martes, 28 de marzo de 2017
ESCOLÁSTICO, VIENE DE ESCUELA
ESCOLÁSTICO VIENE DE, ESCUELA
Tito Ortiz.-
Una escuela viva y permanente, eso es Escolástico Medina. Un periodista de raza, de los de antes, un todo terreno que ha tenido la fortuna y la sagacidad de estar con los más grandes, entrevistarlos y contar con su amistad, gracias a eso que ahora no se lleva en la profesión: La discreción. Un don de incalculable valor, para el que no todos los periodistas estamos capacitados, en éste mundo de primicias, confidencias e infidelidades de alcoba. Tico Medina es un referente, para esta profesión que también cuenta entre sus filas, con desalmados, intrusos y advenedizos sin graduación. Lo vivido la semana pasada, en el programa de mayor audiencia de la televisión andaluza, no es más que el desencuentro entre un periodista que quiere llegar al fondo de la noticia “real”, y otro que por razones de amistad y respeto con el personaje de la noticia, camina sobre la línea de una verdad más amplia. Las dos posturas son comprensibles, pese a que el primero no consiga el titular, y el segundo, en un regate de veteranía, quiera salvar los muebles reales de una estancia, que a juzgar por las evidencias grabadas, son difíciles de defender, a no ser que se anteponga la lealtad y la amistad hacia la máxima institución emérita. Yo soy de Tico Medina hasta la médula, y no solo por razones de paisanaje, sino por mi admiración hacia el profesional del periodismo, desde que yo despertaba a ésta bendita e ingrata profesión. Desde que tuve el honor de compartir con él, aquel cuadernillo cultural de todos los domingos en el Diario Patria, al que los compañeros de talleres llamaron jocosamente, “El Tico-Tito”, porque entre los dos, rellenábamos sus páginas de actualidad. Él desde Madrid mandando sus escritos, y yo desde la calle Oficios. Lo escuchaba en la radio, lo leía en el Diario Pueblo, y lo seguía como corresponsal de guerra. Yo quería ser como él. En la televisión, lo tuve como referente junto a su compadre, Yale, cuando solo teníamos una. He visto sus películas y he leído sus libros, y en toda su obra que es mucha, ha sabido dejar siempre los granos de esa Granada, que lleva tatuada en el corazón. Lo admiro, lo reconozco, me reconozco en él y de mayor quiero ser como él. Por eso, después de asistir atónito a lo que ocurrió la semana pasada en directo en nuestra televisión, me pregunto si es necesario pasar por esos momentos, cuando se ha sido, y se es, todo en la profesión. Sobre todo cuando valorado más por lo que callas, que por lo que dices, continúas a pie de trinchera en la actualidad, que tristemente, permite que se te caigan los mitos y los referentes, intentando una defensa honrosa de todo aquello en lo que un día creíste, y hoy se te escapa entre los dedos de la mano, como la Arena Caliente de Los Pekeniques. Querido maestro, no sé si en tu lugar yo seguiría siendo fiel a la amistad real, y al secreto de confesionario regio, pero soy tan tuyo que ni me pertenezco. Siempre estaré de acuerdo con lo que tú hagas, aunque eso me parta el corazón. Soy más de Tico Medina, que Píñar, y si en algún momento me alejo algo de él, no paso de Bogarre. Te quiero maestro.
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