martes, 28 de marzo de 2017
ESCOLÁSTICO, VIENE DE ESCUELA
ESCOLÁSTICO VIENE DE, ESCUELA
Tito Ortiz.-
Una escuela viva y permanente, eso es Escolástico Medina. Un periodista de raza, de los de antes, un todo terreno que ha tenido la fortuna y la sagacidad de estar con los más grandes, entrevistarlos y contar con su amistad, gracias a eso que ahora no se lleva en la profesión: La discreción. Un don de incalculable valor, para el que no todos los periodistas estamos capacitados, en éste mundo de primicias, confidencias e infidelidades de alcoba. Tico Medina es un referente, para esta profesión que también cuenta entre sus filas, con desalmados, intrusos y advenedizos sin graduación. Lo vivido la semana pasada, en el programa de mayor audiencia de la televisión andaluza, no es más que el desencuentro entre un periodista que quiere llegar al fondo de la noticia “real”, y otro que por razones de amistad y respeto con el personaje de la noticia, camina sobre la línea de una verdad más amplia. Las dos posturas son comprensibles, pese a que el primero no consiga el titular, y el segundo, en un regate de veteranía, quiera salvar los muebles reales de una estancia, que a juzgar por las evidencias grabadas, son difíciles de defender, a no ser que se anteponga la lealtad y la amistad hacia la máxima institución emérita. Yo soy de Tico Medina hasta la médula, y no solo por razones de paisanaje, sino por mi admiración hacia el profesional del periodismo, desde que yo despertaba a ésta bendita e ingrata profesión. Desde que tuve el honor de compartir con él, aquel cuadernillo cultural de todos los domingos en el Diario Patria, al que los compañeros de talleres llamaron jocosamente, “El Tico-Tito”, porque entre los dos, rellenábamos sus páginas de actualidad. Él desde Madrid mandando sus escritos, y yo desde la calle Oficios. Lo escuchaba en la radio, lo leía en el Diario Pueblo, y lo seguía como corresponsal de guerra. Yo quería ser como él. En la televisión, lo tuve como referente junto a su compadre, Yale, cuando solo teníamos una. He visto sus películas y he leído sus libros, y en toda su obra que es mucha, ha sabido dejar siempre los granos de esa Granada, que lleva tatuada en el corazón. Lo admiro, lo reconozco, me reconozco en él y de mayor quiero ser como él. Por eso, después de asistir atónito a lo que ocurrió la semana pasada en directo en nuestra televisión, me pregunto si es necesario pasar por esos momentos, cuando se ha sido, y se es, todo en la profesión. Sobre todo cuando valorado más por lo que callas, que por lo que dices, continúas a pie de trinchera en la actualidad, que tristemente, permite que se te caigan los mitos y los referentes, intentando una defensa honrosa de todo aquello en lo que un día creíste, y hoy se te escapa entre los dedos de la mano, como la Arena Caliente de Los Pekeniques. Querido maestro, no sé si en tu lugar yo seguiría siendo fiel a la amistad real, y al secreto de confesionario regio, pero soy tan tuyo que ni me pertenezco. Siempre estaré de acuerdo con lo que tú hagas, aunque eso me parta el corazón. Soy más de Tico Medina, que Píñar, y si en algún momento me alejo algo de él, no paso de Bogarre. Te quiero maestro.
jueves, 23 de marzo de 2017
LA OTRA JUVENTUD EN GRANADA
LA OTRA JUVENTUD EN GRANADA
Tito Ortiz.-
Se derrama el Galán de Noche, por las tapias encaladas de los cármenes albaycineros, y su aroma, nos hace volver la mirada hasta encontrar sus hojas y flores, tapizando el blanco con su verde, como un surrealista cojín a modo de la enseña andaluza. Su inconfundible perfume, nos sujeta más si cabe a nuestra tierra, porque en ningún otro lugar, se puede disfrutar de su fragancia, paseando por un barrio milenario, en el que se asentaron todas las culturas que nos precedieron. El Albayzín Íbero y romano, de bereberes ziríes y su Alcazaba Cadima, el Arrabal de los Halconeros, los aguerridos zenetes, los constructores de la Alhambra. Ese Albayzín único en el mundo, que ha ispirado a poetas, músicos y pintores, es el que se atreve a competir en belleza con la Alhambra, colocándose frente a ella, consciente de su valía, y de su paternidad, pués desde aquí partían cada amanecer, con el canto del gallo, todos los trabajadores que construyeron el monumento alhambreño, y a el retornaban al atardecer, para comprobar embelesados entre violetas y naranjas de horizonte, la monumentalidad de su obra imperecedera. El Albayzín de cármenes, arriates y parterres, de pilarillos, aljibes y pilones, de agua cantarina perfumada por jazmines, de botijos a la sombra, de mecedoras al arrullo de los pajarillos, de cantes y coplas espontaneas, en la voz de vecinos y vecinas, castizas y bravías, de moño recogido y claveles en el pelo. Una costumbre ya casi perdida incomprensiblemente, la de que la mujer granadina luzca en su cabeza un par de claveles, lo mismo que el hombre lo porte en el agujero de la solapa, sin necesidad de que sea el día de la Cruz, ni el Corpus. El adorno de unos claveles ha sido en otra época moneda corriente y diaria de engalanamiento, que debemos recuperar a toda costa, pues se empieza olvidando una flor en el ojal, y se termina por no saber de donde eres, y ésta tierra se ha significado históricamente, por la guapura de sus gentes, y por ser pionera en tradiciones y costumbres. Fue Granada, la que tuvo una peña taurina femenina y señera: La Madroñera, cuyas componentes protagonizaban un espectacular desfile hacia la plaza, presumiento de mantilla, peineta, claveles y mantones de manila, cuando en otros puntos de Andalucía, no sabían que era eso. Lo mismo que el cuidado de los patios. Nosotros no hacemos concursos, pero siempre hemos tenido una vecina, o varias que se han encargado de que el patio estuviera de auténtica exposición. Yo recuerdo en mi patio del albayzín, como Carmela, una vecina ejemplar, se encargaba de que aquello pareciera un vergel. Tenía Carmela una tijera, la de limpiar el pescado, que manejaba con la técnica de un cirujano plástico. Había que verla por las mañanas, mientras cantaba con poderío, Torre de Arena de Marifé de Triana, como podaba los geranios, hasta dejarlos espercojaos y relucientes, y como mimaba con una balleta impregnada en aceite y agua, aquellas hojas inmensas de las pilistras, dejándoles un verde esmeralda brillante para toda la semana. Competía Carmela con el padre Mundina, y en muchas cosas o lo rectificaba o le llevaba la contraria, pero nuestro patio albaycinero era una puerta al paraiso. El tallo largirucho de las clavellinas, en aquello tiestos de gancho a la pared, parecían fuegos artificiales, repletos de fragancia albaicinera, y carmela cantaba mientras abonaba la enredadera, con mantillo y canela.
Fandango de Graná.
Un granadino de Plaza Nueva que nació ciego en aquella época, estaba abocado a vivir de la limosna y la caridad, pero estuvo protegido y bien aconsejado siempre. Ya de zagalón, la ONCE, como en tantas otras ocasiones, lo formó, lo educó y lo hizo músico. Primero llegaron los clásicos, pero un niño criado en la plaza de Santa Ana, donde el tranvía daba la vuelta, escuchando el quejío diario del Dauro y el lamento de las tres campanas, tiraba a flamenco seguro, y más teniendo en cuenta que en el barrio había dos o tres tabernas, donde afortunadamente no se prohibía el cante, y él, apostado en la puerta, con el oído que dios concede a quienes priva de la vista, se embelesaba escuchando a los aficionados parroquianos, enfrascados en lo más jondo de una seguiriya, ante una cuartilla de blanco en botella con corcho y caña. Vicente, el niño ciego de Plaza Nueva, era flamenco hasta en la postura ante la vida. Con redaños, inteligencia y trabajo, alcanzó a tocar con los grandes y para las grandes, dominó todos los instrumentos de plectro, y se paseó por el mundo llevando el nombre de granaíno, con orgullo. Más, siempre fue discreto en su vivir, y jamás reclamó para sí reconocimiento alguno, sino aquel que quisieron concederle. A mí juicio éste fue escaso y de bajo fuste, de acuerdo a todos sus merecimientos, pero a Granada le sale la vena de madrastra con tanta frecuencia, que eso ya no es noticia, como decimos los periodistas. "Pa" morirse.
La guitarra clásica y flamenca, ha perdido un pilar indispensable de esos ejecutantes que ya no quedan, con las raíces en Sábicas o Niño Ricardo, y que ahora, a base de imitadores de Paco de Lucía, tenemos pocas ocasiones de escuchar. Y era granadino de Plaza Nueva, que en su momento se codeó con las élites artísticas de su época, a los que acompañó, y que como solista, nos ha dejado páginas inolvidables de la más alta escuela del toque. Con un alto concepto de la amistad, y una conversación fluida y cordial, Vicente, degustó la vida, sin el menor reproche a la naturaleza, por haberle privado del sentido de la vista. Al contrario, fue generoso con sus semejantes, y jamás antepuso su discapacidad para pretextar algo. Se consideró uno más, y su fino sentido del humor nunca faltó a la cita.
Recuerdo a Vicente.
Pero el albayzín tiene un hermano que es el Sacromonte. Nos vamos de un barrio Flamenco a un barrio gitano, como si lo uno pudiera separarse de lo otro. El de la verea de enmedio, el de las cruces camino de la abadía, el de las siete cuestas, el de las catacumbas de san Cecilio y el de las cuevas de la zambra. Una gitanería señorial y artística, que ha sabido con su arte, atraer no solo a los buenos aficionados, sino a reyes, principes, jefes de estado, artistas de todas las disciplinas y estrellas de Hollywood. Lo que se hace en el Sacromonte no se hace en ningín otro sitio. El ritual de la boda gitana se conserva aquí, como parte exquisita de nuestra tradición. Desde la jondura de Juanillo, El Gitano, a la gracia de maría La Canastera, pasando por los Amaya, los Cortés, los Heredia. Desde la Faraona, a la Golondrina, desde las pitas a las chumberas, de las fogatas a la saeta a su cristo de cuatro clavos, el Sacromonte, es un pedazo de nuestra historia inseparable, con don Andrés Manjón, a lomos de una borriquilla, impartiendo educación, comida y vestido, a la banda del Ave María, dirigida por el maestro José Ayala. Algunos de aquellos niños, formaron parte de nuestra banda municipal que cumple cien años, como lo hicieron también los pioneros de la banda de la Fábrica de Polvoras de El Fargue. Feliz Cumpleaños. En una de sus cuevas, una afortunada noche, Antonio Sánchez Ramírez, El Compadre, fundó la hermandad del Rocío de Granada, en una servilleta de papel. El tango falseta, el de los merengazos, conviven con la cachucha, la mosca y la alboreá, formando parte de nuestro legado irrenunciable de la música granaina.
Alboreá
Tito Luís, como lo llamábamos los amigos, era conocido como, El Diamante Rubio. Misógino desde la cuna, al ser abandonado por su madre nada más nacer, se atrincheró trás unas gafas sin cristales y un bastón flexible a lo charlot para hacer reir y animar en todo. Su oronda figura era habitual en las tardes de los domingos en el viejo Los Cármenes, donde revestido con los colores de nuestro Granada, y portando un enorme sombrero andaluz con las listas blaquirojas, recorría todo el campo animando a la afición. Tampoco faltaba a las corridas de la monumental Frascuelo, donde su grito de: Música maestro, dirigido a la banda, animaba a la afición en el inicio de la faena de muleta. El Diamante Rubio, formó parte también de la cuadrilla de toreo cómico, que en Granada, capitaneaba, Antonio Rubito, tranviario de Churriana, conocido como El Gran Pirulo, que toreaba vestido de Charles Chaplin, utilizando su bastón para montar la muleta. De aquella cuadrilla de cómicos en el ruedo, formaron parte muchos granadinos, como Vaquerito, o Juanillo el barnizador, famoso por torear las vecerras, vestido de gitana, o de cantinflas. éste último me contaba, que durante muchos años, los toreros cómicos granadinos recorrieron la geografía española, como lo hacían entonces, El Bomero Torero, El Empastre, o El Chino Torero. Contaba con especial gracia, como en la postguerra, y para poder sacar rendimiento de las carnes, los empresarios les echaban para torear, no vecerras de un año, sino vacas cinqueñas ventajosas en el matadero, y de aquellas hazañas, contaba lo ocurrido en Diezma, donde la vaca era tan grande, que cuando se les quedaba a la altura de las zapatillas y echaba el aire por las facuces, era tanto y tan caliente, que ellos le pusieron de nombre, La Fogonera. Y eran las circunstancias tan paupérrimas, que por temor a quedarse sin el festejo, en el pueblo decidieron no sacrificarla, de tal modo, que durante más de diez años, les echaron para torear a la misma vaca, con la que ya lograron tener una amistad grande, y cada año, se despedían de ella abrazándola hasta el siguiente. La Fogonera, llegó a ser un compañero más de los toreros cómicos granadinos de la cuadrilla de El Gran Pirulo. Y como diría el Diamante Rubio:¡Música maestro!
La Tani
Era Matajacas, un subteniente del ejército de tierra, que presumía de lucir La Cruz Laureada de San Fernando, la máxima distinción española para hechos heróicos de guerra, que sólo una persona más tenía concedida: El general Franco. Matajacas decía haberla obtenido por su valentía en la defensa del Peñón de La Mata, en Cogollos Vega. Hasta casi la década de los años setenta del siglo pasado, Matajacas, se paseaba por el centro de Granada, con su uniforme militar, a lomos de una jaca blanca, perfectamente adiestrada para su recorrido, que comenzaba en las bodegas Castañeda, donde el subteniente daba cuenta de su acreditado vermut, mientras la jaca permanecía paciente en la puerta de la calle Almireceros. Sobre el brioso corcel, proseguía el recorrido hasta el bar Jandilla, donde después del chato de vino, la desataba de la aldaba en puerta del Corrral del Carbón, y andando se dirigían ambos hasta el cercano Cisco y Tierra, la jaca siempre dos pasos atrás del militar, como manda el reglamento. Era aquel el momento que aguardaba El Mananas, con su mono azul, el yugo y las flechas de Falange en el pecho y sus botas militares acharoladas, para dejar impecables las de montar de Matajacas. El animal aguardaba paciente en la puerta de la Casa de Socorro, hasta que su amo le silbaba, y ésta se dispònía a ser montada hasta Los Mariscos, junto al teatro Cine Regio, donde don Mariano Méndez, salía a acariciarle sus blancas crines. La siguiente estación era el club taurino, donde Matajacas ya no descabalgaba, y se hacía servir en la puerta el caldo correspondiente. De ahí, a la taberna del Elefante en Puerta Real, en la que El Bueno de Enrique y su mujer Encarna, atendían con esmero al habitual cliente, no sin elogiar la estraordinaria doma de aquel animal bendito, henchido de paciencia, que con solo un gesto de su dueño, sabía lo que tenía que hacer. Sobre la cabalgadura de nuevo, el borlo de su gorro de barco, le iba golpeando la nariz al ritmo sereno de la yegua postinera y elegante, que era la envidia de todos los paseantes, y de ésta guisa, el animal proseguía su ruta hasta la misma puerta de la basílica de nuestra patrona, donde sin ser avisada, giraba su cuerpo a la derecha para enfrentar la puerta, y con el jinete sobre sus lomos, la jaca se arrodillaba de sus manos delanteras, haciendo genuflexión a la virgen de las Angustias, mientras Matajacas, permanecía en el primer tiempo del saludo militar. Arrancados los aplausos de los presentes, al comprobar aquella escena, la jaca recuperaba su posición iniesta, y lentamente giraba hacia la puerta del bar de los hermanos Granados, donde su jinete respostaría de nuevo. Allí aguardaría una vez más paciente, atada a la reja.
La Reja
Granada no ha vuelto a vivir una rivalidad taurina, como la que protagonizaron los novilleros, Rafael Mariscal y Miguel Montenegro. Mariscalistas y montenegristas, llegaron incluso a las manos, por defender al torero de su afición. La escuela taurina del Club Taurino, se encargó de formarlos y lanzarlos a la gloria del toreo, para regocijo de una Granada taurina, que los vió trinfar, no solo en su tierra, sino en todas las plazas importantes de España y América. Aquellos dos niños granadinos, pusieron Vista alegre Boca abajo, la noche de su mano a mano, y Madrid se les rindió. Pronto surgieron sus peñas taurinas y la intención de contar con ellos para todo, en la ciudad que los vió nacer y crecer. Hasta La Albaicinera Virgen de La Aurora, llevó los bordados de sus vestidos de torear en el palio. Granada hervía con las dos aficiones encontradas, y el club taurino era entonces un centro de actividad frenética, hasta el punto de que un toro muerto, mató a un socio. Si he dicho bien, un toro muerto, mató a un socio. Costumbre era, que los taurinos se reunieran en el salón de la chimenea a leer el periódico, y un día ocurrió lo imposible. Una de las cabezas de toro que colgaba de la parded, con su placa en la que se leía, la gandería, el nombre del bicho y los caballos que había matado en la plaza del Triunfo, se descolgó al fallarle la alcayata, con tan mala fortuna que un socio que bajo ella leía el Ideal, resultó muerto en el acto. De los toros no puede uno fiarse, aunque estén muertos y disecados. Años más tarde, Granada iba a recobrar su afición y su ilusión taurina, con la irrupción de un torero diferente. Ricardo Puga, El Cateto, logró hacerse un hueco en la Granada taurina con su verdad taurómaca y originalidad porque se hacía anunciar en unos enormes carteles, vestido de pana y albarcas, con un haz de leña al hombro. Algunos decían ver en el, la reencarnación de otro mítico torero granadino, Miguel Gálvez, El Lechero, que en 1737 tuvo bastante renombre. Puga Cifuentes, El Cateto, nacido en Juviles, tomó la alternativa en Motril de manos de Curro Girón, y actuó como testigo un torerazo de nuestra tierra, José Julio Granada. El Cateto, en su corta trayectoria, revolucionó a la afición, y hoy su estirpe sigue siendo famosa, porque su sobrino, es el Mago Migue, tan querido por todos nosotros. El cateto, nos vino de la tierra de La Alpujarra.
Tierra de La Alpujarra
Una noche de Luna llena, y a la luz de las estrellas, Pepe Ladrón de Guevara, y Pepiniqui, vagaban por la ciudad después de haber cerrado todas las tabernas. Después de dar mil vueltas, lo único que encontraron abierto a esas horas de la madrugada, fue la Farmacia de don Pedro, en la placeta de san Gil, que estaba de guardia. Viendo el estado en que llegaban los dos, el mancebo, Pedro Camacho, les salió al encuentro y preguntó que querían, a lo que éstos respondieron que no encontraban ninguna taberna abierta a esas horas, y se preguntaban si en una farmacia habría algo de beber. El mancebo, después de pensar un poco, les dijo: Yo aquí lo único que les puedo ofrecer es Quina Santa Catalina, a lo que respondieron que se hicieran llegar hasta ellos una botella de quina y sendos vasos. El mancebo veía que los extraños clientes no tenían intención de marcharse, y que se hacían llenar los vasos una y otra vez, así que en un descuido, pasó a la rebotica, trajo algo que vertió en los vasos sin que los bebedores se dieran cuenta, y al cabo del rato los invitó a marcharse, no sin antes regalarle a cada uno, un rollo de papel higiénico del elefante, que los amigos no supieron interpretar, hasta que se habían alejado de la farmacia una dos calles. El laxante que el mancebo les había administrado, los tuvo durante dos días atados al retrete, cantando Adios Granada
Adiós Granada
Coincidimos una noche buscando a La Virgen de La Alhambra, los hermanos Garzón, del comercio, que iban con Carlos Cano y yo, porque fue una de esas ocasiones en las que la hermandad varió el recorrido, y pasó por el campo del Príncipe. Aprovechamos para pasar por la casa donde nació el cantante, en la Cuesta Rodrigo del Campo, subimos por la Puerta del Sol a los Alamillos, respostamos en Casa de La Trini, y así llegamos a los bosques de la Alhambra, para esperar a la Señora en su regreso. Durante el camino, recuerdo haber hablado con Carlos de Fraquito Yerbagüena, Francisco Ayala, Enrique Padial, de Gelu, Valen, de Rhut y Los Granada, José Antonio Cantaré, el maestro Novis y los Jueves Infantiles, Pepita Ávila, Rosita Ferrer, Li Morante, Paquito Rodríguez y El Mascota, su inseparable acompañante al órgano, Julián Granados, que tanto tiempo fue buscando a Lupita, y de nuestro Enrique Morente, que por fin triunfaba en Madrid. Ese mismo año, Carlos Cano le puso la voz a la marcha de semana santa, Pasan los Campanilleros, con la letra de Antonio Burgos, marcando un hito más en su carrera, y en la semana santa.
La banda y yo, os deseamos el mayor de los éxitos, en todos los actos dedicados a nosotros los mayores, y que aquí hemos inaugurado en la edición 2017. Nos despedimos con nuestra Granada por antonomasia, la de Agustín Lara.
Granada, de Lara
Pero antes de marcharnos, no me resisto a compartir con vosotros, una anécdota real. Sabéis que agustín lara compuso nuestra canción sin conocer la ciudad, allá por 1932, y la cantó con tal acierto, que estábamos en deuda con él. Por eso, la corporación municipal, lo invitó a conocernos. El Ayuntamiento de Granada, por Acuerdo del Pleno Extraordinario Municipal de 12 de junio de 1964, le nombró "Hijo Adoptivo", le hospedó en el Hotel Alhambra Palace y le ofreció una recepción en el Carmen de los Mártires, siendo objeto de numerosos obsequios, entre ellos una caja de taracea que contenía tierra granadina y de una batuta con empuńadura de plata. El multitudinario homenaje popular se hizo en el Paseo de los Tristes, a los pies de la Alhambra, aprovechando el escenario allí instalado durante las recién celebradas fiestas del Corpus. La Banda Municipal de Música interpretó los sones de Granada y fue incluso dirigida unos breves instantes por el propio Lara. Durante dos días, la corporación lo acompañó a conocer el Albayzín, el Sacromonte, La Alhambra, y terminados los fastos, se despidieron de él a las puertas del hotel, ya que a las once de la noche, partía en coche cama del exprés camino de Madrid. Alos ocho o diez días del acontecimiento, el director del Alhambra Palace, bajó al despacho del alcalde, Manuel Sola Rodríguez Bolívar, y le preguntó: ¿alcalde, que hacemos con la factura de don Agustín Lara?, pues lo de siempre, trae que te la firme y pasa por caja a que te la paguen. Es que la factura va por un pico. Hombre tampoco será tanto. Ya lo creo, es que el señor Lara, sigue hospedado en el hotel.
martes, 21 de marzo de 2017
BOABDIL
BOABDIL
Tito Ortiz.-
Yo, que estoy muerto, comprendo perfectamente a Boabdil, en su afán por llevarse consigo a sus muertos, una vez que los reyes católicos le invitaron a que dejara su reino. Al sufrimiento de abandonar su tierra, el rey granadino añadía el de tener que desenterrar a sus antepasados, y contemplando su osamenta, prepararlos para la partida definitiva. Un dolor infinito, que mi hermano, Antonio Enrique, describe con su habitual maestría y fidelidad, en ese último trabajo que me ha mandado, y que lleva por título, Boabdil, aquellos momentos históricos, con la sabiduría de hacérselos vivir al lector, como si los estuviera viendo ante sí. Mi hermano, es un niño de la antigua avenida de Calvo Sotelo, que creció escuchando el silbato del tren, desde la estación de ferrocarril cercana a su domicilio, en aquella Granada lejana, que entonces tenía trenes, no como hoy. Antonio Enrique, nos tiene acostumbrados a una escritura riquísima, digna del siglo de oro, como si a la hora de ponerse ante el desafío de la cuartilla en blanco, un espíritu superior y docto, lo poseyera para honor y gloria de las letras granadinas. Mi hermano, se autoexilió hace años de la ruidosa avenida de la Constitución y sus contornos, y en Accitania, ha encontrado el reposo necesario para la creatividad literaria y poética más excelsa y jamás contada en los últimos años. Como niño de 1953, supo encauzar su vocación en plena adolescencia, y ya nos regaló por entonces obras inmortales como, Poema de la Alhambra, La Armónica Montaña, o Kalaát Horra. Curtido en las batallas de los literatos, supo dar un paso atrás y dedicarse a lo suyo, sin entrar en competiciones fratricidas que solo conducen a la esterilidad creativa de los elegidos, como él, no en vano está adscrito a la, Literatura de la Diferencia, en un ejercicio permanente de heterodoxia, difícil de encontrar en otros autores de su generación. Y todavía le sobra tiempo para haber puesto en pie, la actividad cultural que hoy es el buque insignia de Guadix, su Aula Abentofail de Poesía y Pensamiento, por la que ya han pasado en los últimos años, las plumas y las mentes más acreditadas del panorama nacional e internacional.
Boabdil, me tiene absorto, es tal su riqueza histórica y literaria como obra completa, que se me hace doloroso cerrar el libro y no continuar su lectura. Quiero saber más, deseo llegar hasta el fondo, viajar en el tiempo y verme delante de Boabdil, viviendo con él, recordando con él monarca, impregnarme de su melancolía, llorar con él por Granada, su Granada y la mía, que es la misma, y que Antonio Enrique me la ha puesto ante los ojos, para que la viva en primera persona y la disfrute, como nunca antes la había sentido. Por eso no he podido reprimirme, y he recurrido a mi buen amigo, Jesús Bermúdez, para saber -incluso- que es lo que comía Boabdil en aquellos tiempos. Quiero saborear lo que el rey chico paladeaba, tener sus sensaciones gustativas, y para eso, Jesús me ha abierto un mundo nuevo para mí en el que, Antonio Fernández-Puertas, me ha aproximado a esa realidad de los sentidos comenzando por el siglo XIV. Y todo gracias a mi hermano, Antonio Enrique, cuya obra impagable, será reconocida por los siglos de los siglos. Termino, porque vuelvo al tacto de las páginas de ésta obra mayor, que, sin saberlo, llevaba toda mi vida y toda mi muerte esperando. Gracias hermano.
jueves, 16 de marzo de 2017
MEDIO SIGLO CONTANDO LA SEMANA SANTA
MEDIO SIGLO CONTANDO LA SEMANA SANTA
Tito Ortiz.-
Massiel había ganado ya Eurovisión, Salomé también, y el hombre estaba a punto de llegar a la Luna. En ese ambiente de euforia colectiva, aquella Granada de tan solo tres emisoras de radio en Onda Media, ponía las bases para lo que en un futuro sería contar la semana santa, algo que solo ocurría con un programa dedicado al efecto, en la sintonía de Radio Popular. El cofrade murciano, José Antonio Lacárcel, ponía como sintonía la marcha, Amarguras, de Font de Anta. El cofrade alhambreño, José Luís de Vicente, de voz radiofónica, unía a sus cualidades profesionales, la suerte de ser nieto del fundador de la hermandad, que desde hace tanto tiempo reina en el recinto Nazarí. El tándem era perfecto y de Vicente eligió el nombre del programa sin demasiado esfuerzo. Lo llamó, Cruz de Guía, lo mismo que el boletín informativo que editaba su hermandad querida de La Alhambra.
Aquellas noches de cuaresma fueron inolvidables. Escuchar por la radio a dos hombres hablar de nuestra semana santa, de nuestros pasos, de nuestras imágenes, de nuestro paisaje, de nuestra música sacra, era algo sin precedentes, que después sería copiado por la competencia de forma seriada, pero de ellos fue la primera piedra, de un edificio que hoy afortunadamente sigue en pie.
Pero quiso el destino, que a comienzos de los setenta del siglo pasado, yo apareciera por los estudios para ser entrevistado por José Antonio Lacárcel, con motivo de dirigir el recientemente creado grupo de teatro de Juventudes Musicales en Granada, no desaproveché la ocasión para felicitarlo por aquel programa de semana santa que me enganchaba a la radio todas las noches. Me preguntó si yo era cofrade, le respondí que de La Virgen de La Aurora, desde los siete años, e inmediatamente me invitó a formar parte de su equipo. Pasaron pocos años, José Luís de Vicente marchó a Sevilla a expandir su empresa, José Antonio Lacárcel, asumió otras responsabilidades, y me dejaron solo ante el peligro de contar la semana santa de mi tierra. En agradecimiento a los dos que me precedieron, seguí llamando al programa Cruz de Guía, y la sintonía fue siempre, Amarguras, de Font de Anta. Pero yo quería más, y para eso tuve un aliado, que sin él, no hubiera sido posible llevar a cabo otros logros que hasta entonces no se habían conseguido. Pepe Campos de España, fue siempre mi compañero inseparable, que no dudó en poner toda su sabiduría como operador de sonido y técnico electrónico, al servicio de mis ideas. Hasta entonces, solo con una línea microfónica, se solían trasmitir los desfiles de penitencia, desde la tribuna oficial instalada en la plaza del Carmen. Pero yo quería más, deseaba llevar hasta el oyente, no solo la solemnidad del paso por la carrera oficial, yo quería que el bullicio, la alegría, el calor de los barrios se transmitiera por la radio, y le propuse a Pepe poder radiar las salidas de las hermandades de sus templos, las llegadas, y los puntos del recorrido con mayor interés, y Pepe se puso manos a la obra.
En una lata de carne de membrillo, Pepe Campos de España, en su taller estudio instalado en el campanario de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, comenzó a soldar cables, transistores, placas, y en pocos días, tuvo lista una unidad móvil, que con un alambre por antena, y chupando corriente de su coche particular, un Seat 124 de la época, nos permitió transmitir, momentos que hasta entonces no se habían vivido en directo por la radio. Desde la salida de la Borriquilla por la puerta de San Andrés, a la llegada en solitario del Rescate. Especialmente emocionante fue transmitir por vez primera el paso de mi Aurora, por los Grifos de San José, junto a la casa de Enrique Morente, la llegada del Silencio, y ya para rizar el rizo, algo único, conseguir permiso de la hermandad alhambreña, y de su capataz, Antonio Sánchez Osuna, para narrar en directo el paso de La Alhambra, por el interior de la Puerta de La Justicia. Aquel Jueves Santo, tuve la suerte de que me acompañara en la narración, venido expresamente de Sevilla, José Luís de Vicente. Fue una tarde inolvidable, con la suelta de las palomas y el encendido de las bengalas. Pero la magia de la radio no se quedó en eso. También tuvimos oportunidad de contarles a los oyentes lo que no estaba pasando, y fue uno de los mayores éxitos. Acreditado como estaba ya nuestro programa de cuaresma, y valoradas las transmisiones en directo por todos, la cadena se interesó por nosotros, y nos propusieron transmitir para toda España desde Granada, algo que fuera llamaba mucho la atención: La procesión de los Gitanos. Acordamos una conexión desde la Plaza del Carmen, entre las siete y las ocho de la tarde, para contarle al mundo como era el cortejo del Santísimo Cristo del Consuelo. Pero el hombre propone, y Dios dispone. Quiso la divina providencia que en aquellos años, la hermandad errante de los gitanos, anduviera sin iglesia de salida, hasta el punto de que tenía que echarse a la calle, desde un garaje prestado al afecto en la placeta de Cuchilleros, pero la organización se fue complicando tanto, que a la hora en que la cabeza de procesión debería estar en la esquina de Paños Ramos, para pedir la venia en tribuna, aún no había salido el primer penitente del famoso garaje, así que de esta guisa, nos dieron paso desde nuestra central en Madrid, para transmitir la procesión de los gitanos para toda España, en vivo y en directo, y dicho y hecho. Ante la sorpresa de los pocos ocupantes de los palcos, y en ausencia del cortejo, yo dije: Muy buenas tardes desde la ciudad de La Alhambra, y a partir de ahí, comencé a describir desde la Cruz de Guía escoltada por sus dos faroles, a las distinta secciones de penitentes, el paso del cristo, con sus promesas en los varales externos, y así hasta llegar al último músico que cerraba el cortejo. Pepe Campos, al oírme y comprobar que estaba describiendo en directo un cortejo inexistente, se vino a mi lado, sacó dos destornilladores de su maletín, y recordando sus tiempos de mili, como tambor en la marina, comenzó a redoblar sobre el asiento metálico de una silla de la tribuna marcha a paso lento. Con aquel fondo a mis palabras, a oídos del oyente todo discurría con total normalidad. Terminada la procesión, dí por concluida la conexión y me despedí. Aún no había salido la cruz de los gitanos de la placeta de Cuchilleros, pero los españoles la habían escuchado pasar por la tribuna oficial. Misión cumplida. El Lunes de Pascua a primera hora, había un fax de la dirección general de Madrid, sobre la mesa del director, felicitándonos a Pepe y a mí, por los momentos emocionantes vividos durante el paso del cristo de los gitanos por la tribuna de Granada. Nunca supieron que la hermandad llegó con casi dos horas de retraso, cuando la conexión ya estaba más que terminada, casi olvidada.
Con aquella rudimentaria unidad móvil, transmitimos en directo los primeros ensayos de los costaleros cofrades, figura emergente entonces que vino para quedarse, rescatando así a la semana santa de un abandono que a punto estuvo de hacerla desaparecer. Radiamos el nacimiento de nuevas hermandades, el cambio de día de salida, los nuevos itinerarios, el paso por la plaza de Bibarrambla, pedimos insistentemente el paso de las hermandades por el interior de la Catedral, la total inclusión de la mujer, en fin, que nos pusimos en la vanguardia de un movimiento cofrade, que ha transformado la semana santa, y que en los últimos cincuenta años, ha tenido como protagonista de excepción, abriendo el camino a otros, a Radio Popular de Granada. Lo mejor de éste medio siglo, es sin duda, el equipo humano que lo ha hecho posible, sin cuyo entusiasmo y dedicación no hubiera sido posible, porque la semana santa, no solo hay que contarla, hay que trasmitirla, para que el oyente se emocione con nosotros. Ese es el éxito. Gracias compañeros/as.
martes, 14 de marzo de 2017
PEPE, ME PERSIGUE
PEPE, ME PERSIGUE
Tito Ortiz.-
Esto de estar muerto tiene muchas disculpas, la gente es muy benevolente, cuando te sabe en el otro barrio. Asuntos que en vida hubieran levantado su ira, al saber que ya no eres de éste mundo, te son perdonados con mayor indulgencia y comprensión. Sin ir más lejos: Ayer me saludó en Puerta Real, mi amigo y compañero de página y sección, Juan Santaella, al que conozco desde que él tenía pelo, que ya es decir, y sin saber por qué, le llamé Pepe, y me quedé tan agusto. Sonrío, me dio un apretón de manos, y siguió su camino. Otro en su lugar hubiera dicho como mínimo, ¿qué Pepe ni que ocho cuartos, es que no me conoces? Pero Juan, marchó como un caballero. Porque no hay que olvidar, que en esto de equivocarte de nombre, hay quién tiene muy malas pulgas. Hay personas que nos las veías en treinta años, y se te ocurre dudar con su nombre, y te has buscado un enemigo para toda la vida. Luego está el tonto de la mili. Ese, se da por ofendidísimo. Coincidisteis solo tres meses en Viator, teníais dieciocho años, delgados como palos y sonrientes, y cincuenta años más tarde, te lo encuentras en una estación de tren, – no hay que ser in lince para saber que no era Granada – te abraza como un oso, te zarandea como si estuviera vareando aceitunas, te grita al oído: Pero hombre, ¿no te acuerdas de mí? Sí hombre, soy Martínez, el corneta de la dieciocho compañía. Y ante ti hay una bola de cebo, calva, que se empeña en que no ha pasado el tiempo, y que estamos iguales. Después de aquello, yo salí por el andén dando gritos, y me pararon en la estación siguiente. Pero a pesar de estar muerto me debe estar pasando algo en el asunto neuronal, porque lo de llamarle a todo el mundo Pepe, me está ocurriendo cada vez con mayor frecuencia. El otro día estaba tomándome un vermut en La Mancha, y junto a mí, parsimonioso y tranquilo, se tomaba otro mientras ojeaba Ideal, Paco Molero, al que no dudé en llamarlo Pepe. Él, por lo bajini y sin que nadie lo advirtiera, me repitió dos veces: Paco, soy Paco, y seguimos la conversación como si tal cosa. El caso es que en los últimos tiempos, el nombre de Pepe, se lo encasqueto al primero que pasa por la puerta, y me quedo más ancho que pancho. No tengo explicación para ésta falta en el discurso que diría mi admirado, Sigmun Freud. Tal vez eche de menos más contacto con Pepe Cantero, ese gran actor granadino que comenzó en La Voz de Granada, y al que admiro profundamente. O tal vez esté yo reclamando, mayor número de vinos y conversación con mi ídolo, Pepe Ladrón de Guevara, en la taberna de El Elefante, junto a mí hermano, Enrique, para recordar cómo le dábamos de comer en su casa de la calle Primavera, carne picada a su búho escondido en una caja de cartón de una estufa Agni, para que no fuera descubierto por un vecino guardia civil, mientras escuchábamos cintas de magnetofón con los discursos del Ché Guevara. También es posible que necesite más lecciones de flamenco, de mi entrañable Pepe Delgado, del que tanto sigo aprendiendo, en fin, que los Pepes me persiguen, como el éxito, pero yo corro más.
miércoles, 8 de marzo de 2017
CON LO QUE NOSOTROS SOMOS
CON LO QUE NOSOTROS SOMOS
Tito Ortiz.-
Llevo meses muerto, y palmé con la pena de que no vería nunca funcionar el metro. Camino del crematorio, vistiendo uno de esos ataúdes modernos y ecológicos, en tonos pastel, lloraba desconsoladamente, porque nunca vería llegar el AVE a la estación de Andaluces, y mucho menos soterrado. Mientras esparcían mis cenizas en el reloj del Sol del Llano de La Perdiz, hacía pucheros porque ya nunca estaría en el corte de cinta que inaugurará -sabe dios cuando- la segunda circunvalación, sobre todo, porque lo lógico sería terminar antes la primera: La única circunvalación del mundo cuyo anillo no está cerrado, que eso si que tiene su aquel. Del funicular a la sierra, de eso ya ni hablamos. Del gran espacio escénico, donde poder representar ópera, la última vez que en vida hablé con un político en Madrid, soltó una carcajada tan grande, que tuve que volver a encajarle la mandíbula en Berrio, donde dábamos cuenta de un buen puchero granaíno. Casi me ocurrió lo mismo, cuando le hablé de quitar los cables y las antenas del Albayzín. Estuvo a punto de atragantarse con la morcilla. Pero cuando le dije que ya era inaplazable, dotar a Sierra Nevada de un parque de bomberos, entró en parada cardiaca, así que trás reanimarlo, lo dejé que llegara tranquilo a los piononos y que al menos disfrutara del postre. Si quieres que, a alguien con responsabilidades políticas, le cambie el color de la cara y se le alargue el rictus, no tienes más que tirar de archivo y preguntarle por proyectos pendientes en Granada. Ésta provincia de nuestras entretelas, como el papel en blanco, lo aguanta todo. En ningún otro lugar de España hubieran admitido llevar años, sin conexión por ferrocarril con el resto del continente, pero nosotros lo soportamos todo con un estoicismo, sino indolencia, dignos de admiración. La infrautilización de un aeropuerto interprovincial, solo es admisible aquí. Yo que viví el nacimiento del Polo de Desarrollo, con tan solo una fábrica de cañas de pescar, gracias a las gestiones de, Vicente González Barberán, tengo desde el otro mundo la sensación de que el tiempo no ha pasado. Las personas envejecemos y morimos en ésta tierra, pero los proyectos siguen siendo los mismos. ¿Para cuando el tren a Motril?
Si el Duque de San Pedro de Galatino no hubiera hecho la carretera de la sierra, seguiríamos subiendo en mulo por las trochas. Nuestra capacidad de aguante no tiene fin, no hay quién pueda con nuestro conformismo. Las cosas son como son. ¿para qué cambiarlas? De todas formas, la Alhambra está ahí, no se la van a llevar. Eso sí, los turistas nos molestan mucho. No nos dejan andar tranquilos por la calle. Deberían venir solo un domingo al mes, todos los días son un latazo. Las autoridades deberían hacer algo. Y la Universidad que no siga creciendo, que no sabemos dónde meter tanto estudiante. Y por favor, que el museo del Parque de Las Ciencias, deje de atraer a tanta gente. Y si no, que Ernesto Páramo, ponga una puerta exclusivamente para que entremos los granadinos. ¿Qué es eso de que nosotros tengamos que hacer cola para entrar al museo? Es que no tienen consideración con los granadinos. ¡¡¡ Con lo que nosotros somos¡¡¡. Vamos hombre... por Dios.
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