lunes, 22 de febrero de 2016
LOS SESENTA Y VEINTE EN COPAS
LOS 60 Y VEINTE EN COPAS
Tito Ortiz.-
La Guardia, antes de ser “La Guardia”, fueron La Guardia del Cardenal Richelieu. Antes que ellos, “Los Ángeles”, fueron Los Ángeles Azules. Pero antes, conocí a un componente de “Los Blues Angelis”, que vivía en el barrio de San Antón, cercano al matadero. Ellos en aquellos años sesenta, formaban un quinteto musical que hacían música sólo con armónica. Un prodigio de la época, unos profesionales extraordinarios, que soplando esos diminutos instrumentos, unos libres y otros con llave, abordaban cualquier partitura por difícil que fuera, con un resultado sorprendente. Tan sorprendente, como el olvido en el que ha caído éste instrumento, que siempre he admirado. La armónica se ha caracterizado por detectar el carácter de su intérprete. La armónica era la compañera de los solitarios conwoys del oeste americano, cuyas notas están en la historia de las bandas sonoras de los mejores wéstern. En los cincuenta y sesenta, junto con el acordeón, formaba parte de los instrumentos de las tunas de prestigio. Yo he visto a enamorados, echar serenatas con la armónica en los labios, en las calles eternas de mi Albayzín, en compañía del sereno, que lejos de reprenderlo, disfrutaba del momento, o incluso apuntaba títulos de canciones, o hacía los coros, porque entonces los serenos tenían gracia, no como ahora, que llevo días sin oír sus pregones de la hora, ni el rozar del chuzo sobre las piedras. Una armónica cabe en el bolsillo, y ahí lleva el intérprete toda una orquesta con la que deleitar al prójimo. Instrumento de viento de lengüetas libres, la armónica, suena tanto si soplas como si aspiras, lo cual no es cuestión baladí, para el intérprete que quiera brillar con tan diminuto y complicado instrumento. Eran los años de Rhuth y Los Granada, y en EAJ 16, cantaban en directo en el salón de actos de santa Paula, José Antonio Cantaré, Pepita Avila, y Sensi Contreras, con el maestro Novis al piano. Julián Granados, estaba a punto de empezar a buscar a Lupita, y Valen, comenzaba su andadura, después de que Gelu, se casara en Las Angustias, y ahí comenzara su retiro de la canción, como se retiró del cine Patricia Lorán. Era dueña de la escena Purita Barrios, y Pepe Tamayo, en su casa de Madrid, nos explicaba un proyecto para llevar su Antología de La Zarzuela, nada menos que a Rusia, todo un disparate, que afortunadamente, hizo realidad años después. Pero sobre todo, era la época dorada de nuestra inigualable, "Li Morante", aquella niña granadina, que se tuteó con Marisol y Rocío Dúrcal, que ganó un disco de oro con su canción, “Dile, que tu amor es para siempre”, y que firmó cuatro películas con Cesareo González, que mandaba en éste país más que Paquito, aquel general que cenaba una tortilla liada y un vaso de leche, en una fría alcoba del palacio de El Pardo. Nuestra Li Morante, compitió hasta que en su vida se cruzó un “camino”, y optando por el, ya no se codeó con Silvie Vartán, Rita Pavone o Gigliola Cinquetti. Me consta que sigue siendo una mujer ejemplar y admirable.
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