miércoles, 24 de febrero de 2016

SEÑORA DEL ADURO Y DE LA ALHAMBRA

SEÑORA DEL DAURO Y DE LA ALHAMBRA Tito Ortiz.- Un cartel, es un pregón mudo, cuyas voces se transforman en dardos cromáticos, para llamar nuestra atención. Siendo Granada como es desde hace siglos, la ciudad de los pregones, el cartel se yergue como la síntesis de la voz muda, para llamar al viandante absorto, y hacer que se fije en aquello que se anuncia. Desde los tiempos de Ilíberis, las calles de ésta ciudad fueron la caja de resonancia de pregones, sin los cuales no se comprendería la vida cotidiana. En Granada se ha pregonado el agua al paso del sediento, la muerte ante la conducción al cadalso del condenando, el nacimiento de un infante, la llegada de la peste, o el Corpus festivo de obligado cumplimiento. Pregones en plaza pública ante un pueblo deseoso de buenas nuevas, y pregones calles arriba del menesteroso alfarero, o del agricultor que desde la vega, llega a la urbe para vender sus mejores productos frescos. Es Granada la ciudad de los mil pregones, y entre ellos, el más nuevo, es el cartel. Ese que no necesita de voces y ruido para hacerse oír. El que desde un escaparate, una puerta o fachada, es capaz de hacer volver sobre sus pasos, al tranquilo paseante y enfrentarlo a la verdad de su mensaje. Ese sin duda es el cartel cofrade. Porque a la verdad del motivo, Granada añade al cartel sin proponérselo, tres virtudes teologales: La riqueza infinita de su imaginería, imposible de encontrar en otras partes. La sinuosidad y escarpado de sus calles, y el paisaje con más Patrimonio Mundial por metro cuadrado por donde discurren sus desfiles de penitencia. Ésto si que no nos lo puede quitar nadie. Y ésto sin querer, aparece en sus carteles. Cartel cofrade el que nos ocupa, de Antonio Ortega Martín, pleno de acierto al mostrar el paso de La Sentencia, iluminado por el sol de la tarde granadina, ese que anaranja los oros y tornasola las platas, en esa Carrera del Dauro, mitad calle y mitad agua. El disparador de la cámara, capta el Misterio de La Sentencia, arropado por los muros conventuales que levantaron cristianos de reconquista, abrigado por una juventud expectante en el pretil, junto a los restos arqueológicos de la Puerta de Los Tableros, aquella que unió de por vida el Albayzín y La Alhambra, repartiendo las aguas, al buen acomodo de la demanda. Aguas que desvían su cauce, para no lastimar la que es tu casa, La Iglesia de San Pedro y San Pablo, lugar de culto desde antaño, pues fue Juan de Maeda quién la construyó en el siglo XVI, sobre los cimientos de una iglesia anterior, que a su vez fue levantada sobre los restos de una antigua mezquita, normalmente frecuentada por los trabajadores que edificaron la Alhambra. Antonio Ortega Martín, centra su atención sobre el trabajo de, Benito Barbero, que asumió tamaño desafío. Nada más y nada menos, que arropar con su gubia, una de las obras maestras de la imaginería granadina. Un asunto que siempre es llamado a controversia, y que el ilustre escultor, en compañía de sus hijos, saldó de manera solvente, cuando Granada estaba escasa de misterios. Es tu morada señor la que obliga al curso del río, a rodear tu casa, esa de campanario altivo, que despierta a las torres de la Alhambra, cuando los rayos del sol vespertino, anaranja las fachadas. Sol que barrunta primavera, de tardes de amor y poemas, que en ésta semana que tú inauguras, es sol reflejado en las cornetas, que al redoble del tambor fijan el ritmo de la zancada, y en rompiendo al aire su lamento, la mecida se hace solemne, con paso corto y lento, para que las plumas del penacho del romano, acaricien el hierro forjado de una farola imperial granadina, coronada, por más señas. Farola que en noches de luna ciega, es testigo del beso enamorado de una mujer al costalero cansado, que salió en el último relevo, para ser reconfortado, con la sudadera de amor de ese escudo blasonado. Escudo de La Sentencia, que dignifica la esclavitud al Santísimo Sacramento. Jarrón de azucenas y tiara pontificia, de un barrio que siempre fue frontera, entre Fátima Y María, entre la Puerta de Guadix y la Carrera del Dauro, mitad calle, mitad agua. Despacio, menos paso, que el lector no pierda de vista el renglón de tan injusta sentencia, que el agua no desborde la jofaína, que Claudia Prócula mantenga hierática la figura. Paso corto de sabios costaleros, que con su andar de filigrana, bordan el sentimiento penitente en ésta Carrera del Dauro, mitad calle, mitad agua. Es éste un cartel, en el que se aúnan las virtudes de la semana santa de Granada. Antonio Ortega Martín, con exquisita delicadeza, muestra al espectador en esa aparición parcial del trono por el flanco derecho, dejando todo el aire a la izquierda para componer con armonía y estética, la contundencia de la imaginería granadina, de altísimo valor artístico, que puede competir con cualquiera de otras semanas santas. El paisaje irrepetible de sus calles, que dota a la representación escénica de la pasión, de una singularidad estética inencontrable en cualquier otro lugar. De ahí, la belleza inalcanzable en otros sitios, de ésta Carrera del Dauro, mitad calle, mitad agua. Y la tercera columna vertebral de nuestro entorno, el inagotable patrimonio histórico y artístico por el que discurren nuestros desfiles de penitencia, que sirven de fondo a nuestros cortejos, para enmarcarlos en la supremacía de lo admirable, como queda bien patente en éste cartel. Cristo de soberana presencia, que en el rictus de tu cara reflejas la resignación de tu injusta sentencia, paséate Señor por ésta Granada, la perla de Al-Andalus abierta, y reparte una vez más, el amor que nos redima. Aguas del Dauro abajo van nuestras plegarias, cuán barquitos de papel, que Federico echara sobre la corriente, hasta volverla en espuma blanca de nuestra Sierra Nevada, para en llegando a la vega, convertirla en almohada de sueños de doña Rosita La Soltera. Señor sabedor de tu destino, acatado con ejemplar gallardía, háblame Cristo de los Mora, pídeme que puedo o debo hacer yo por tí. Dudo señor, si desenvainar mi espada como Pedro y, mutilar de orejas a los que contra tí claman, o por el contrario, despejar tu camino en la calle de La Amargura, para que se cumpla la voluntad del Padre, y el crimen sea una vez más, en Granada. Mí Granada, tú Granada. Me revelo Señor ante la injusticia de tu destino, y quisiera tener la fortaleza de espíritu de Conchita Barrecheguren, para no decaer y confiar ciegamente en que Tu, haces lo correcto y yo debo consentirlo, pero se hace tan tortuosa a tu paso, esta Carrera del Dauro, mitad calle, mitad agua. De un lado, La Alhambra majestuosa, que asiste al discurrir de tu paso con sus mejores galas, con un sol de atardecer que suena a órgano tecleado por Reinaldo, haciendo innecesarias las trompetas de fanfarrias, que a tal dignidad se antojan imprescindibles y de ordenanza. Al otro, el Albayzín convencido de su origen y destino. Barrio que albergó a los primeros cristianos, también cobijó después a quienes con sus manos hicieron posible que una colina roja, se convirtiera en un palacio eterno, cuyas torres te dan sombra para alivio de tus llagas. Horadas Señor la Carrera del Dauro camino de tu Granada, mientras campanas conventuales blasonadas por los mejores apellidos incrustados en la devoción mariana, hacen sonar el bronce de sus entrañas, como entonando ya la añoranza de tu presencia, cuando apenas te has alejado un palmo de su regazo y custodia. Las tienes mal acostumbradas, porque mientras tu campanario rompe el silencio de la tarde embelesada, anunciando hasta la vega, tu pronta presencia tan esperada, las campanas de bernardas y de zafra, como enamoradas posesivas, lanzan sus saetas al viento, implorando el regreso a tu morada. Señor que no te has ido, y ya te echamos en falta. Mientras, la de La Vela, desde la proa de la Alcazaba, impone su veteranía y grado, con el ritmo solemne y cadencioso, de la que más manda, como un Granada Venegas más, pués en tu Granada, el corazón es el que manda. Que al llegar a la casa de doña Mariana de Pineda, la distancia se nos antoja ya larga, y no queremos que traspases la frontera de ésta Carrera del Dauro, mitad calle y mitad agua. Todo lo más Señor, consentimos tu llegar a la Plaza de Santa Ana, plaza de tu abuela materna, y plaza también donde jugara, Antonio Gallego Burín, que en años difíciles, supo cuidar del arte y de Granada como nadie, y supo darte tu sitio, desde la equidad de una balanza, la de los hombres sensatos, que apuestan todo desde el alma. Y llegados a éste punto, no me puedo olvidar de quién más te quiere, y trás de tí va con sigilo. Virgen de Las Maravillas, señora del Dauro y la Alhambra, a Tí te esperan también en esta Carrera, mitad calle y mitad agua. La divinidad de tu rostro Señora, hace inclinarse a la Alhambra, deseosa de contemplar esa cara, aunque sea entre el pasar de tus varales, de ese palio de cajón que Escribano soñara, en una noche de luna, que solo tiene Granada. Cuando el frontal del paso tutea, la cruz pétrea de la entrada, las aguas del Dauro se paran, como las de cristal del río del belén de mi infancia, esperando la saeta del Compadre acompasada, por ese tambor que a paso lento indica la marcha. Piropos se oyen a tu paso, de un lado a otro del Puente Cabrera, ese que une La Almanzora con Granada, frente a tu casa se queda implorando la justicia del cielo, un pecador de amor y su ejecutor arrepentido de ese instante de ira en que nublósele la vista, convirtiéndole el corazón, en piedra de Sierra Elvira sin pedestal de nobleza, que es la que debe regir, la cabeza de Don Hernando de Zafra, cuya viuda hizo posible ésta morada de dominicas, y estos muros que nos guardan. Vergel de Carrera, mitad calle, mitad agua, que enlaza tu iglesia con la Granada, que sin poder frenar el impulso, en lugar de aguardarte tras la Plaza de Santa Ana, asciende por paredones, veredas, y hasta escala ventanas, para tomar posiciones donde admirarte con templanza, en éste atardecer de Ramos, de Ramos y de Palmas, a los sones de una saeta, cuando los rosas y violetas se abren paso en el azul de un cielo, que solo tiene Granada. Una luna de angora y difuminada, ha madrugado en el firmamento, para ser testigo de tu presencia Señora, por las calles de Granada. Sutil movimiento de palio, acompasado por las notas que sabiamente, Sánchez Ruzafa arrebata a un pentagrama de rosas, perladas por una escarcha de corcheas, fusas, blancas y negras, que elegidos costaleros interpretan, transcribiendo a un paso de contención y balanza, para que levites hermosa, por ésta Carrera, mitad calle, mitad agua. Convergen en ésta Carrera, por cuya grieta mana el agua, corazones que en volandas te llevan hacia Granada, para mostrarte orgullosos como la Maravilla que eres, aunque durante el año te escondas a los pies de nuestra Alhambra. Sus torres te dan sombra, arrullo el rumor de sus aguas, cobijo el de tus cofrades, que velan por Tí a la vera de la Alhambra. Señora que tienes de alfombra, la mejor de las Carreras, esta que sirve de puente entre san Pedro y Plaza Nueva, la única Carrera Señora que por Tí es, mitad calle y mitad agua.

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