martes, 14 de marzo de 2017

PEPE, ME PERSIGUE

PEPE, ME PERSIGUE Tito Ortiz.- Esto de estar muerto tiene muchas disculpas, la gente es muy benevolente, cuando te sabe en el otro barrio. Asuntos que en vida hubieran levantado su ira, al saber que ya no eres de éste mundo, te son perdonados con mayor indulgencia y comprensión. Sin ir más lejos: Ayer me saludó en Puerta Real, mi amigo y compañero de página y sección, Juan Santaella, al que conozco desde que él tenía pelo, que ya es decir, y sin saber por qué, le llamé Pepe, y me quedé tan agusto. Sonrío, me dio un apretón de manos, y siguió su camino. Otro en su lugar hubiera dicho como mínimo, ¿qué Pepe ni que ocho cuartos, es que no me conoces? Pero Juan, marchó como un caballero. Porque no hay que olvidar, que en esto de equivocarte de nombre, hay quién tiene muy malas pulgas. Hay personas que nos las veías en treinta años, y se te ocurre dudar con su nombre, y te has buscado un enemigo para toda la vida. Luego está el tonto de la mili. Ese, se da por ofendidísimo. Coincidisteis solo tres meses en Viator, teníais dieciocho años, delgados como palos y sonrientes, y cincuenta años más tarde, te lo encuentras en una estación de tren, – no hay que ser in lince para saber que no era Granada – te abraza como un oso, te zarandea como si estuviera vareando aceitunas, te grita al oído: Pero hombre, ¿no te acuerdas de mí? Sí hombre, soy Martínez, el corneta de la dieciocho compañía. Y ante ti hay una bola de cebo, calva, que se empeña en que no ha pasado el tiempo, y que estamos iguales. Después de aquello, yo salí por el andén dando gritos, y me pararon en la estación siguiente. Pero a pesar de estar muerto me debe estar pasando algo en el asunto neuronal, porque lo de llamarle a todo el mundo Pepe, me está ocurriendo cada vez con mayor frecuencia. El otro día estaba tomándome un vermut en La Mancha, y junto a mí, parsimonioso y tranquilo, se tomaba otro mientras ojeaba Ideal, Paco Molero, al que no dudé en llamarlo Pepe. Él, por lo bajini y sin que nadie lo advirtiera, me repitió dos veces: Paco, soy Paco, y seguimos la conversación como si tal cosa. El caso es que en los últimos tiempos, el nombre de Pepe, se lo encasqueto al primero que pasa por la puerta, y me quedo más ancho que pancho. No tengo explicación para ésta falta en el discurso que diría mi admirado, Sigmun Freud. Tal vez eche de menos más contacto con Pepe Cantero, ese gran actor granadino que comenzó en La Voz de Granada, y al que admiro profundamente. O tal vez esté yo reclamando, mayor número de vinos y conversación con mi ídolo, Pepe Ladrón de Guevara, en la taberna de El Elefante, junto a mí hermano, Enrique, para recordar cómo le dábamos de comer en su casa de la calle Primavera, carne picada a su búho escondido en una caja de cartón de una estufa Agni, para que no fuera descubierto por un vecino guardia civil, mientras escuchábamos cintas de magnetofón con los discursos del Ché Guevara. También es posible que necesite más lecciones de flamenco, de mi entrañable Pepe Delgado, del que tanto sigo aprendiendo, en fin, que los Pepes me persiguen, como el éxito, pero yo corro más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario