martes, 5 de junio de 2018
EL GRITO DE LA PALABRA MUDA
EL GRITO DE LA PALABRA MUDA
Tito Ortiz.-
Dicen, los que de esto saben, que el silencio es la ausencia de sonido, pero en ocasiones, hasta una fotografía o un cuadro, nos despiertan del sueño más pesado con un alarido estremecedor que hasta a los muertos hace hablar. Mi hermano Antonio Enrique, desde su atalaya accitana, vuelve a remover conciencias, a zarandear letargos y despertar a indolentes, con una palabra muda que traspasa los confines del alma, para echar raíces en los tuétanos de nuestras entretelas. Auschwitz, si nos fijamos bien, no queda tan lejos, todo lo contrario, está tan presente como entonces, pero con otra puesta en escena. Ahora no se gasea por miles a diario. Se les deja morir de hambre y enfermedades, ya superadas por nosotros, en campos de refugiados sin fin o, mejor dicho, con fecha de caducidad. Los campos de concentración del Tercer Reich están ahora en el Mediterráneo, fosa común de la desesperanza, donde a diario mueren criaturas humanas que sueñan con un mundo mejor, olvidando que un dios injusto, los hizo nacer en una parte del globo terráqueo, en la que los animales salvajes viven mejor que ellos, y con mayores expectativas de futuro.
Antonio Enrique, nos sumerge en un pasado histórico tan atroz como real, con el bálsamo de la palabra estética y la frase bien construida, como corresponde a un académico pulcro y modélico, pero no por eso su mensaje deja de ser menos hiriente. Todo lo contrario. Con tinta de seda en papel de arroz, el poeta y escritor horada nuestra mente, - y lo que es peor – nuestro corazón para ponernos ante el espanto más cruel que la humanidad haya sufrido y consentido, del que todavía no se ha recuperado, afortunadamente, porque la vida de millones de personas masacradas por la barbarie nazi es un espanto que nunca debe ser superado, y mucho menos olvidado. Que el autor ponga al servicio de la muerte sin sentido, su poesía mejor construida, no la hace más dulce, ni menos mortal. Es una vergüenza para la humanidad entera sin fecha de caducidad, a perpetuidad, como las fosas en los cementerios. Y lo peor de todo es que, hoy día, siguen muriendo inocentes que nada tienen que ver con las guerras. Dependiendo del ciclo histórico, las contiendas son religiosas o políticas. Se mata por unas ideas de izquierdas o de derechas, se mata en nombre de algún dios, o se mata porque las fábricas de armamento de Estados Unidos o Europa deben sacar al mercado los elevados stocks de sus almacenes del terror y los negocios impuros, así sin más historia, aquí de lo que se trata es de hacer caja como sea. Hay quién monta una guerra con el coste de millones de vidas humanas, solo para controlar la producción de petróleo a su favor y se queda tan pancho. Luego, a la África desnutrida que la zurzan, o que se encarguen las organizaciones no gubernamentales, y así tranquilizamos conciencias. Les mandamos dosis de comida diarias, en bolsas plastificadas como si fueran astronautas, en lugar de plantarles con semillas los campos y, proporcionarles agua depurada, medicinas y hospitales. La Palabra Muda, de Antonio Enrique, no es un monolito al pasado, es también un grito desaforado y abierto al horizonte, con el fin de que miremos alrededor, y veamos, que, aunque los hornos crematorios sean piezas de museo para ser visitadas, aquí, ante nuestros ojos, los muertos caen todos los días, como entonces, y si los contamos, nos daremos cuenta de que las cifras son muy parecidas. Los gritos de muerte en el Mediterráneo no llegan hasta aquí.
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