miércoles, 24 de febrero de 2016

LA MADRUGÁ EN GRANADA

LA MADRUGÁ EN GRANADA Tito Ortiz.- Desde algunos sectores del mundo cofrade granadino, se ha llegado a afirmar, que la semana santa de Granada no tiene madrugá. Dicho así, pudiérase pensar, que eso de tener madrugá, es un hecho imprescindible, o cuanto menos necesario para alcanzar el reino de los cielos, en la mismísima tierra de María Santísima, que es lo que faltaría, para mostrarnos definitivamente colonizados por una semana santa que no es la nuestra. La semana santa de Granada, no es mejor ni peor por no tener – según algunos – la tan traída y llevada madrugá, que por lo visto es el marchamo del buen cofrade. Pues difiero. Lo mismo que no admito que la estética de la semana santa de Granada, se vaya globalizando cada vez más, pareciéndose como una mala copia, de la que se desarrolla en Híspalis, me apena que nuestras hermandades, por esa influencia inmerecida, vayan perdiendo con los años, su propia ideosincrasia y grafismo, abandonando los rasgos estilísticos propios, para entrar a formar parte de lo genérico al otro lado de Al-Andalus. En ese aspecto mantengo íntegra mi admiración por los malagueños, que no se han dejado seducir por modas o por estilos de otros lares, y mantienen su semana santa en la calle, con la estética de hace siglos. Y como en materia de semana santa en la calle, no admito la invasión y conquista, que signifique el abandono de lo nuestro, tampoco me rindo a abandonar el estilo que siempre hubo en Granada a la hora de pregonar, sobrio y directo, con el castellano preciso, y sin sucumbir al mi arma. Granada siempre fue distinta, por mucho que en los últimos años, se nos haya intentado homologar, y ya va siendo hora de que los cofrades granadinos presumamos de nuestras historia y nuestra estética, y dejemos de plegarnos a las modas que nos importan desde occidente, por parte de conversos, que siempre fueron allí a copiar y a babear, cuando aquí tenían la verdad de una historia, tan valiosa como aquella, aunque diseñada con otras formas... Las nuestras. Sepamos ahora, si Granada tiene, o no, madrugada. Campanas de barro suenan, desde el Realejo a Granada, facundillos de alegría que en cortas andas trasladan, al Niño Jesús triunfante, de la muerte arrebatado, con júbilo y alborozo, con risas y campanazos, de una escuela de cofrades, como jamás se hubiera pensado. La aldaba suena en el hueco, el capataz es muy bajo, la contraguía muy alta, la igualá va dando saltos, pero lo que importa es la risa, de ese Niño de Torcuato, al ver que a su alrededor, el relevo a voces está llamando, con nuevos cofrades de amor, que desde los felices veinte, sin necesidad de hábitos, ni capillos, sólo con su corazón del sur, llegan a la Catedral gritando... ¡Dulce Nombre de Jesús! De Iglesia de las afueras, donde termina Granada, donde comienza La Vega, es regina su morada. Resucitado valiente que sobre nubes avanza, de dos a uno fundido cuán misterio en alabanza. Madre que tras su hijo, al saberlo resucitado busca con ansia, se agrupa en el mismo trono, el sino es de Granada. Palmas reales retumban por Pasiegas y Cárcel Baja, cuando el resucitado de Regina, ha puesto rumbo a su morada. Resurrección y Triunfo, del arcángel San Miguel, el Zaidín se hace de blanco a los sones de Francisco Higuero, y el buen andar costalero, de éste otro lado del río, no es frontera ni pretexto, para gozar del joven señorío de haber llegado al final, con resabios muy antiguos, de semanas santas atrás, donde faltaba el tronío de un broche tan singular. Por Zúñiga Navarro concebida, delante el sepulcro abierto y un soldado somnoliento que no da crédito a la escena. Señora de Blanco palio, crisol de costalería, los espacios de tu malla, son rayos de luz del día, que te acarician la cara al compás de la mecida, que Higuero para ti ha creado, en pentagrama de amor, que al cielo suena elevado. Una semana santa que pone tres resucitados en la calle, ¿es posible que no tenga madrugá? Señora de La Justicia, del Vino y de Las Granadas, que atraviesas las tres puertas, desde la Alhambra a Granada, en visita misionera de pastoral por Garnata. La campana de la Vela, incesante te reclama, pues no puede vivir sin Ti, lucero de la mañana, que muestras en tu regazo en actitud desmadejada, al descendido Jesús, que Torcuato concibió en escena de La Piedad romana. El de Esfiliana, señora, en el tronco de una encina – dice Parro que talló- una piedad granadina, y en La Alhambra le hizo altar. La mezquita donde moras, cristiana la hiciste tú, poniendo el Patio de los Leones a tus plantas, y de la mano, al buen Jesús, que abre las jaulas Madre, para dar la libertad a las palomas al aire, junto al regio pilar, mientras bengalas bendicen tu aparición proverbial, hacia el Real de Los Coches, y por Gomérez entrar, en Plaza Nueva Señora, donde tus dominios ensanchar, que es Granada tu reinado y De Vicente, tu juglar, el que te concibió Señora y jamás te pudo dar la bienvenida a Granada, pero tu lo hiciste llevar, a tu presencia, y lo premiaste con la venia, con la venia celestial, de estar contigo señora, a solas en el altar. Cuándo Nuestra Señora de Las Angustias de La Alhambra, se recoge en su iglesia, ¿eso no es una madrugá? Faldones negros a modo de crespón, para la Soledad del Campo, que siendo la de Santo Domingo, renace eterna a las tres de la tarde, cuando el cornetín anuncia la hora nona. En ese instante, cuando la campana de la Iglesia del Patrón de Granada, suena a lamento incesante, la muchedumbre agolpada en el Campo del Príncipe se arrodilla, se rinden las armas, y se inclinan los estandartes. Jesús ha muerto en la Cruz, en ceremonia de siglos, que no ocurre en ninguna otra parte, sólo en éste barrio judío, que como una herida abierta de parte a parte, reconoce en Él de La Cruz al hijo de Dios hecho carne. Uniforme azul para soldados, los ingenieros de ferrocarriles, cuya compañía de honores y escuadra de gastadores, escoltan al Cristo de la Buena Muerte, desde san Juan de Letrán, en filas de nazarenos con el verde y el granate, colores de nuestra tierra también en los cristales, de esos faroles de mano, que revisan uno a uno, los vagones de ese tren itinerante, que de Granada va al cielo en una chicotá constante, alisándole el camino a la señora del Amor y del Trabajo, que en sinfonía de lágrimas colgantes se va adentrando en Granada, desde la estación al pescante, en coche con mil caballos de oro fino y diamantes, que surcan el cielo azul dejando a su paso fugaz, tapada Granada... con su semblante. Virgen del Mayor Dolor, maestra y madre escolapia, que por méritos propios fuiste, a la Roma papal llamada, la aviación granadina con sus alas te proclama, señora de altos vuelos, los más altos... los del alma. Consuela a nuestro padre, Enrique Iniesta que en tu regazo declama, aquellos versos que un día en el Pregón te lanzara, como piropo andaluz, con divisa verde y blanca, como don Blás el notario, el que estudiara en mi Granada, que ambos sepan que su recuerdo y obra, es una fuente que incesantemente mana, como el costado divino de La Expiración, que un día Domingo Sánchez Mesa tallara. Virgen del Mayor Dolor, granadina y escolapia, quien fuera alumno perpetuo del magisterio de tu alma. Mis ojos de niño no olvidan, sobre y bajo el puente, las hogueras y bengalas. Parroquia de san Cecilio, del patrón de Granada su morada, en tu capilla adosada hay dos altares en llamas. Fuego de fervor mariano que a La Misericordia idolatra, fuego de todos los Viernes, el que por Los favores se exclama. Crucificado paciente, que escucha uno a uno los favores que demanda, un pueblo que sabe mucho de fatigas y proclamas, pero que en los dos confía para aliviar sus pesares buscando la calma. Cornetas y tambores del Cuartel de Las Palmas, con “el polilla” delante y su redoble de caja, escuela del mejor tambor, la del Cuartel de Las Palmas. Cornetas que sin pistón beneméritos pulmones exhalan, con música celestial que a Prieto bien le agrada, que en la presidencia presume, de sus hombres de gran gala. Parroquia de San Cecilio, casa donde vive el Patrón de mi Granada. En el calvario de rodillas, señora de santa Ana rezas, tú Soledad de soledades, manos que en tu pecho sujetan, el dolor insoportable nacido de una saeta. Mora quiso dotarte de resignada dolencia, con un gesto virginal de aceptación por conciencia, pues Tú eres la Madre de Dios, y sabes la trascendencia que para el mundo tendrá, Él que ahora nos priva de su presencia. Él que delante de Ti, en urna de plata y nácar avanza, hacia un sepulcro de piedra en el que tendrán breve estancia, pues pronto será llamado a las más altas instancias. Mientras se suceden las notas, de la fúnebre tonada y a paso lento rachean costaleros de alpargatas, con el ego ya agotado, sin necesitar palios que se cimbrean, ni marchas que parten la pana, pues sólo con el corazón dolido y en silencio, se lleva, al titular oficial... de la Semana Santa en Granada. Los santos varones portan en humildes angarillas, el cuerpo muerto de Dios, en compañía de María, de todas las marías. Con escolta de romanos, al redoble del tambor, las chías van proclamando que ha muerto el hijo de Dios. Trompeta cuyo lúgubre lamento a los niños asusta y al tiempo, los lleva a la inocente porfía de gritar... ¡Chía toca!. Y al escuchar el redoble y las trompetas macabras, los niños se sobrecogen y los mayores amagan, esperando pase pronto el ratillo que separa, un toque de un redoble, y un Chía toca, por las calles de Granada, que el Compás de san Jerónimo en primavera avanzada, dejó salir para regresar pronto, a la Soledad de Granada, la que en oración espera, junto a la tumba laureada, de don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán de Granada, que la escolta y la custodia todo el año en su morada, y por Dios que se impacienta si la dama se retrasa, por eso La Soledad se pasea por Granada, sin prisa pero sin pausa, que Ella quiere ver pronto otra vez a su fiel don Gonzalo, de rodillas y a la entrada de San Jerónimo, dándole la bienvenida a su regreso de las calles de Granada, donde es bien sabido que el corazón... el corazón es el que manda. ¿Tampoco esto es merecedor de ser llamado madrugada? Alguna madrugada tiene que tener, una semana santa que comienza el Domingo de Ramos, a la hora de Ángelus, con la preceptiva misa de la procesión de las palmas, esas que nuestros niños y niñas a la usanza hebrea, portan en sus manos, como preludio de aquel que a lomos de una borriquilla, entró en Jerusalén. Esas ramas amarillas de filigrana o no, reales o plebeyas, que junto con alguna ramita de olivo, acompañan la entrada de Jesús, de Espinosa Cuadros, por la puerta de Elvira, cuando en realidad debería ser la salida, si su iglesia de San Andrés, no estuviera olvidada por todos, a la espera de una restauración, que vergonzosamente, se prolonga en el tiempo de manera inexplicable. Más Paz, es imposible. Joaquín Melgar, se encarga de su aderezo. Con la Alhambra por testigo, a la vera del río que da oro, Jesús de La Sentencia, acata su destino con la imagen que Mora quiso darle, mientras, Pilatos se lava las manos, momento que el lector aprovecha para hacer público el dictamen de crucifixión. La doble baranda pétrea del puente Cabrera, que une el Albayzín con La Alhambra, es el lugar exacto donde hay que ponerse a recibir tanta Maravilla, y con sólo girar el cuerpo, despedirla dejándola entrar en Granada por la plaza de Santa Ana. Nadie lo sabe, pero bajo uno de esos capillos, un año más hace estación de penitencia, Miguel López Escribano, albacea perpetuo de éste cortejo que nace y muere en san Pedro. La calle, Ancha de Santo Domingo se hace estrecha, cuando de regreso, Jesús, acompañado de los doce apóstoles y de su madre victoriosa, regresa a la catedral de Realejo. La Plaza de Santo Domingo, constituida en cabildo ciudadano, bajo la presidencia de Fray Luís de Granada, recibe al grupo escultórico más nutrido de la Semana Santa granadina. Desde la espadaña de la parroquia de Santa Escolástica, don José Gómez Sánchez-Reina, vigila el desarrollo de un regreso en olor de multitudes. Una última cena que se abre paso entre el gentío al requinto de la corneta, mientras el tambor marca solemne el paso con el izquierdo, en un andar costalero, que rezuma tradición granatensis, desde la primera hornada. El sevillano Ramos Corona, creó para la semana santa de la ciudad de la Alhambra, una nueva advocación, presentándonos a Jesús Despojado de sus Vestiduras, hasta entonces ausente de los desfiles penitenciales granadinos, germinando un barrio hasta entonces, ayuno de hermandades y cofrades. Es el de san Antón y sus contornos, el mejor lugar para visionar con plenitud, a ésta hermandad que ha ido cubriendo con los años su mesa de altar andante, hasta lograr un grupo escultórico de primer orden, que ha tenido el honor de pernoctar en la madrileña Colegiata de san Isidro, antigua catedral, y pasear las calles de la Villa y Corte, en la última visita que un Papa ha realizado a las Españas. De ésta forma tan granadina, tuvo Madrid su Domingo de Ramos en pleno Agosto. Y el aire preñado de buena música de cornetas y tambores, de galón de plata y casco con penacho emplumado, abre el paso de un cortejo, imprescindible ya, para la historia en la Semana Santa de Granada. Cautivo de Blanco roto y manos atadas, de mirada al suelo y resignación humana, que desde la Iglesia de Nuestra Señora de La O, bordea la Seo de Granada, a la mecida que marcan pies albaycineros, que saben mucho de madrugadas sin fin por la cuesta de la Alhacaba. Cautivo del convento de La Encarnación, de la hermandad de Los Negritos, de clausuras y Maitines, que al bamboleo de su túnica, va captando almas, precediendo a su madre de La Encarnación, que un día fuera soñada por unos cofrades que también eran devotos, del malagueño Fray Leopoldo, beato de la actual Garnata. Cautivo que cautiva corazones, que consuela a los presos de la Calle de La Cárcel, vigilado a la entrada y la salida, por el racionero de la catedral, el artista Alonso Cano. El Cristo del Trabajo y Nuestra señora de La Luz, abren la temprana tarde del Lunes santo granadino, desde el popular barrio del Zaidín, donde sus gentes acogieron a la hermandad nueva, con el entusiasmo de viejos cofrades venidos de barriadas antiguas. Como nuevos colonizadores de la tradición semanasantera, hombres y mujeres entregados a la causa de la militancia cofrade, han hecho de la joven hermandad, orgulloso estandarte con el que ponerse en el centro de la carrera oficial, a pesar de la extremada jornada. Éste cortejo vibra mejor en la avenida de Dílar, o en las cercanías de la parroquia del Corpus Cristi. La Virgen de Los Dolores, dolorosa de vestir granaina de manos juntas, nacida en los sesenta del siglo pasado, gracias a la virtud artística del escultor imaginero, Aurelio López Azaustre, enraizada en el tercio de requetés, Isabel La Católica, y en la capilla de los Gómez de Las Cortinas, ha hecho del color salmón, baluarte identificativo, que luce de manera especial, cuando es rozado por el sol del atardecer, en la Carrera del Darro, a los pies de la Alhambra, cuando sobre sus nobles costaleros, la virgen va buscando Granada. Don Antonio González Ortiz, con su boina calada, alinea los ciriales que al paso preceden, mientras que “churrete”, sostiene firme el estandarte mayor de la cruz de san Andrés, que el viento flamea, cuán galeón conquistador al llegar a plaza nueva. Don Valentín Ruiz Aznar, capellán de franciscanas, ha preparado espiritualmente a los componentes del cortejo, en la auténtica fe mariana. Los Padres Trinitarios Descalzos del Convento de Nuestra Señora de Gracia, encargaron ésta obra genial a los Mora, para la Cofradía Trinitaria de Redención de Cautivos de Granada, y desde entonces, siglos ya que el fervor de los granadinos, siempre fue en su dirección. El noble barrio de La Magdalena, es el mejor entorno para rezarle cuando sale a las calles de Granada, ya que de su primitivo convento de la Plaza de La Trinidad, sólo nos queda la fuente que mana agua. La antigua cofradía del Prendimiento de Jesús, lo introdujo en la moderna semana santa de los felices años veinte, y hasta ahora, éste Cristo golpeado y coronado de espinas, constituye uno de los atractivos más venerados de la semana santa granadina. Las manos de un churrianero de la vega, tallaron con primor la escena del huerto de los olivos, cuando Jesús toma conciencia de su destino. Domingo Sánchez Mesa, gubia en mano, sacó lo mejor de sí para alumbrar un Cristo, un ángel y un apostolado, que pese a no ser los primeros presentados, ya se hicieron con el barrio de los trenzados. En los terrenos de la madre de Boabdil, se asienta el convento de los caballeros de la Orden de Santiago, kilómetro cero de un camino a Compostela, y allí, desde su patio, sale la Amargura a la calle, precedida del cante morentiano, que el último año de su vida, rindió tributo a la reina del Realejo a los pies de su atrio. Engarzada en la armonía de Font de Anta, la familia Morente al completo cantó tras las tapias de Santiago, una amargura divina, que al tiempo resultó despedida, pues la fatalidad quiso, o tal vez la voluntad divina, que aquel fuera el último adiós de un Morente en despedida, que involuntariamente surcó el negro cielo estrellado de la calle de Santiago, para unirse a un firmamento, que su llegada colmó de vida. Calle de Santiago granadina, donde la saeta rasga el cielo, como un velo, en despedida. Callad gentes de fuera, ajenas a las costumbres, pues suena el campanil del convento del santo ángel custodio. Callad y apagad las luces, escuchad el rachear de alpargatas costaleras, oid como llora el clarinete, el oboe y el fagot, sentid como un pelícano hiere su pecho y alimenta a sus retoños, ved por el ojo entreabierto de éste mortecino crucificado nuestros despojos. Él que nos salvó de la peste, de las inundaciones y los terremotos, que nos sobrecoge el alma al no poder mantener la mirada de sus ojos. Cristo de san Agustín, de la noche oscura del alma, de pasión y penitencia por las calles de Granada, de consolación y sagrado protector de Granada. Te acompaño por San Antón, por Capuchinas, Trinidad y Jáudenes y vuelvo tras de ti a tu convento a aguardar un nuevo año, cuando la noche te cobija, como un manto protector, salpicado de escarcha. Mujeres henchidas de Caridad, vienen desde el Zaidín a Granada, para dar testimonio vivo de su poder y zancada. El trayecto se hace corto, liviana la carga, mientras Longinos inclemente cumple con las escrituras asestando certera Lanzada. Mecida al compás del tambor, que hombres y mujeres levantan a los cielos, con el incienso formando nubes, que juegan con los arcángeles, aromatizando el firmamento. Barbero Gor inspirado, talló un Cristo sobre el Calvario que en su semblante, ya se muestra entregado y convencido de su altísima misión. Hombre que siendo del mismísimo Dios hijo, no tiene fácil aceptar que la salvación del mundo pasa por su martirio, más llegada la hora, y comprendido el macabro acertijo, acepta con serenidad su destino, entregando la suya por la nuestra. Hablo... de la vida como sino. Virgen verde Esperanza de Las Tres Necesidades, señora de Plaza Nueva, de La Almanzora y la Cárcel, cuantos años aderezada por Dulce, venerada por Crespo, regentada tu hermandad por la banca y los agentes de cambio y bolsa, con las saetas de Arcadio Ortega, cantadas por La Parrona. Cuantas noches el reloj de la Audiencia que te cobijó, desparramó sus campanadas por el aire de Granada, convirtiendo la madrugada en cante jondo de fragua. Hoy que recobra titularidad el señor del Gran Poder y la seguiriya es palo apropiado, Juan Antonio Cuevas Pérez, El Piki, saldrá a tu paso y desde el más allá, de un quejío parará a tus costaleros, para que sin avanzar... sobre el terreno, aguanten el cante grande con dukelas encantadas, ese que el corazón desangra, porque en Granada Señora, el corazón... ¡el corazón es el que manda!. Hermandad decana de la semana santa de Granada, pionera de vía crucis al Cerro del Aceituno, que desde el Salvador a san Miguel, derrama fe por las veredas empedradas, con centurias de romanos sobre el arco de Fajalauza, despertando a la madrugada, empujando al amanecer, con Jesús de La Amargura en humildes andas, y tras Él, su eterna Madre de Las Lágrimas, más tarde nuestra señora de Los Reyes, pues justicia y agradecimiento hay que hacer, al hecho de finalizar prolongado exilio catedralicio, consiguiendo por fin la titularidad de la primera iglesia de Granada, la mezquita de Teibir, en callejuela estrecha frente a la Alhambra. Regreso al Albayzín, al barrio madre de Granada, donde vio por vez primera la luz, la semana santa oficial de Granada. Catorce estaciones penitenciales, catorce tapices pintados por Garrigues, catorce saetas ensangrentadas, para coronar una noche frente a La Alhambra. El pié de la señora quisiera besar hoy y por siempre. ¿Para qué si no? lo dejaron asomar los hermanos González por debajo de la enagua. Pie que tímidamente sale por el dobladillo de la falda, pie que se insinúa, para que le sea rendida pleitesía a la señora de la cava, de la Garnata al-yahud, de la eterna Granada. Pie que al cristiano arrodilla, para besar sus dedos y orar postrado, en símbolo de total entrega por su fervor mariano, pues la Soledad dominica, es la soledad también del campo del Príncipe, es la Soledad de soledades. La de túnica granate, que sobre su regazo apenada contempla los estigmas de la pasión, siempre prologada por la Humildad de su hijo, con clámide y cañilla, que avanza en austero estilismo, a las órdenes del Sánchez Osuna, o José Carranza, eternos y perpetuos capataces del Realejo... y de Granada. Cuando por fin floreció la primavera, se acallaron los tiros, y los hermanos dejaron de matarse, salió el Consuelo a la Calle para poner orden en las veredas. Del Sacromonte a Granada, en Mayo del treinta y nueve, se ponen los cimientos de ésta legendaria hermandad, que gracias a tres ilustres cofrades, perdura en el tiempo gozando de sus bodas de diamantes. José Estévez, Agustín Pacceti y José Jiménez, tienen la visión perfecta para crear una hermandad, en el lugar más gitano de Granada. Teniendo La Abadía como sede, no se puede pedir mayor emblema, para realizar el mayor recorrido imaginado hasta la fecha, serpenteando entre las pitas, para jugar con las bengalas y las hogueras, para dejarse mecer por las mejores saetas, esas que brotan en la madrugada a las puertas de las cuevas, donde el quejío flamenco tiene su cuna, y el duende del baile sus recobecos junto a la luna. Y así, de ésta manera suave, con la mecida justa y el corazón en balanza, nos acercamos madre, a la madrugá de Granada. Porque madrugada es la que nace en la verea de en medio, y muere con el amanecer reflejado en la fachada de una abadía incomparable, en un monte desde siglos consagrado. Cristo de cuatro clavos, tiznado por las hogueras, semblante del buen descanso por escuchar las saetas. Que la luz de las bengalas, en arco iris la noche convierta, pues el Sacromonte es pleno día, aunque de noche parezca. Sinfonía de las gargantas que a tu paso desencadenas, entre payos y gitanos rivalizando en buena lid la contienda, de cantes grandes de fragua entre vereda y vereda. Consuelo de cuatro clavos, único en tu ralea granaina, de la capilla de Aeropagita sales para reinar en la abadía, mientras Modesto Velasco te graba en su retina, devolviéndonos tu imagen entre mecida y mecida. Señora del Sacromonte, patrona eterna del cante, con tu poderío dominas también el toque y el baile, que unos churumbeles hacen en la puerta de sus cuevas, a tu paso, con garbo y flamenco desplante. Señora de canastos de mimbre, de repujados en cobre, de pleita de esparto, de esquiladores de crines al instante, recibid la ofrenda cantaora de ésta Granada que, se hace gitana de noche y jesuita de tarde. Medita Jesús sobre una roca sentado, en mitad de su martirio, con orgullo por mujeres transportado. Medita el Hijo de Dios, que durante años vivió la Granada de san Juan de Dios muy a su lado, y medita ahora su suerte, cuando desde san Justo Y Pastor, con vitola de estudiante, por la tuna es cantado cuando avanza su sextante por el barrio de san Jerónimo, avanzada ya la tarde. Cristo de los estudiantes, de colegios mayores, escuelas y facultades, tuyo es el poder y la nota, cuando en la Plaza de La Universidad, se examinan tus cofrades, de su militar en la fe, formando cortejo a tu sereno semblante, paseándote por Granada, con aroma de incienso, a ritmo de Gaudeamus ígitur. Alegrémonos pues, de haberte recuperado, y ayúdanos ha aprobar, en las aulas, en la iglesia y en la calle. Imperial de San Matías, parroquia de las eternas, con un barrio como el tuyo se conquistan nuevas tierras. Altar de calle con ángeles de chupete y gafas, con techo de palio de Ortuño, cofrade del alma, de una Virgen de Las Penas, que de rodillas es portada, por costaleros de historia, en las calles de Granada. Precede Él de La Paciencia, morador de biblioteca en la casa de Juan Ciudad, que tanto sabe de sacrificio por los demás. Cortejo al convento del Carmen, por documento hermanado, de hábito y capillo en oro viejo y morado, de una semana santa presidida por Montalvo. Barrio de san Matías, otrora poco horadado por cortejos vecinales, pero de paso obligado al común de los cofrades, como arteria que conecta varias granadas cuaresmales, que a ritmo de costalero va arracimando cofrades. Salve, estrella de los mares, de los mares iris de eterna ventura, salve, Fénix de hermosura, madre del Divino Amor. De tus doce varales penden rosarios de amor, que con su tintineo, van componiendo la partitura musical del mejor andar costalero. Costalero del Realejo, a la señora del Rosario entregado, como el marinero al timón de la nave que surcando, va por las aguas, en busca de un horizonte preñado de amor, de espuma y azul empapado. Cristo de las Tres Caídas, del palo mayor tallado, en tu semblante cetrino está la escuela imaginera granadina de mayor calado. Melena al viento la tuya y de espinas coronado, te escolta el buen cirineo involuntariamente captado, para evitar que sucumbas antes de llegar al Calvario. Cristo de la Tres Caídas, en el Albayzín venerado, en Real clausura de reina, la mayor cristiana del pago, cae sobre mis hombros Señor, como si fueras El del Paño. En el principio, fue El Amor y La Entrega, y María Santísima de La Concepción, y el verbo estaba en Dios. Y como crisálida divina de germen muy cofradiero, por los mismos hacederos, apareció El Nazareno y, una virgen carcelaria patrona de muros adentro, salió de la clausura a la calle, de La Merced, Señora, yo soy vuestro siervo. Cedro noble para Barbero, que gubia a gubia fue tallando al nazareno, gota de sangre del pómulo, que cae sobre la uña del dedo grueso. En los muros donde habitó Gonzalo Fernández de Córdoba, fiel servidor de la reina católica, se velan las armas antes de combatir al infiel, que aún mora en la ciudadela. Muros conjuntos donde aguardan al nazareno y su virgen, al sonar de madrugada la campana alhambreña, en Miércoles Santo de rezo, rechazando las tinieblas, esperando al nuevo día, en que san Juan de La Cruz, entre por la cancela, y como buen confesor, declare la noche abierta, pues oscura ya no está, desde que Élla, bajo palio la regenta. Y llegamos así a ésta noche, la del Jueves santo, que por lo visto no tiene madrugada en Granada. Los antiguos alumnos salesianos tienen mucho que ver en el nacimiento, de la más joven hermandad del Jueves Santo. Al amparo de María Auxiliadora, donde Torremocha ensancha los campos y, se adivina a lo lejos el río Dílar surcando páramos, en capillas adosadas al templo el Cristo de La Redención, in memóriam de aquel año, recuerda al menesteroso Sáez, y a tantos alumnos olvidados, que con orgullo vistieron el azul y negro del hábito. La Virgen de La Salud, en trono madera y plata basado, cruza la semana santa de norte a sur, de este a oeste, desde el moderno Zaidín, camino del Puente Blanco, para llegar la primera a la seo granatensis, regresando pronto al barrio, pues de nuevo, cuando del río está a éste otro lado, es cuando mejor se comprende el significado del sudario, que aún habiendo sido menguado, paño de pureza generoso se antoja al crucificado, más lejos de ser mácula esto, muy por el contrario, es signo de distinción, de diferencia y de garbo, pues quiso así el imaginero, que éste Cristo de mechón alado, no fuera así confundido, con ninguno que a su lado, pudiera también situar su cruz en el Monte del Calvario. Aurora de los toreros, sultana de los jazmines, del mirto, el arrayán, el tomillo y el romero, del galán de noche y la albahaca. Señora de Mariscales y Montenegros, que con sus vestidos de luces te han cosido el palio de blanco y oro para subir al cielo, baja a Granada como volando por las rampas que los soldados del Batallón Mixto, los ingenieros zapadores, rinden a tu paso, para más que andar, levites por san Gregorio hacia abajo. Y en llegando a Plaza Nueva, a la voz del buen Tamayo, tus costaleros te posen como en una nube en el asfalto, que aguarda desde hace rato, el buen Jesús del Perdón, tu Hijo muy amado, que atado a una columna, antes que tu ha paseado, desde San Miguel a la Chancillería, por los Grifos de san José serpenteando, hasta la Casa de Enrique Morente, donde una saeta se ha abierto paso, y en seco los costaleros, por seguiriyas andando, en la acabá de Molina, han puesto todo su encanto, para abordar desde dentro, la carcelera y el taranto, en noche de primavera, la del mismísimo, antaño, Martes Santo, cuando la Aurora preside ahora, la noche del Jueves Santo. Encabezando el cortejo, junto al diputado de Cruz Guía, va la banda que dirige el Sargento Patricio, corneta ilustre de España, que te tiene sorpresa asegurada, porque al pasar por tribuna estrenará por vez primera, el Silencio de Roy Etzel y el Himno de La Alegría, para que la gente empiece a llamarte... Aurora, guapa, guapa, y guapa. Dubé de Luque trabaja en su taller sevillano, para dar imagen cierta de un Albayzín artesano, que con casticismo sale en primavera descalzo. Jesús de La Pasión, con el cobre entre sus manos, rescata templo en Granada, de San Cristóbal llamado, corona así el Albayzín, extramuros va rezando, recordando Vía Crucis por el aceituno andando. Su Estrella le va guiando por la Cuesta de La Alhacaba, al tambor va retornando, a ritmo de su banda que va Quino comandando, subido sobre una estrella a Plaza Larga llegando. En la calle Panaderos, el aguador va refrescando, a esa buena gente que con los pies, bajo el faldón va rezando, retornando por Pagés, va naciendo la alborada, con los primeros rayos de luz, la noche ya no es callada, pues los pajarillos toman, el relevo a la decana banda, que en Estrella de amaneceres va bordando el pentagrama. Amor y Entrega fundaron desde san Ildefonso a San Isidro, un Cristo de Cruz acuestas, con túnica de pajizo, que al llegar a Concepción, franciscano sé rehizo. Cristo aristócrata de Las Heras, que Zúñiga reinventó para poder gozar así en el frontispicio, de una postal sin igual con el fondo de la Alhambra, junto al hospital del Maristán. Convento de La Concepción, donde como por hechizo, costaleros novatos se convertirán en padres de un oficio, que tiene por gallardía, portar a los titulares por amor y en simpatía, que sólo con ese pago, satisfechos se dan de por vida. Aurelio López Azaustre, hacedor de rostros virginales, echa el resto con La Concha, no hay parangón, es de cabales. Su rostro es de cante hondo, los plateros ya lo saben, por eso en su carmen albaicinero se gestó tal grandeza, con hechura maestrante, que el azul es el del cielo, y la plata su sextante, para no perder el rumbo cuando hasta la Catedral baje, buscando la madrugada, en esa noche de luna, que solo tiene Granada. Las doce en punto están dando, es noche oscura del alma, las luces se apagan sordas, el silencio es el que manda. Chirría la puerta eclesial bajo la Alhambra cobijada, se escucha en el aire una voz... ¡Cristo de la Misericordia, Granada te espera! Y al ritmo de un tambor destemplado que encabeza el negro cortejo, Granada comienza a ser de negro luto tintada. Color cetrino en su rostro a imagen de aquel cadáver, que en la Casa albaicinera de Los Mascarones, de Mora tuvo delante, para poder darle vida a Éste Silencio gritante. Muerte que a gritos pregona desde el Silencio gestante, a un solo Dios verdadero que sobre taracea va reinante, entre cera de tinieblas, entre pistilos y estambres, mientras los artilleros lo mecen en silencio y para adelante, con marcialidad medida, armas a la funerala colgantes, en señal de pleitesía, con la testa descubierta, como un ¡Rindan armas! Constante. Silencio del saetero, que rasga el velo distante, de un templo de Salomón, que piedra a piedra se cae. Silencio desde san Pedro hasta que en san Nicolás atraque, ésta nave que por bandera, lleva a Jesús por estandarte. Granada rindióse a sus pies una vez más sin alharacas, rezando por lo bajini, como se hace el buen cante, el que Morente le dice, bajo el alminar de san José, cuando la noche se cierra, sin la “sonanta” en la calle. Dios sube hasta San Nicolás, mientras el día se abre paso, por los caminos del cante.

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