martes, 24 de abril de 2018
MARACENA
MARACENA
Tito Ortiz.-
Llega el metro a Maracena, donde tantas veces fui con mis padres en el viejo tranvía de color amarillo o azul azafata, a visitar a Pepe “El Músico” y su mujer Paca, que, con sus hijos, José Manuel y Conchita, vivían en la calle, El Palo número siete. Aquí se habían mudado, después de haber compartido con nosotros muchos años, junto a otros vecinos ilustres, la vieja casa albaycinera del Callejón del Señor número trece, donde compartíamos un solo retrete para más de treinta vecinos y una sola pila de lavar, que las mujeres se asignaban por horas y días en buena armonía, porque más que vecinos éramos todos una gran familia, al más puro estilo, Rue del Percebe número trece. Todo era compartido y lo que era de uno era de todos, ya fuera comida o vestido, en aquella década de los cincuenta, no había remilgos. Llega el metro a Maracena, aquel pueblo a las afueras que hoy está dentro, cuyos habitantes se repartían entre la agricultura y la construcción. Donde los maestros de obras crecían laboriosos, entre chapuces y nuevas construcciones, y donde las ventas de alrededor, tenían fama de buenas viandas para compartir los domingos con la familia, mientras los chiquillos jugábamos al escondite o a la lima, las niñas a la rayuela o se mecían con las canciones heredadas por los abuelos. También la ganadería tenía aquí buen feudo, pero hoy ya, Maracena pertenece a la urbe y no son pocos los nacidos capitalinos que viven en el municipio, integrados perfectamente, gracias a las buenas conexiones con el centro, entre las que destaca desde hace meses nuestro metropolitano. Maracena, de importante pasado romano, vio nacer a, Sawar Ibn Hamdum, recio árabe de gran influencia en Granada, y también contempló la muerte en plena reconquista de don Martín Vázquez de Harce, al que la historia conoce mejor como, El Doncel de Sigüenza, cuyo sepulcro en la Catedral de su tierra, es reconocido y venerado como joya del arte Gótico. Marcena es un ejemplo hoy de convivencia entre diferentes etnias, culturas y religiones. En su casco urbano, conviven pacíficamente las muestras arquitectónicas de un pasado de esplendor en la época del cultivo de la remolacha, o modernos edificios del más actual de los trazados. Sin perder el calor de lo cercano, se ha adaptado perfectamente a los tiempos cosmopolitas, los vecinos disfrutan del Metropolitano y sus ventajas, haciendo del municipio una extensión más de la capital. Hubo un tiempo – ya pasado – en el que los maraceneros presumían de su rudeza y agreste personalidad, parecía que ser más “castroja” era signo de distinción, pero esa moda ya pasó, aunque no puedo olvidar las carcajadas que yo soltaba en clase de cirugía, ante el extraordinario sentido del humor del profesor, Manuel Enrique López -Cantarero Ballesteros, cuando con su corpachón y voz de gigante, nos hacía la comparativa con su compañero de asignatura, un francés pequeñito de voz atiplada, que no había conseguido dejar el acento galo, pese a tantos años en Granada, y junto a Cantarero, claro, una eminencia en lo suyo, al que Noel tuvo el acierto de dedicarle una avenida en dirección a Albolote, por donde discurren las vías de éste metropolitano, que poco a poco completa su trayecto portando en sus vagones a gentes de todo tipo y condición, que bien leyendo o teléfono en mano, llegan a esta Maracena moderna cargada de historia, dotada de buenos servicios y ejemplo de crecimiento armonioso, que ya no compite con la capital, sino que se siente parte de ella.
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