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SU SAN MARTÍN
Tito
Ortiz.-
Que a todo cerdo le llega su
San Martín, es una sentencia popular de nuestro sabio refranero español, que
más o menos viene a decir que, si obras mal, tarde o temprano la vida te pasará
factura por ello, teniendo en cuenta que los cerdos suelen ser sacrificados,
más o menos, por la fecha que la iglesia católica celebra la festividad de éste
santo. San Martín de Tours, fue un obispo católico elevado a santo y patrono de
numerosas localidades. Nacido en Panonia, se convirtió al cristianismo a una
temprana edad. Se hizo soldado en la caballería romana en la Galia, pero
abandonó el servicio militar en algún momento antes del año 361, cuando se
convirtió en discípulo de Hilario de Poitiers, estableciendo el monasterio en
Ligugé. Fue consagrado como Obispo de Caesarodunum (antiguo nombre de Tours) en
el año 371. Como obispo, fue importante en la supresión de los restos de la
religión galorromana, si bien se opuso a la persecución violenta contra la
secta ascética priscilianista.
Se le recuerda particularmente
por el relato, según el cual, usó la espada para cortar su capa en dos, y darle
la mitad a un mendigo que vestía solo trapos en medio del invierno. De ahí que
sea el patrón de todos/as aquellos/as – que como yo – vestimos habitualmente la
capa española. Su santuario en la ciudad
de Tours se convirtió en un punto de parada famoso para los peregrinos que se
dirigían a Santiago de Compostela. El culto a Martín de Tours fue revivido en
el nacionalismo francés durante la Guerra francoprusiana de 1870 y 1871, y en
consecuencia se le consideró un santo patrono de Francia durante la Tercera
República francesa.
EL TESTAMENTO
Aclarado el refrán por todo lo
antes expuesto, y añadiendo que incluso, está recogido por el mismísimo
Cervantes, en la segunda parte del Quijote, conviene aquí recordar que, en el
desaparecido Callejón de Los Franceses, hoy inicio de la plaza de la Romanilla
entrando por San Jerónimo, no ha mucho que existía la famosa “Casa de Las
Matanzas”, de extraordinaria reputación en toda la provincia, por expender
todos y cada uno de los productos necesarios para realizar la matanza del
cerdo. Desde las tripas secas para embutir los chorizos, salchichones y
morcillas, a todas las especias imprescindibles para el aliño y conservación
natural de todos los productos del cerdo. Desde la pimienta al comino, del
pimentón a los piñones. Y a todo ese
conjunto de ingredientes, eufemísticamente, la historia le ha llamado de
siempre, “El testamento”, como si eso fueran las últimas voluntades del cerdo a
sacrificar. Del cochino ya se sabe que se aprovechan hasta los andares, por eso
durante las tareas propias del sacrificio animal, se consumen por los presentes
los inigualables “chicharrones”, se preparan los jamones para salar, y –cosa importante-
se remueve continuamente la sangre, mientras se aliña, para hacer exquisitas
morcillas en todas sus variedades: la de cebolla, la que se consume
posteriormente seca, o la llamada de “lustre”, que frita con tomate es un
manjar exquisito, solo al alcance de los escogidos con paladar fino.
MANOLO CARRILLO
Pues a principios de la década
de los años ochenta del siglo pasado, se hizo presente en Granada, la figura de
un hombre emprendedor en materia gastronómica, con nuevas ideas, basadas en
nuestra propia historia y tradiciones. Manolo Carrillo irrumpió en un mundo
hasta entonces acomodado, y vino a dinamizar un panorama que abarcaba desde la
tapa tradicional a la moderna, de la cultura de la cerveza, a potenciar
nuestros propios vinos. Carrillo recuperó nuestra cocina más tradicional, la de
nuestras abuelas, y la puso a la altura de los modernos platos y menús que
venían de fuera a colonizarnos.
Una vez teniendo claro que lo
que debíamos promocionar era lo nuestro, había que ponerlo a la misma altura de
las novedades que nos venían impuestas. Había que cambiar la presentación y sin
ningún tipo de complejo, poner lo nuestro en el mismo nivel de lo exportado.
Manolo Carrillo comenzó a hablar de mejorar nuestra Escuela de Hostelería, de
crear la Academia Gastronómica granadina, de formar a los cocineros en la
riqueza de nuestros productos autóctonos naturales, de recuperar sitios
emblemáticos para el disfrute de la comida, y ahí fue como nos dio a conocer el
hoy famoso “Molino de Dúrcal”, edificio histórico recuperado y rehabilitado
para ofrecer al comensal, una carta personalizada con lo mejor de nuestra
tierra, sin que echara de menos otras alternativas gastronómicas, en un lugar
encantador con un paraje irrepetible.
Convirtió el viejo molino en,
lugar de encuentro de periodistas e intelectuales, con representantes de toda
la sociedad granadina, donde además de unos platos únicos, con un servicio
esmerado, se ofrecía a los presentes, la oportunidad de una sobremesa en
ambiente cálido, donde el centro de la conversación era el disfrute
gastronómico y la recuperación de nuestra cocina de toda la vida, presentada de
cara a un nuevo siglo lleno de exigencias para la hostelería en general, como
así ha sido.
En el Molino se dieron cursos
para profesionales y aspirantes, charlas y conferencias en torno a nuestros
manjares y vinos, o demostraciones prácticas de nuestro arte culinario, como
recoge Juan Ortiz en la foto que ilustra ésta crónica, donde unas lugareñas
proceden a la matanza del cerdo, con la posterior elaboración de todos sus
productos, mientras los invitados disfrutan de una amena e interesante
conversación. Manolo Carrillo refresca el gaznate, que diría un castizo,
bebiendo de un no menos tradicional porrón, junto a él, Ángel Díaz Sol, ríe
solemnemente, en una mañana de matanza, en la que todos aprendimos mucho más de
lo nuestro, que es de lo que se trataba.
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