ANECDOTARIO
COFRADE GRANATENSIS
Tito
Ortiz.-
Cronista
Oficial de la Ciudad de Granada
La década de los setenta del
siglo pasado, la semana santa de Granada, vivió lo peor y lo mejor de su
historia. Primero fue la decadencia total, con hermandades que no salían para
hacer su estación de penitencia, cortejos ridículos en otras, con hábitos
rabicortos, manchados y zapatillas de deporte de lona azul marino, sin guantes
y el capirote doblado. A lo que se
añadía la espalda de la autoridad eclesiástica, que no permitía entrar en la
Catedral a las Hermandades, obligándolas a quebrantar sus estatutos, donde reza
que, la salida de penitencia solo se justifica si se hace, hasta el interior de
la santa iglesia catedral metropolitana. Actitud de la iglesia instituida tan
incomprensible, dio lugar a uno de los hechos anecdóticos, más singulares de
las cofradías granadinas. La realización de un mazo de madera, bien
ornamentado, que la hermandad de Las Penas, hacía portar en el cortejo sobre un
cojín de terciopelo, bellamente engalanado, y que cuando el desfile penitencial
llegaba a las puertas catedralicias, el hermano mayor asía el martillo con
fuerza, y golpeaba tres veces la cancela de la seo que impedía el paso a un
templo con las luces apagadas y las puertas cerradas, como si con ellos no
fuera la semana santa. Protesta tan sutil jamás imaginada, o petición clemente
de que la iglesia se diera por enterada de que la semana santa existía en
Granada, desde el siglo XV, y que el respaldo eclesiástico en otras provincias
era muy distinto, a favor de las hermandades.
La situación llegó a ser tan
alarmante que, el propio Consejo de Hermandades sevillano, abrió una cuenta
corriente en una entidad bancaria de la calle Sierpes, para salvar la semana
santa de Granada. La cosa pintaba mal, a lo que se unía el chantaje continuo de
los costaleros profesionales, cuyas exigencias económicas dieron más de un
disgusto a las juntas de gobierno, que se vieron con los pasos a tierra en
mitad del recorrido, si no se accedía a sus exigencias, que nada tenían que ver
con lo pactado por el recorrido. Pero el milagro para levantar la semana santa
de Granada, surgió de una juventud que de pronto tomó conciencia de que hacía
falta su colaboración para solucionar el conflicto. Esa juventud se puso una
camiseta, una faja, calzó alpargatas de esparto, se metió debajo se los tronos
para desplazar a los profesionales, con la mejor de las acreditaciones: Se
convirtieron en cofrades costaleros, llegando incluso a fundar nuevas
hermandades que sirvieron de revulsivo para recuperar las que ya no salían, y
desde entonces, la semana santa de Granada es otra muy distinta.
EL SOTA
Aquella era una noche más de
verano, en la taberna de “El Sota” en el barrio del realejo, donde se daba cita
la emergente costalería de Granada, principalmente de La Santa Cruz y La
Concha, con marchas cofrades a toda pastilla en el radio-casete, y las copas
finas posadas sobre la barra. Al dar las doce, José Ocaña, bajó la persiana del
local para cumplir con la normativa de los ruidos, se salió de la barra,
dejando a cargo de escanciar a Jesús Ortiz, cofrade número uno de La
Concepción, uniéndose a la reunión de una treintena costalera de primer orden, aunque
lo que reinaba en el local, eran los efluvios y proyectos ilusionantes de la
nueva semana santa de Granada.
El volumen de la charla iba en
aumento y el de la música cofrade también, así que a eso de las tres de la
madrugada, ignorando que el vecino del tercer piso había llamado a la policía
para que acabara con el tumulto, los allí convocados, subieron a la mesa de
billar a, José Carranza, “El Willy”, cofrade y capataz de reconocido prestigio,
descolgaron la cortina alpujarreña que daba acceso al patio interior del local,
se la echaron por encima a modo de clámide, le juntaron las manos a la cintura
haciéndole sostener la caña de la escoba, y a la voz de, “vámonos abriendo
calle”, alguien levantó la persiana, la
mesa de billar salió en volandas hacia la calle, con el Willy encima, y a los
sones de “Nuestro Padre Jesús” aquel trono improvisado, a hombros de nuevos
costaleros, se hizo a las calles del realejo, con euforia y regocijo. Lo que no
esperaban los protagonistas de tan inusual procesión es que, al llegar a la
plaza de Fortuny, un coche de policía con dos agentes y las señales luminosas
activadas, iba a parar el cortejo en seco, deteniendo el tráfico rodado para
permitir que los componentes de la procesión, dieran la vuelta al paso y
regresaran a “su templo”, ante el regocijo del vecino del tercero, que
observaba la escena desde el balcón, relamiéndose de la tremenda sanción que
nos caería encima.
Puesto que dos policías y un
solo coche patrulla no eran suficientes para detener a más de tres decenas de
criaturas, El Willy y yo decidimos hacernos responsables, siendo detenidos e
introducidos en el coche patrulla, mientras el vecino aplaudía desde el balcón.
Lo que nunca supo el denunciante, es que los policías, lejos de trasladarnos a
comisaria y ponernos a disposición judicial, nos llevaron a nuestra casa, sin
mayor repercusión sancionadora. Ambos eran, costaleros de los nuestros.
SAETAS
Ha de antigua la costumbre, de
que, al paso de alguna imagen sobre trono, el mundo del flamenco rinda
pleitesía a lo representado, y aborde la ejecución de un cante por saetas.
Durante mucho tiempo, en Granada hubo un cantaor especializado en saetas, que
se prodigaba mucho en su interpretación, haciendo muy popular una letra en la
que se le daba una patada en los riñones a la historia sagrada. El asunto venía
de antiguo e incluso hay grabaciones de este error. La saeta decía que, Moisés
y su hermano Aarón, fueron a pedir clemencia a Pilatos, para que perdonara a
Jesús. Lo que nadie advirtió durante muchos años es que el asunto era del todo
imposible, si tenemos en cuenta que tanto, Moisés como su hermano, nacieron
catorce siglos antes que Jesús.
Al final de la década de los
setenta del siglo pasado, en plena transición democrática, hubo un cantaor, que
con cierta frecuencia y solo a las imágenes de su devoción, se prodigaba en la
interpretación de valientes saetas. En aquellos tiempos reivindicativos
políticamente, las letras también se impregnaron del aire de libertad reinante
en la sociedad. Este cantaor solía interpretar una saeta en la que, en su
tercio final, decía: …” A los ciegos dales vista, y a los presos libertad”. El
caso fue que, en lugar muy concurrido y ante una imagen muy venerada, el
cantaor, afligido por la responsabilidad de la ejecución ante el público y,
ante el silencio sepulcral que se hizo nada más escuchar su voz cantaora,
atenazado por los nervios, alteró el orden de la letra inconscientemente, para
finalizar diciendo: … A los presos dales vista, y a los ciegos libertad.
FIGURAS VIVIENTES
Granada también tiene en su
semana santa, una larga tradición de que formen parte de algunos cortejos,
figuras representativas de los años treinta de nuestra era. Un ejemplo clásico
son las escuadras de romanos que, con algunos años alternos de ausencias han
formado parte del cortejo de la hermandad oficial de la semana santa de
Granada. A ellos se refirió en su día, el mismísimo Federico García Lorca, en
lo que podríamos considerar como el primer pregón radiofónico de la semana
santa de nuestra ciudad, pronunciado en una emisora madrileña. En su discurso,
Federico advierte de como ensayan la marcialidad requerida para la ocasión,
días antes de la semana santa, en la calle de La Colcha, un puñado de mozos de
cuerda, de la tercena y la pescadería, que, en la tarde del Viernes Santo,
acompañarán al paso del Entierro, revestidos de soldados romanos, y como
acompasan el desfile, golpeando en el suelo con la contera de las lanzas. Pues
en los albores de esta nueva semana santa, se desplazaron desde un pueblo del
cinturón, una veintena de voluntariosos vecinos, que, ataviados con unos
leotardos marrones y zapatillas deportivas de lona blanca, más petos de
plástico, ya de por sí, resultaban grotescos para acompañar el paso más serio y
solemne de nuestra semana santa. Pero el asunto no quedó ahí, porque ya se sabe
que todo es susceptible de empeorar.
Cuando la citada escuadra de
romanos, daba sus primeros pasos en Plaza Nueva, acompañando al Señor en la
Urna, el que hacía las veces de centurión, advirtió que uno de los componentes,
no desfilaba con la seriedad y marcialidad requeridas, para dar visos de
realidad a lo representado. Así que se aproximó a él, y le requirió para que desfilara
con mejor talante. Al aludido no le debió sentar bien aquella advertencia
porque, inmediatamente se comenzaron a escuchar voces altisonantes plagadas de
insultos, ante la sorpresa del gentío que hasta entonces solo escuchaba la
marcha fúnebre que interpretaba la banda municipal. Pero la cosa no quedó ahí,
porque de los insultos pasaron a las manos, utilizando las propias lanzas que
portaban y de los dos protagonistas, la trifulca se convirtió en casi la
totalidad de los componentes de la escuadra, hasta el punto de que tuvo que
intervenir la policía, dando como resultado del incidente, varios heridos
atendidos en el Clínico, y otros tantos detenidos en comisaría.
ABRAN PASO
En 1928 se fundó la Hermandad
de Santa María de La Alhambra, en el seno del monumento nazarí, pero pronto
surgieron ciertas desavenencias entre sus fundadores, lo que originó que una
escisión de los mismos, bajara la cuesta de La Cremallera, para fundar otra
hermandad en la parroquia “realejeña” de San Cecilio, Patrón de Granada. Así
surgió la Cofradía del Santísimo Cristo de Los Favores y María Santísima de La
Misericordia. La rivalidad y las tiranteces entre los miembros de ambas
corporaciones no desaparecieron hasta años más tarde, como lo demuestra el
hecho de que, en una ocasión, bajando la hermandad alhambreña por Reyes
Católicos, camino de la tribuna oficial, se encontró con el cortejo de Los
Favores, accediendo al mismo lugar, para girar en la calle de La Colcha, camino
de su barrio. Los responsables de los dos cortejos, se negaban a ceder el paso
al otro, y dado que el asunto se estaba enquistando en plena calle, en un
momento, uno de los mayordomos de la hermandad de Los Favores, se metió la mano
bajo el capillo, desabrochó su hábito y sacó una pistola marca Star del nueve largo,
que no dudó en montar, cuyo cerrojazo sonó en toda la calle, ante el asombro de
penitentes y transeúntes. De pronto, la voz del capirote armado retumbó
amenazante: ¡Abran paso! Y al instante, el cortejo penitencial de La Alhambra
se hizo a un lado, y la hermandad de Los Favores prosiguió su recorrido. La
cosa no pasó a mayores.
UNA PALOMA BLANCA
Una vez que el trono de Santa
María de la Alhambra, había traspasado la Puerta de La Justicia, en su
descendimiento a Granada, fue costumbre durante muchos años, el encendido de
bengalas y la suelta de palomas blancas frente al paso, en un ceremonial de luz
y color únicos. Dado que el exorno floral era de color blanco, a veces los
chiquillos, jugábamos a encontrar esa paloma blanca que jugueteaba a la altura de
la peana de la imagen de Torcuato Ruiz del Peral, y que “milagrosamente” nunca
se despegaba del conjunto escultórico, a pesar del largo recorrido. Ya de
mayor, descubrí que la hermandad tenía un mayordomo encargado de este menester,
delicado y asombroso. Con un hilo de algodón blanco, y previo vendaje de una
pata del animal, para no lastimarla, se le sujetaba de esta forma cerca de la
talla, pero sin la posibilidad de ir más lejos. Al final del recorrido, la
paloma era liberada sana y salva.
TINTORERÍA MUY CARA
Aquel año, la cera salpicada
de los brazos de cola y la de las marías, se habían cebado sobre el manto de la
Virgen de La Misericordia, lo que hizo que su hermano mayor, pidiera
presupuestos en varias tintorerías de Granada, para su limpieza y reparación,
pero los que le dieron, eran desorbitados para las arcas de la hermandad.
Pasó la primavera, llegó el
verano y, una tarde calurosa de domingo, me despertaron de la siesta, las voces
de mi amigo José Carranza, bajo el balcón de mi dormitorio en la calle San
Matías. Cuando me asomé ante tan alarmante urgencia, me dijo: ¡Vístete, coge
las llaves de tu coche, que nos vamos a reparar una tragedia!
Siguiendo sus instrucciones,
conduje hasta un pueblo del cinturón y, pare a las puertas de un chalet familiar.
Nos abrió el hermano mayor aludido, con la cara descompuesta, y rogándonos por
todos los santos de la corte celestial, que aquello queda entre nosotros como
secreto de confesión. Nos dirigió hasta la piscina y la imagen era dantesca.
Para solucionar de una manera barata la limpieza del manto, había comprado un
tambor de cinco kilos de detergente “colón”, lo había vertido sobre el agua, y
cuando la espuma estuvo a punto de nieve, echó extendido el manto en cuestión,
para limpiarlo de una manera económica y “eficaz”, con un cepillo de raíces.
Armados con palos de escoba,
cepillos de barrer y de fregona, nos lanzamos al agua para el rescate del
manto. De lo que ocurrió a continuación, solo los tres y una comunidad de
religiosas del Realejo sabe lo que pasó. Al año siguiente, el manto lució
impoluto. Creo que, de todos los intervinientes, el único que vive soy yo.
LOS GITANOS
Ansioso por dar a conocer a
nivel nacional nuestra semana santa, cuando los directores de Madrid, me dieron
la posibilidad de transmitir en directo para todo el país una sola procesión,
aquella semana santa les propuse, narrar desde la tribuna oficial de la plaza
del Carmen, la de Los Gitanos. Una Hermandad que tenía atractivos suficientes,
como para ser entendida en toda la piel de toro.
Acordamos que la conexión en
directo la llevaríamos a cabo el miércoles santo a las siete de la tarde, que
era la hora en la que la hermandad sacromontana, -según el programa oficial-
debería entrar en tribuna.
Aquel año, la cofradía salía
de un garaje en la placeta de Cuchilleros, pero la organización tuvo grandes
problemas para poner el cortejo en marcha, de tal manera que cuando el reloj
del ayuntamiento daba las siete de la tarde, desde Madrid me dieron paso para
iniciar la trasmisión, contando el discurrir de la comitiva que debería estar
pasando ante mis ojos. Tras los saludos protocolarios, para hacer tiempo fui
contando la historia de la hermandad del Cristo del Consuelo, mientras mi
compañero operador de sonido, Pepe Campos de España, me hacía gestos de que la
hermandad ni siquiera estaba entrando en calle Navas. Agotados todos los
recursos posibles, Pepe cogió dos destornilladores de su caja de herramientas
y, aprovechando que las sillas de la tribuna eran metálicas, y, además, él
había hecho la mili en la banda de cornetas y tambores en San Fernando, comenzó
a redoblar el paso del tambor procesional, como si el cortejo estuviera pasando
ante nosotros.
Mi condición de cofrade desde
la niñez, me permitió sacar de mi cabeza, hurgando en mi memoria, la
composición del mismo, desde la Cruz de guía hasta la banda que cerraba la
procesión. Fui narrando despacio para dar tiempo a que llegaran los penitentes,
pero el caso fue que relaté el desfile completo y la hermandad no había
llegado, dando por concluida la transmisión sin que hubieran aparecido en la
plaza. Recogimos los cables, nos fuimos al cercano Club Taurino a tomarnos una
cerveza para pasar el mal trago, y cuando nos íbamos, comenzaron a llegar los
primeros componentes del cortejo cofrade.
A la mañana siguiente, nada
más llegar a la emisora, la secretaria Encarnita, con gesto serio nos dijo:
Pasad al despacho del director que os está esperando. Los dos entramos con las
piernas temblando y pensando que sobre la mesa estarían las cartas de despido,
pero había otro papel. Era un fax del director general, Jesús Gago,
felicitándonos efusivamente por la magnífica transmisión en directo para toda
España de la procesión de Los Gitanos.