martes, 21 de marzo de 2017
BOABDIL
BOABDIL
Tito Ortiz.-
Yo, que estoy muerto, comprendo perfectamente a Boabdil, en su afán por llevarse consigo a sus muertos, una vez que los reyes católicos le invitaron a que dejara su reino. Al sufrimiento de abandonar su tierra, el rey granadino añadía el de tener que desenterrar a sus antepasados, y contemplando su osamenta, prepararlos para la partida definitiva. Un dolor infinito, que mi hermano, Antonio Enrique, describe con su habitual maestría y fidelidad, en ese último trabajo que me ha mandado, y que lleva por título, Boabdil, aquellos momentos históricos, con la sabiduría de hacérselos vivir al lector, como si los estuviera viendo ante sí. Mi hermano, es un niño de la antigua avenida de Calvo Sotelo, que creció escuchando el silbato del tren, desde la estación de ferrocarril cercana a su domicilio, en aquella Granada lejana, que entonces tenía trenes, no como hoy. Antonio Enrique, nos tiene acostumbrados a una escritura riquísima, digna del siglo de oro, como si a la hora de ponerse ante el desafío de la cuartilla en blanco, un espíritu superior y docto, lo poseyera para honor y gloria de las letras granadinas. Mi hermano, se autoexilió hace años de la ruidosa avenida de la Constitución y sus contornos, y en Accitania, ha encontrado el reposo necesario para la creatividad literaria y poética más excelsa y jamás contada en los últimos años. Como niño de 1953, supo encauzar su vocación en plena adolescencia, y ya nos regaló por entonces obras inmortales como, Poema de la Alhambra, La Armónica Montaña, o Kalaát Horra. Curtido en las batallas de los literatos, supo dar un paso atrás y dedicarse a lo suyo, sin entrar en competiciones fratricidas que solo conducen a la esterilidad creativa de los elegidos, como él, no en vano está adscrito a la, Literatura de la Diferencia, en un ejercicio permanente de heterodoxia, difícil de encontrar en otros autores de su generación. Y todavía le sobra tiempo para haber puesto en pie, la actividad cultural que hoy es el buque insignia de Guadix, su Aula Abentofail de Poesía y Pensamiento, por la que ya han pasado en los últimos años, las plumas y las mentes más acreditadas del panorama nacional e internacional.
Boabdil, me tiene absorto, es tal su riqueza histórica y literaria como obra completa, que se me hace doloroso cerrar el libro y no continuar su lectura. Quiero saber más, deseo llegar hasta el fondo, viajar en el tiempo y verme delante de Boabdil, viviendo con él, recordando con él monarca, impregnarme de su melancolía, llorar con él por Granada, su Granada y la mía, que es la misma, y que Antonio Enrique me la ha puesto ante los ojos, para que la viva en primera persona y la disfrute, como nunca antes la había sentido. Por eso no he podido reprimirme, y he recurrido a mi buen amigo, Jesús Bermúdez, para saber -incluso- que es lo que comía Boabdil en aquellos tiempos. Quiero saborear lo que el rey chico paladeaba, tener sus sensaciones gustativas, y para eso, Jesús me ha abierto un mundo nuevo para mí en el que, Antonio Fernández-Puertas, me ha aproximado a esa realidad de los sentidos comenzando por el siglo XIV. Y todo gracias a mi hermano, Antonio Enrique, cuya obra impagable, será reconocida por los siglos de los siglos. Termino, porque vuelvo al tacto de las páginas de ésta obra mayor, que, sin saberlo, llevaba toda mi vida y toda mi muerte esperando. Gracias hermano.
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