lunes, 16 de mayo de 2016
EL CHALECO BLANCO
EL CHALECO BLANCO
Tito Ortiz.-
Prenda de vestir en desuso pero bien apreciada por mí es el chaleco. Marca figura, abriga lo justo, te permite absoluta libertad de movimientos al carecer de mangas, y te aporta un toque de distinción, que ninguna otra contiene, pese a lo pequeño de su tamaño y que casi siempre va oculto por la chaqueta. El chaleco era consustancial al traje, formaba parte del, pero con el tiempo ha ido desapareciendo de los armarios, lo mismo que los sastres a medida de las casas particulares. Aquellos hombres que con la cinta métrica al cuello y el jaboncillo en la mano diestra, trazaban sobre el tejido la forma elíptica del patronaje con la perfección de un anatomista, mientras que con discreción te preguntaba hacia que lado cargabas. Con la desaparición del chaleco, también han dejado de usarse los relojes de bolsillo. De la media docena que conservo, guardo como oro en paño el regalado por mi padre cuando volví de la mili, una auténtica joya a la que hay que darle cuerda cada 24 horas. Y otro más moderno, de los que van a pilas, que me regalaron, Manolo Gómez y su familia, cuando me marché varios años a trabajar fuera de Granada. Chalecos sólo tengo uno, y es que cada vez es más difícil encontrarlos en las tiendas como prendas individuales, a no ser que vayan pegados a un chaqué o un traje de novio, y la verdad es que yo ya no estoy para esos trotes.
Mí chaleco es blanco. Está lleno de optimismo, el de las buenas gentes que por amor al arte se dedican a la música. En un bolsillo, el Coro Clásico, en el otro, la Orquesta Estable del Teatro. En la presilla de atrás, la constancia y la ilusión de un puñado de hombres y mujeres, entregados a hacer felices a los demás, gracias a su pasión por la música. Suena a zarzuela de la buena por los cuatro costados, y la estrenó en Junio de 1890 el maestro Chueca en el Teatro Felipe. Se podría decir que es un divertimento cómico-lírico, en el que unas lavanderas le cantan a los calzoncillos del señorito, un bollero pregona, se animan todos con un pasacalle militar, y además... bueno mejor serán que acudan al Isabel La Católica del 20 al 21 de éste mes, y lo comprueben ustedes mismos. Una vez más, Lirio José Palomar y Miguel Sánchez Ruzafa, han realizado un trabajo espléndido en pro de la música y de ésta ciudad. Una ciudad que solo está esperando a que muera cualquiera de los dos, para ofrecerles un sentido homenaje, por todo lo que estos dos enamorados de la música hacen desde hace años por ella. Ya se sabe que Granada, nunca mira a los ojos de un homenajeado, porque cuando llega el día del reconocimiento, éste yace bajo tierra, o ya, modernamente incinerado en el pabellón de los ilustres. Granada es incapaz de darle una alegría a nadie que lo haga bien mientras respira, a no ser en artículo mortis, para que se entere muy poco. Un hombre con los santos óleos dados por la extremaunción, tal vez merecería en ésta ciudad un homenaje, pero vamos, que si esperamos a que palmen, pues muchísimo más acorde con Granada y sus gentes. Mientras la parca se decide a visitarles, háganme un favor: No se pierdan el Chaleco Blanco, ni nada de lo que hagan estos dos titanes de la música granadina: Palomar y Ruzafa.
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