martes, 24 de febrero de 2015
TOROS EN LA ALHAMBRA
TOROS EN LA ALHAMBRA
Tito Ortiz.-
Todo parece apuntar, que la ciudad de Granada celebra justas de toros y otras fiestas ecuestres, en lo que hoy conocemos como El Campo de Los Mártires desde hace siglos. Y si creemos a Nicolás Fernández de Moratín, en el siglo XVIII, éste mantenía que el origen de los toros estaba entre la morería granadina, entroncando esto con los que afirman, que la asociación analógica de las corridas de toros con el mundo moro, comienza en la Edad Media, precedida de la imagen de juegos circenses con toros, en la África romana de la antigüedad. También Luís Mármol y Carvajal, dice que en el siglo XVI, eran célebres los combates con toros en la ciudad musulmana de Fez.
Esto se desprende de un detallado estudio, realizado por los profesores de la Universidad de Granada, José Antonio González Alcantud, y Juan Manuel Barrios Rozúa, publicado en el número 34, de La Revista de Estudios Taurinos, auspiciada por la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, a través de su Fundación. Los profesores granadinos, no sólo han realizado una investigación extraordinaria, sino que han aclarado de una vez por todas, que en el Patio Circular del Palacio de Carlos V, nunca se dieron toros, aunque eso sí, la edificación, pudo servir de improvisados toriles, cuando se celebraron corridas de toros en la Alhambra, porque haberlas, las hubo.
La relación entre España y África con la fiesta de los toros, tal y como hoy la conocemos, tiene su mayor auge durante la etapa del protectorado, (1912-1956), llegándose a dar importantes festejos en plazas como Casablanca o Tánger, donde algún cartel se dio con mayor atractivo, al participar un torero de cada religión: Un Cristiano, un judío y un musulmán.
Amén de las justas y torneos con toros alanceados, cuando la fiesta regresa a La Alhambra, es en 1800, y lo hace por la puerta grande, pues se instala plaza ante el pórtico del Palacio de Carlos V. Así queda demostrado por los profesores, González Alcantud y Barrios Rozúa, quienes detectan entre la nobleza y el clero, partidarios y detractores de la fiesta, que finalmente se lleva a cabo en La Alhambra, pese a las protestas de La Real Maestranza de Granada, que ve perjudicados sus intereses, en el coso de la ciudad, pues no hay que olvidar, que entonces, la Alhambra tenía gobierno propio, que nada tenía que acatar del de la capital.
En 1744 y 49 se concede permiso a la Alhambra para celebrar toros a beneficio de la hermandad radicada en el convento de San Francisco, o la del Señor de la Humildad de La Alhambra, festejos que se llevan a cabo en la placeta de los Aljibes. La hermandad de la Virgen del Rosario, también obtiene licencia para dar toros con motivo de su festividad, dado que ésta radicaba en la parroquia de Santa María. Al año siguiente el párroco se opuso a éstas celebraciones, y dividió una vez más al clero, que incluso contó entre sus filas, durante la época, con un buen número de curas toreros. Pero en 1795, el Gobernador de la Alhambra, Francisco González Mojena, pide permiso para dar toros en La Alhambra, con el fin de recaudar fondos y reparar el monumento. Se le concede Real Gracia para celebrar dentro del monumento nazarí, un total de cuarenta corridas de toros en cinco años. Thomás López Maño, maestro de obras de la Alhambra presentó el proyecto, y Antonio Manuel de Molina, maestro del arte de la carpintería realizó una maqueta extraordinaria, ubicándose el coso ante la fachada principal del palacio de Carlos V, aprovechando ésta como sostén y, sus balcones, de pago durante las corridas. Plaza rectangular con las esquinas achaflanadas, como todas las de la época, su plano se conserva y da fe con fidelidad de los hechos acaecidos en 1800. Para su construcción faltó madera en los almacenes y se recurrió a los bosques alhambreños, lo mismo ocurrió con los clavos a utilizar. Se fundieron ciento cinco arrobas de picas y albardas, que se conservaban aún de la toma de Granada, lo que acarreó también sus “buenas” críticas. Los festejos se fueron sucediendo con éxito, todos finalizaban con un castillo de fuegos artificiales, y las carnes y los cueros de los toros, se vendían en la Casa de Matanza de la propia Alhambra, situada junto a la Plaza de Los Aljibes, pero ante las protestas de la Carnicería de la Capital, se hizo cargo de ella la Hermandad de Las Ánimas de la Parroquia de Santa Ana. En cuanto al precio de las entradas, eran de cuatro reales en los tendidos, tres en la fachada de Carlos V y dos en preferencia. Pero como en aquella época – al igual que en ésta – ocurrían cosas raras con los dineros, alguien advirtió que de lo recaudado en las corridas Alhambreñas, no todo se estaba gastando en la reparación del monumento nazarí, por lo que se suspendieron los toros en la Alhambra y se desmontó la plaza, después de comprobar, que gran cantidad de lo recaudado en las corridas, se había desviado para arreglar la casa del Gobernador de la Alhambra, Lorenzo Velasco, que incluso se construyó una caballeriza nueva para uso personal, asunto por el que fue cesado.
Esto es solo un pequeño extracto, del completo estudio que con el título, “Toros en La Alhambra, Entre La Conservación Monumental y La Metáfora Cultural”, han llevado a cabo los profesores, José Antonio González Alcantud, y Juan Manuel Barrios Rozúa, para deleite de los que amamos la fiesta de los toros y nuestra historia. Recomendamos a los buenos aficionados, muy encarecidamente su completa lectura. Queda comprobado y hecho público, que en la Alhambra, también sonaron los clarines.
jueves, 12 de febrero de 2015
ANOCHE ESTUVE DE FARRA
ANOCHE ESTUVE DE FARRA
Tito Ortiz.-
Juro ante dios y ante los hombres, que yo me iba para mi casa, pero el destino los puso en mi camino. Nadie puede zafarse de un Enrique Padial, capa sobre los hombros, bastón en mano, que te cierra el paso a las puertas de El Mesón, en la placeta de Gamboa. Mi madre me esperaba para cenar en San Matías 22 primero, la casa familiar, pero cuando un amigo al que no ves en meses, se empeña en que debemos ir a la cercana casa de “La Bizcocha”, donde nos esperan desde hace rato. Yo no sé usted, pero yo, no me resisto. Aguardiente de garrafa, medias de costura ladeadas y con rasas, olor intenso a Salfumán, en fin, que ¿dónde mejor se puede hablar de arte pictórico y literatura?, sín que te den el coñazo. Porque eso sí, nosotros yacer, no yacíamos, pero nos trataban como a reyes y algo extremadamente infrecuente: Nadie nos interrumpía. Recuerdo una discusión con Enrique, en casa de una meretriz despampanante de la calle, Jazmín, en la que yo argumentaba que a su homenaje a Falla le sobraban rojos y llamas, y acabamos con Vasili Kandinski por peteneras. Él, recién donado el cuadro a la ciudad, para que fuera expuesto eternamente en el auditorio de García de Paredes, y yo, recién ingresado como miembro numerario de la Asociación Internacional de Críticos de Arte. Allí cada uno enarboló sus armas. Yo le restregué mi licenciatura en Bellas Artes, él su formación autodidacta, reconociendo la influencia de haberse pasado por el forro de los coj..., el tiempo que estuvo en la Escuela de Artes y Oficios, y a punto de descubrir que Juan Gris era el culpable de toda una generación de españoles listos, como Pablo, el hijo del profesor Ruiz, de Málaga, nos abordó en la puerta, Manuel López Vázquez, que enfrascado entonces en su obra magistral del extinto Café Suizo, andaba dándole forma a su Fray Leopoldo en tabla. Cuán trío calavera íbamos caminando hacía las afueras, hasta “El Machaco”, casi en el Camino de Ronda con el Cañaveral, cuando una risa draconiana nos detuvo, al grito de ¿dónde vais sin mí?. Era el escultor Pepe Castro Llamas, que seguido de un escuálido esqueleto, poseído por una voz más potente que la suya, también ordenaba la pausa, hasta ponerse a nuestra altura. Se trataba del insigne maestro, Aurelio López Azaustre, que con autoridad y contundencia, apostaba por repostar en tan insigne elemento de la madrugada granatensis, refrescando el gaznate con un sol y sombra, no sin antes advertir a los serenos que nos salían al paso, de que estaba de, Hery Moore, hasta el forro de su escroto, pues estaba entonteciendo en Granada, a más de un escultor incipiente de la época, que se estaba dejando influenciar por aquellas líneas amariconadas. Y el auténtico escultor, como ya me dijo en la primera entrevista que le hice en el Diario Patria, Martínez Olalla: El escultor, niño, - me dijo - es un albañil con corbata. Y san selerín del monte. No vayamos a mariconadas ahora. Que aquí, como Pardo, en Artes y Oficios, - Pardillo para sus amigos – como me contaba mi novia mariángeles que se dejaba llamar - hay que desbastar la piedra... releñe, y eso, como el Soberano... ¡es cosa de hombres!. Por entonces andábamos enfrascados en una magna muestra, que celebrose con gran alharaca y algún que otro dispendio, incluido notorio ágape. Agonizaba Picasso, y Juan Herrera González Aurioles, tuvo la idea de hacerle un gran homenaje, para lo que nos dio cobijo a todos en la sala de arte, que la Rural tenía en su oficina principal, junto al Gobierno Civil. Hacía años que nadie conseguía reunir a los artistas granadinos de todo signo, y Herrera lo hizo posible. Cuando el dueño del machaco y su hermana, nos echaron a la calle con las claras del día, dirigimos nuestros pasos al café Fútbol, para ser los primeros clientes de la mañana, después de una noche húmeda como aquella, lo suyo era un chocolate con churros de urgencia, y así fue. Las voces subieron de tono, cuando algún artista no admitió las telas metálicas de Manolito Rivera, a lo que yo me opuse, porque considero que en arte nada es excluyente, sobre todo, cuando un artista ha demostrado antes, que lo es: Porque tan Picasso es el de “Las señoritas de Avignon”, como el de “Primera Comunión”. Cosa distinta es que algún iluminado, pretenda dar por idéntica a la picassiana, la trayectoria de Joan Miró, ahí el que me busca me encuentra. ¡Hasta ahí podíamos llegar... hombre!. A Miró le falta profundidad artística en el mensaje, y le sobra mercantilismo y promoción gratuita, en todos los sentidos.
Próximo a dispersarse el trust de los tenorios, por los efectos inmisericordes de los rayos del sol, decidimos rematar la faena con una copita de uvas en aguardiente, en el Café Bar Alarcón, en la esquina de la calle Elvira con la del Pan, más conocido como “La Lisa”. Durante la dulce ingesta, alguno de los presentes dijo haber sorprendido a Iván Piñerúa, pintando en el interior de la Catedral de Granada los cuadros de su próxima exposición, y que Benito Prieto Coussent, andaba esfrascado en la realización de un cristo crucificado y desmadejado, de espeluznante resultado. Cuando salimos a plaza Nueva, para la despedida con brotes de exaltación de la amistad, vimos como Don Marino Antequera, con su caballete y su maletín, subía por la Cuesta de Gomérez, camino de la Alhambra para pintar del natural el Generalife. Sin la oficialidad del nombramiento, él fue el cronista oficial de Granada, durante decenas de años. Y a su memoria, va éste homenaje.
domingo, 1 de febrero de 2015
DE LA MAESTRANZA AL GREEN
DE LA MAESTRANZA, AL GREEN
Tito Ortiz.-
Mi padre me llevaba de la mano, Carrera del Darro arriba, a un bar largo y estrecho que se situaba entre los puentes, Cabrera y Espinosa, y que en su fachada lucía el letrero pintado a mano de, “Bodegas Lindaraja”. La visita era obligada por mi insistencia y perseverancia. No es que antes de recibir la primera comunión ya fuera adicto al alcohol, es que en aquel bar tenía su sede en Granada, la Peña Taurina de Paco Camino, del que yo nací siendo un aficionado incondicional. El que era conocido como “El Niño Sabio de Camas”, atrajo mi atención desde que yo olí el capote de brega de mi padre cuando volvía de torear, y con paciencia infinita, metía el vestido en una tina con pubilla, y desplegaba el percal en la mesa de camilla, donde a base de jabón lagarto y un cepillo de raíces, dejaba su principal herramienta de trabajo como un jaspe, sin rastro de sangre o albero. Yo me ponía de puntillas para alcanzar a ver la vitrina que a modo de mostrador junto al futbolín, exhibía, desde fotos de aquellas en blanco y negro, que tenían los filillos como dentados, y mostraban a mí ídolo Paco Camino, en tentaderos y dehesas, con una camisa rudimentaria y un pantalón rabicorto, desplegando aquella muleta con la mano izquierda en unos pases naturales, guiados seguramente por la divinidad suprema, que suele dotar a los niños prodigio, del arte necesario como para parar el tiempo, congelando la estampa más estética y profunda de la tauromaquia “postbelmontiana”. En aquel cajón con un cristal protegido, había carteles de sus tiempos de becerrista y novillero, instantáneas de su doctorado en Valencia, el mismo año que Fidel castro entró en La Habana, con Jaime Ostos de padrino y Juan García Mondeño, de testigo, un torero que vistió el habito de dominico, y que abandonó para volver a los toros, con el apodo de Fray Mondeño, historia que se llevó al cine y en cuya película también intervino mí ídolo. Aquella peña tenía en sus paredes, banderines de tela con retratos en pintura de Camino, banderillas es aspa, grandes afiches de las mejores ferias taurinas, orejas cortadas por mi idolatrado, rabos y patas, que en aquel tiempo, también se concedían, porque cortar los máximos trofeos era: las dos orejas, el rabo y, una pata. Si la faena había sido un disloque, yo vi alguna vez cortar hasta dos, pero no era lo habitual. Una chaquetilla de un vestido de luces maltratada por el tiempo, una taleguilla corneada, unas medias rotas manchadas de sangre en alguna cogida y, alguna catañeta, testimoniaban el cariño que el propio torero y los socios tenían por la peña que llevaba su nombre, y que de manera altruista hacía lo posible por divulgar su arte y seguirle donde toreara, con una pancarta en la que rezaba bien claro lo de, Peña Paco Camino y, Granada.
Lloré el último día que lo vi torear dándole la alternativa a su hijo, porque yo sabía bien que sería el último. Recordé aquella tarde de Corpus de finales de los setenta, cuando salí dando pases de la plaza de Granada, tras verle una de sus faenas memorables, junto a mi amigo Alfredo Curiel, con el que siempre compartí admiración por el camero. Pero si sus naturales eran carteles de toros, no digamos nada de sus chicuelinas, con el empaque y el señorío maestrante, de quién lejos de ser solo un torero pinturero, a su gracia sevillana añadía el poderío y el mando de un conocimiento del toro y su comportamiento, merecedor de un doctorado en psicología taurómaca. Torero encimista cuando le apetecía, sabía pisar terrenos en las distancias cortas, con la misma filigrana y suavidad con la que un desactivador de minas, va despejando el frente. Artista con regusto, te levantaba del tendido si quería, con el toque de muñeca con el que firmaba una trincherilla. Así era la tauromaquia de Paco Camino, un matador de toros que comandó el escalafón durante dos décadas, y a pesar de llevar tres sin enfundarse la taleguilla, es mantenido en la memoria de los buenos aficionados, como una de las mejores cosas que le ha ocurrido al toreo en toda su historia. Ahora, tenemos la oportunidad de conversar al sol del invierno, en el Parador Nacional de Golf en Málaga, en el green, dudando entre que palo utilizar, si vamos o no bajo par, o donde está el hoyo dieciséis. Hace treinta años, hubiéramos discutido sobre aquel ensabanado, casi jabonero, bizco del izquierdo, que se acostaba por el derecho, y al tercer pase se quedaba debajo, olisqueando las zapatillas, al que él le sacó faena cuando los demás no dábamos un duro por el bicho. Hoy lo nuestro es elegir bien la bola a golpear, si es de dos o tres capas, como colocarnos en el tee box, y si seremos capaces de llegar al hoyo 19 sin caddie, los años es lo que tienen, pero bueno, al menos los amigos nos animan y dicen que no estamos tan mal. Dios los bendiga.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)