personas, al tiempo que no ha descuidado un ápice los mandamientos que un día acató al ordenarse sacerdote, y los requerimientos de la jerarquía que durante tantos años ha confiado en él, para poder ofrecer una imagen adecuada de la institución, en unos tiempos muy difíciles, con fuga de fieles, descubrimiento de conductas nada recomendables por algunas individualidades, y el advenimiento de otras religiones que han entrado en competencia con la católica, y se han llevado un trozo de esa tarta que antes era hegemónica. Blanco Zuloaga, ha sabido con inteligencia salir airoso de todos esos avatares históricos, tendiendo siempre la mano al diálogo, y proclamando la palabra de Dios en todos los medios de comunicación a su alcance, asunto éste que aún hoy, no ocurre en todas las diócesis. Hoy soy- como siempre ante él- don Pepón, y lamento haber perdido a mí eterno, don Camilo.
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