CORONAPICARESCA
Tito Ortiz.-
Que España es un país de pillos, digno ejemplo de la más alta y cualificada picaresca, es algo que a estas alturas del milenio, tenemos acreditado más que de sobra, con excelsos ejemplos plasmados en la rica literatura patria, algunos de cuyos autores, se encargaron de poner negro sobre blanco, historias de ingenio y farsa, para timar al más pintado, aunque este sea un bote de Titanlux. La pandemia nos ha permitido volver a comprobar, que el español tira de ingenio para saltarse la reclusión, o para hacerla más llevadera, burlando a la justicia – que diría un clásico – aunque a veces cueste pena de multa o reclusión. A las escapadas hacia la segunda vivienda, por lo general en zona de costa, se unen otros clásicos, como sacar al perro diez veces, que ya el pobre cuando te ve coger la correa para salir, se esconde debajo de la cama, o como aquel que la policía paró en un control a treinta kilómetros de su casa, aludiendo que él, solo había bajado a comprar tabaco. Y ahí quería llegar yo.
Me cuenta mi estanquero de cabecera, que tiene clientes de confinamiento que son un clásico. Vienen desde otros pueblos hasta aquí, pero además, aparecen como a las nueve de la mañana nada más abrir, para comprar un librito de papel. Se marchan y como a eso de las diez y media, aparecen de nuevo comprando una bolsita de filtros. Se suben al coche y vuelven como a la hora del ángelus pidiendo una bolsa de tabaco de liar, y cuando ya te crees que no volverás a verlo al menos hasta el día siguiente, pues no. Pocos minutos antes de cerrar a las dos de la tarde, aparece otra vez el menda y compra un encendedor de tres un euro. De lo que se deduce, que su confinamiento se ha ido al traste, con el solo pretexto de todo un clásico: Ir a por tabaco.
Pero si esta historia del tabaco parece de, tener cara de cemento armado, no se pierdan la que me cuenta mi frutera. Tiene más de una pero, se centra en una clienta, que cada mañana cuando tira de la persiana, ya está esperando en la puerta para ser la primera, carrito en mano, guantes de látex en color chillón, y mascarilla de ganchillo, con unas labores que son un primor. La señora pide dos cebolletas y, marcha como concienciada de su responsabilidad cívica, pero nada más lejos de la realidad. A las diez en punto vuelve a por un tomate enterito para la ensalada. Gira sobre sus pasos y como a las once y media, regresa para comprar un pepino mediano, volviendo a casa. A las doce, llega a por una lechuga romana, que no tenga mucho verde, huye del lugar y a la una y media, ya está allí otra vez, porque dice la criatura que se le han olvidado dos pimientos, y así no se puede hacer una buena pipirrana. Es, o no es, para comérsela.
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