martes, 15 de enero de 2019

SAN ANTÓN

SAN ANTÓN Tito Ortiz.- Pasado mañana es san Antón, y sabido es que, en esta provincia más que tradición de bendecir a los animales, tenemos la de comérnoslos, sobre todo si se trata de cerdos. Todos conocemos el famoso dicho de: A todo cerdo le llega su san Antón. Y es que por estas fechas, ha de antigua la costumbre, por aquello de los fríos que por fin se hicieron presentes, de meterle al cuerpo una buena olla con toda su pringá y su habicas secas, para contrarrestar las inclemencias del termómetro, con sus hielos y escarchas. San Antón nació a mediados del siglo tercero en Egipto, y a eso de los veinte años, vendió todas sus posesiones, repartió el dinero entre los pobres y se marchó a fundar el movimiento ermitaño. A esa edad tan temprana, ya había descubierto que lo de vivir en comunidad no era lo suyo, y que encontraba en los animales una compañía menos hostil que en los humanos. Algo que nos pasa a otros también, dieciocho siglos más tarde. Pero hace sesenta años, por estas mismas fechas, los chiquillos del Albayzín, bajábamos hasta la Calderería, para ver los escaparates de “Casa Ninguno”, y reírnos con aquellos cerdos ataviados de castizos, ante una lumbre, mientras esperaban que hirviera la olla de san Antón, para dar buena cuenta de ella. Mientras observábamos la escena, cantábamos aquello famoso oído a nuestros abuelos de: San Antón mató un marrano, y no me dio las costillas. A san Antón le daremos, siete palos en las costillas. En estos días de ofertas gastronómicas para degustar la olla, imposible olvidar a mi querido y admirado, Antonio Torres, cocinero de “Chiquito”, que nos descubrió la posibilidad de saborear la mejor olla de San Antón, con la menor cantidad de grasa. Todo un descubrimiento, sin que en el plato falte ninguno de sus habituales ingredientes. Una tradición cuyo testigo dejó bien asegurado en el kiosco de “ Las Titas”, donde su amigo Pepe Torres, se encarga de rendirle un homenaje perpetuo, que tiene su colofón en sus anuales jornadas, a las que no faltan los mejores cocineros de Granada, que tanto lo admiraron en vida. La olla de san Antón, es un plato en esencia granadino hasta el espinazo, que a veces se come a hurtadillas, de tapadillo, en el más absoluto anonimato, debido a su riqueza en grasas y calorías. Tengo amigos con los que me como este manjar, pero a sabiendas de que en su casa no deben nunca saberlo, so pena de causa de divorcio, cuando no, de una bronca de dimensiones inconmensurables, ya que durante todo el año, la parienta los somete a un régimen estricto, acompañado de verduras hervidas como guarnición y la pastilla del colesterol, y por lo tanto, la dama no debe tener conocimiento jamás, de que aunque solo sea este día, se han saltado la dieta, dando al traste con todo lo programado gastronómicamente para el año. Y lo peor es que esta festividad, nos coge nada más haber salido de los excesos de las navidades, con lo que la tangana en casa – de saberse – puede dar lugar a suegras enfurecidas y mujeres “asartenadas” que te corren por los pasillos con intenciones homicidas. No en vano, y para evitar males mayores, hace ya varios años que fundé la sociedad secreta y clandestina de: Los amantes de la olla de san Antón, que veneran al cerdo y sus consecuencias. No digo aquí, donde hemos quedado este año para ponernos hasta las cejas, por temor a que los veganos nos hagan un scratch y salgamos en los papeles.

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