PEDIR UN PASTEL PINTADO
Tito Ortiz.-
Decía mi abuelo, Rafael Rubio
Carmelino, que su amigo el pintor inglés era todo un personaje, con el que
poder charlar de cualquier cosa, porque su formación y experiencia mundana le
hacían un gran conversador. De ahí que él lo visitara con frecuencia en su casa
torreón junto a San Nicolás, aunque también solían verse en el Centro
Artístico, Literario y Científico, o en la tertulia de la cafetería pastelería
de López Mezquita, ya que el inglés era amigo también del pintor granadino, pero,
sobre todo, de los exquisitos manjares que salían del obrador familiar, ya que
se declaraba un degustador de pasteles irredento.
La condición de goloso
empedernido del inglés era muy selecta, a tal punto que, en alguna ocasión,
cuando mandaba a la sirvienta hasta la pastelería de Reyes Católicos, para que
le subiera sus manjares preferidos, entre el acento guiri del pintor y las
pocas luces de esta, acababa en casa con una bandeja de excelencias pasteleras,
que no eran sus preferidas. Un asunto este que el pintor dio por zanjado, el
día que, sobre una cartulina, le pintó con todo lujo de detalles el pastel de
su preferencia. La buena mujer cuando llegó al mostrador enseñó la obra y,
desde aquel día, ya no hubo más confusión con el pastel de don Jorge.
APPERLEY
El pintor inglés amigo de mi
abuelo se llamaba, George Owen Wynne Apperley, había nacido en Inglaterra el
mismo mes que Federico García Lorca, solo que catorce años antes, así que, dado
que su obra perdura y Granada no lo olvida, su legado está ahí en nuestra
memoria, porque Granada no puede olvidar a quienes la han engrandecido con su
creación artística. Afín de cuentas, durante años fue un albaicinero más que
dejó aquí, mujer y descendencia.
Pertenecía a una familia
aristocrática galesa, quedando huérfano de padre a los seis años. Desde pequeño
se sintió atraído por la pintura y a pesar de la oposición familiar, pudo
matricularse en la Herkomer Academy e iniciar en ella sus estudios artísticos.
Sus padres no consideraban la profesión de pintor adecuada para un Apperley y
mientras su padrastro se mostraba partidario de que ingresara en el ejército,
la madre deseaba que su hijo sintiera vocación religiosa. Sin embargo, su
decisión de dedicarse a la pintura era firme y las presiones familiares no
pudieron impedirlo. En 1907 se casó en secreto con Hilda Pope. La familia de la
novia desaprobaba la unión y se trasladaron a Lugano (Suiza) para más tarde
volver a Londres, donde permaneció unos años y tuvo dos hijos: Edward y
Phyllis. En 1914, sin la compañía de su esposa, viajó por primera vez a España
y en 1916 decidió emigrar estableciéndose en Madrid durante un año. En 1917 se
afincó en Granada dónde conoció a Enriqueta Contreras, una niña gitana que, con
catorce años de edad, se convirtió en su esposa, a la que retrató en numerosas
ocasiones a lo largo de su vida. Fruto de esta unión tuvo otros dos hijos,
Jorge y Enrique "Riki".
En 1918 se celebró una
exposición con sus trabajos en Madrid que fue inaugurada por el rey Alfonso
XIII y su esposa Victoria Eugenia de Battenberg. A partir de entonces aumentó
considerablemente su prestigio y consideración en el mundo artístico español. En
Granada se relacionó con pintores locales como Francisco Soria Aedo, José María
Rodríguez Acosta y López Mezquita, como ya apuntamos al principio, integrándose
en la vida de la ciudad e interesándose por el mantenimiento de las tradiciones
y el patrimonio histórico. De esta época datan numerosas escenas que plasman
los paisajes y vistas de Granada.
MONUMENTO ESCONDIDO
Metro arriba o metro abajo, la
calle de La Gloria es una arteria granadina, varias veces centenaria que enlaza
la iglesia de San Pedro, en la carrera del Darro con la de san Juan de Los
Reyes – antigua mezquita de Teybir o de los convertidos – donde fueron
bautizados los primeros conversos tras la reconquista católica. Pues en esta
calle de rancio abolengo, de paredes conventuales y refugio de abrasadores
soles, allá por los años sesenta, derribose una propiedad, que dio espacio a
una plazoleta, que aún hoy no tiene nombre, pero que bien mereciera ser
denominada con el nombre de nuestro pintor inglés, que tanta gloria dio a esta
ciudad con su obra y familia.
Aquí podemos contemplar su
monumento en pedestal de la tierra. Un bronce de Mariano Bennlliure datado en
1944 que, pese a su corto tamaño, muestra en todo su esplendor a nuestro vecino
Apperley en plena faena, con la mirada vuelta hacia la modelo o el paisaje. Por
lo recóndita de la plaza y la tranquilidad que se respira, más pareciera un
oratorio protegido por la verja que, una exaltación al artista, pero la belleza
del entorno merece que el visitante entre en esta especie de intimidad, de
cercanía, donde rendir homenaje a este aristócrata inglés, que recorrió el
mundo, pero que eligió Granada como su hogar y fuente de inspiración.
Tras la proclamación de la II
República Española, en 1933 se trasladó con su familia a Tánger (Marruecos)
donde permaneció hasta su muerte ocurrida en 1960, aunque realizó frecuentes
viajes a Granada, donde siempre conservó su vivienda. El venía de ascendencia
noble y en España había sentido el favor de la monarquía, por lo que al
proclamarse la república y, teniendo en cuenta que, nunca había disimulado
entre propios y extraños sus ideas, esto le acarreó algunos incidentes de
desaprensivos revolucionarios en su casa del mirador, lo que le obligó a tomar
la decisión de marcharse, aunque su corazón siempre estuvo en el Albayzín.