domingo, 5 de noviembre de 2023

 

ANECDOTARIO COFRADE GRANATENSIS

 

Tito Ortiz.-

Cronista Oficial de la Ciudad de Granada

 

La década de los setenta del siglo pasado, la semana santa de Granada, vivió lo peor y lo mejor de su historia. Primero fue la decadencia total, con hermandades que no salían para hacer su estación de penitencia, cortejos ridículos en otras, con hábitos rabicortos, manchados y zapatillas de deporte de lona azul marino, sin guantes y el capirote  doblado. A lo que se añadía la espalda de la autoridad eclesiástica, que no permitía entrar en la Catedral a las Hermandades, obligándolas a quebrantar sus estatutos, donde reza que, la salida de penitencia solo se justifica si se hace, hasta el interior de la santa iglesia catedral metropolitana. Actitud de la iglesia instituida tan incomprensible, dio lugar a uno de los hechos anecdóticos, más singulares de las cofradías granadinas. La realización de un mazo de madera, bien ornamentado, que la hermandad de Las Penas, hacía portar en el cortejo sobre un cojín de terciopelo, bellamente engalanado, y que cuando el desfile penitencial llegaba a las puertas catedralicias, el hermano mayor asía el martillo con fuerza, y golpeaba tres veces la cancela de la seo que impedía el paso a un templo con las luces apagadas y las puertas cerradas, como si con ellos no fuera la semana santa. Protesta tan sutil jamás imaginada, o petición clemente de que la iglesia se diera por enterada de que la semana santa existía en Granada, desde el siglo XV, y que el respaldo eclesiástico en otras provincias era muy distinto, a favor de las hermandades.

La situación llegó a ser tan alarmante que, el propio Consejo de Hermandades sevillano, abrió una cuenta corriente en una entidad bancaria de la calle Sierpes, para salvar la semana santa de Granada. La cosa pintaba mal, a lo que se unía el chantaje continuo de los costaleros profesionales, cuyas exigencias económicas dieron más de un disgusto a las juntas de gobierno, que se vieron con los pasos a tierra en mitad del recorrido, si no se accedía a sus exigencias, que nada tenían que ver con lo pactado por el recorrido. Pero el milagro para levantar la semana santa de Granada, surgió de una juventud que de pronto tomó conciencia de que hacía falta su colaboración para solucionar el conflicto. Esa juventud se puso una camiseta, una faja, calzó alpargatas de esparto, se metió debajo se los tronos para desplazar a los profesionales, con la mejor de las acreditaciones: Se convirtieron en cofrades costaleros, llegando incluso a fundar nuevas hermandades que sirvieron de revulsivo para recuperar las que ya no salían, y desde entonces, la semana santa de Granada es otra muy distinta.

EL SOTA

Aquella era una noche más de verano, en la taberna de “El Sota” en el barrio del realejo, donde se daba cita la emergente costalería de Granada, principalmente de La Santa Cruz y La Concha, con marchas cofrades a toda pastilla en el radio-casete, y las copas finas posadas sobre la barra. Al dar las doce, José Ocaña, bajó la persiana del local para cumplir con la normativa de los ruidos, se salió de la barra, dejando a cargo de escanciar a Jesús Ortiz, cofrade número uno de La Concepción, uniéndose a la reunión de una treintena costalera de primer orden, aunque lo que reinaba en el local, eran los efluvios y proyectos ilusionantes de la nueva semana santa de Granada.

El volumen de la charla iba en aumento y el de la música cofrade también, así que a eso de las tres de la madrugada, ignorando que el vecino del tercer piso había llamado a la policía para que acabara con el tumulto, los allí convocados, subieron a la mesa de billar a, José Carranza, “El Willy”, cofrade y capataz de reconocido prestigio, descolgaron la cortina alpujarreña que daba acceso al patio interior del local, se la echaron por encima a modo de clámide, le juntaron las manos a la cintura haciéndole sostener la caña de la escoba, y a la voz de, “vámonos abriendo calle”,  alguien levantó la persiana, la mesa de billar salió en volandas hacia la calle, con el Willy encima, y a los sones de “Nuestro Padre Jesús” aquel trono improvisado, a hombros de nuevos costaleros, se hizo a las calles del realejo, con euforia y regocijo. Lo que no esperaban los protagonistas de tan inusual procesión es que, al llegar a la plaza de Fortuny, un coche de policía con dos agentes y las señales luminosas activadas, iba a parar el cortejo en seco, deteniendo el tráfico rodado para permitir que los componentes de la procesión, dieran la vuelta al paso y regresaran a “su templo”, ante el regocijo del vecino del tercero, que observaba la escena desde el balcón, relamiéndose de la tremenda sanción que nos caería encima.

Puesto que dos policías y un solo coche patrulla no eran suficientes para detener a más de tres decenas de criaturas, El Willy y yo decidimos hacernos responsables, siendo detenidos e introducidos en el coche patrulla, mientras el vecino aplaudía desde el balcón. Lo que nunca supo el denunciante, es que los policías, lejos de trasladarnos a comisaria y ponernos a disposición judicial, nos llevaron a nuestra casa, sin mayor repercusión sancionadora. Ambos eran, costaleros de los nuestros.

SAETAS

Ha de antigua la costumbre, de que, al paso de alguna imagen sobre trono, el mundo del flamenco rinda pleitesía a lo representado, y aborde la ejecución de un cante por saetas. Durante mucho tiempo, en Granada hubo un cantaor especializado en saetas, que se prodigaba mucho en su interpretación, haciendo muy popular una letra en la que se le daba una patada en los riñones a la historia sagrada. El asunto venía de antiguo e incluso hay grabaciones de este error. La saeta decía que, Moisés y su hermano Aarón, fueron a pedir clemencia a Pilatos, para que perdonara a Jesús. Lo que nadie advirtió durante muchos años es que el asunto era del todo imposible, si tenemos en cuenta que tanto, Moisés como su hermano, nacieron catorce siglos antes que Jesús.

Al final de la década de los setenta del siglo pasado, en plena transición democrática, hubo un cantaor, que con cierta frecuencia y solo a las imágenes de su devoción, se prodigaba en la interpretación de valientes saetas. En aquellos tiempos reivindicativos políticamente, las letras también se impregnaron del aire de libertad reinante en la sociedad. Este cantaor solía interpretar una saeta en la que, en su tercio final, decía: …” A los ciegos dales vista, y a los presos libertad”. El caso fue que, en lugar muy concurrido y ante una imagen muy venerada, el cantaor, afligido por la responsabilidad de la ejecución ante el público y, ante el silencio sepulcral que se hizo nada más escuchar su voz cantaora, atenazado por los nervios, alteró el orden de la letra inconscientemente, para finalizar diciendo: … A los presos dales vista, y a los ciegos libertad.

FIGURAS VIVIENTES

Granada también tiene en su semana santa, una larga tradición de que formen parte de algunos cortejos, figuras representativas de los años treinta de nuestra era. Un ejemplo clásico son las escuadras de romanos que, con algunos años alternos de ausencias han formado parte del cortejo de la hermandad oficial de la semana santa de Granada. A ellos se refirió en su día, el mismísimo Federico García Lorca, en lo que podríamos considerar como el primer pregón radiofónico de la semana santa de nuestra ciudad, pronunciado en una emisora madrileña. En su discurso, Federico advierte de como ensayan la marcialidad requerida para la ocasión, días antes de la semana santa, en la calle de La Colcha, un puñado de mozos de cuerda, de la tercena y la pescadería, que, en la tarde del Viernes Santo, acompañarán al paso del Entierro, revestidos de soldados romanos, y como acompasan el desfile, golpeando en el suelo con la contera de las lanzas. Pues en los albores de esta nueva semana santa, se desplazaron desde un pueblo del cinturón, una veintena de voluntariosos vecinos, que, ataviados con unos leotardos marrones y zapatillas deportivas de lona blanca, más petos de plástico, ya de por sí, resultaban grotescos para acompañar el paso más serio y solemne de nuestra semana santa. Pero el asunto no quedó ahí, porque ya se sabe que todo es susceptible de empeorar.

Cuando la citada escuadra de romanos, daba sus primeros pasos en Plaza Nueva, acompañando al Señor en la Urna, el que hacía las veces de centurión, advirtió que uno de los componentes, no desfilaba con la seriedad y marcialidad requeridas, para dar visos de realidad a lo representado. Así que se aproximó a él, y le requirió para que desfilara con mejor talante. Al aludido no le debió sentar bien aquella advertencia porque, inmediatamente se comenzaron a escuchar voces altisonantes plagadas de insultos, ante la sorpresa del gentío que hasta entonces solo escuchaba la marcha fúnebre que interpretaba la banda municipal. Pero la cosa no quedó ahí, porque de los insultos pasaron a las manos, utilizando las propias lanzas que portaban y de los dos protagonistas, la trifulca se convirtió en casi la totalidad de los componentes de la escuadra, hasta el punto de que tuvo que intervenir la policía, dando como resultado del incidente, varios heridos atendidos en el Clínico, y otros tantos detenidos en comisaría.

ABRAN PASO

En 1928 se fundó la Hermandad de Santa María de La Alhambra, en el seno del monumento nazarí, pero pronto surgieron ciertas desavenencias entre sus fundadores, lo que originó que una escisión de los mismos, bajara la cuesta de La Cremallera, para fundar otra hermandad en la parroquia “realejeña” de San Cecilio, Patrón de Granada. Así surgió la Cofradía del Santísimo Cristo de Los Favores y María Santísima de La Misericordia. La rivalidad y las tiranteces entre los miembros de ambas corporaciones no desaparecieron hasta años más tarde, como lo demuestra el hecho de que, en una ocasión, bajando la hermandad alhambreña por Reyes Católicos, camino de la tribuna oficial, se encontró con el cortejo de Los Favores, accediendo al mismo lugar, para girar en la calle de La Colcha, camino de su barrio. Los responsables de los dos cortejos, se negaban a ceder el paso al otro, y dado que el asunto se estaba enquistando en plena calle, en un momento, uno de los mayordomos de la hermandad de Los Favores, se metió la mano bajo el capillo, desabrochó su hábito y sacó una pistola marca Star del nueve largo, que no dudó en montar, cuyo cerrojazo sonó en toda la calle, ante el asombro de penitentes y transeúntes. De pronto, la voz del capirote armado retumbó amenazante: ¡Abran paso! Y al instante, el cortejo penitencial de La Alhambra se hizo a un lado, y la hermandad de Los Favores prosiguió su recorrido. La cosa no pasó a mayores.

UNA PALOMA BLANCA

Una vez que el trono de Santa María de la Alhambra, había traspasado la Puerta de La Justicia, en su descendimiento a Granada, fue costumbre durante muchos años, el encendido de bengalas y la suelta de palomas blancas frente al paso, en un ceremonial de luz y color únicos. Dado que el exorno floral era de color blanco, a veces los chiquillos, jugábamos a encontrar esa paloma blanca que jugueteaba a la altura de la peana de la imagen de Torcuato Ruiz del Peral, y que “milagrosamente” nunca se despegaba del conjunto escultórico, a pesar del largo recorrido. Ya de mayor, descubrí que la hermandad tenía un mayordomo encargado de este menester, delicado y asombroso. Con un hilo de algodón blanco, y previo vendaje de una pata del animal, para no lastimarla, se le sujetaba de esta forma cerca de la talla, pero sin la posibilidad de ir más lejos. Al final del recorrido, la paloma era liberada sana y salva.

TINTORERÍA MUY CARA

 

Aquel año, la cera salpicada de los brazos de cola y la de las marías, se habían cebado sobre el manto de la Virgen de La Misericordia, lo que hizo que su hermano mayor, pidiera presupuestos en varias tintorerías de Granada, para su limpieza y reparación, pero los que le dieron, eran desorbitados para las arcas de la hermandad.

Pasó la primavera, llegó el verano y, una tarde calurosa de domingo, me despertaron de la siesta, las voces de mi amigo José Carranza, bajo el balcón de mi dormitorio en la calle San Matías. Cuando me asomé ante tan alarmante urgencia, me dijo: ¡Vístete, coge las llaves de tu coche, que nos vamos a reparar una tragedia!

Siguiendo sus instrucciones, conduje hasta un pueblo del cinturón y, pare a las puertas de un chalet familiar. Nos abrió el hermano mayor aludido, con la cara descompuesta, y rogándonos por todos los santos de la corte celestial, que aquello queda entre nosotros como secreto de confesión. Nos dirigió hasta la piscina y la imagen era dantesca. Para solucionar de una manera barata la limpieza del manto, había comprado un tambor de cinco kilos de detergente “colón”, lo había vertido sobre el agua, y cuando la espuma estuvo a punto de nieve, echó extendido el manto en cuestión, para limpiarlo de una manera económica y “eficaz”, con un cepillo de raíces.

Armados con palos de escoba, cepillos de barrer y de fregona, nos lanzamos al agua para el rescate del manto. De lo que ocurrió a continuación, solo los tres y una comunidad de religiosas del Realejo sabe lo que pasó. Al año siguiente, el manto lució impoluto. Creo que, de todos los intervinientes, el único que vive soy yo.

LOS GITANOS

 

Ansioso por dar a conocer a nivel nacional nuestra semana santa, cuando los directores de Madrid, me dieron la posibilidad de transmitir en directo para todo el país una sola procesión, aquella semana santa les propuse, narrar desde la tribuna oficial de la plaza del Carmen, la de Los Gitanos. Una Hermandad que tenía atractivos suficientes, como para ser entendida en toda la piel de toro.

Acordamos que la conexión en directo la llevaríamos a cabo el miércoles santo a las siete de la tarde, que era la hora en la que la hermandad sacromontana, -según el programa oficial- debería entrar en tribuna.

Aquel año, la cofradía salía de un garaje en la placeta de Cuchilleros, pero la organización tuvo grandes problemas para poner el cortejo en marcha, de tal manera que cuando el reloj del ayuntamiento daba las siete de la tarde, desde Madrid me dieron paso para iniciar la trasmisión, contando el discurrir de la comitiva que debería estar pasando ante mis ojos. Tras los saludos protocolarios, para hacer tiempo fui contando la historia de la hermandad del Cristo del Consuelo, mientras mi compañero operador de sonido, Pepe Campos de España, me hacía gestos de que la hermandad ni siquiera estaba entrando en calle Navas. Agotados todos los recursos posibles, Pepe cogió dos destornilladores de su caja de herramientas y, aprovechando que las sillas de la tribuna eran metálicas, y, además, él había hecho la mili en la banda de cornetas y tambores en San Fernando, comenzó a redoblar el paso del tambor procesional, como si el cortejo estuviera pasando ante nosotros.

Mi condición de cofrade desde la niñez, me permitió sacar de mi cabeza, hurgando en mi memoria, la composición del mismo, desde la Cruz de guía hasta la banda que cerraba la procesión. Fui narrando despacio para dar tiempo a que llegaran los penitentes, pero el caso fue que relaté el desfile completo y la hermandad no había llegado, dando por concluida la transmisión sin que hubieran aparecido en la plaza. Recogimos los cables, nos fuimos al cercano Club Taurino a tomarnos una cerveza para pasar el mal trago, y cuando nos íbamos, comenzaron a llegar los primeros componentes del cortejo cofrade.

A la mañana siguiente, nada más llegar a la emisora, la secretaria Encarnita, con gesto serio nos dijo: Pasad al despacho del director que os está esperando. Los dos entramos con las piernas temblando y pensando que sobre la mesa estarían las cartas de despido, pero había otro papel. Era un fax del director general, Jesús Gago, felicitándonos efusivamente por la magnífica transmisión en directo para toda España de la procesión de Los Gitanos.

 

 

 

 

 

 

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