domingo, 3 de agosto de 2025

 


PEDIR UN PASTEL PINTADO

 

Tito Ortiz.-

 

Decía mi abuelo, Rafael Rubio Carmelino, que su amigo el pintor inglés era todo un personaje, con el que poder charlar de cualquier cosa, porque su formación y experiencia mundana le hacían un gran conversador. De ahí que él lo visitara con frecuencia en su casa torreón junto a San Nicolás, aunque también solían verse en el Centro Artístico, Literario y Científico, o en la tertulia de la cafetería pastelería de López Mezquita, ya que el inglés era amigo también del pintor granadino, pero, sobre todo, de los exquisitos manjares que salían del obrador familiar, ya que se declaraba un degustador de pasteles irredento.

La condición de goloso empedernido del inglés era muy selecta, a tal punto que, en alguna ocasión, cuando mandaba a la sirvienta hasta la pastelería de Reyes Católicos, para que le subiera sus manjares preferidos, entre el acento guiri del pintor y las pocas luces de esta, acababa en casa con una bandeja de excelencias pasteleras, que no eran sus preferidas. Un asunto este que el pintor dio por zanjado, el día que, sobre una cartulina, le pintó con todo lujo de detalles el pastel de su preferencia. La buena mujer cuando llegó al mostrador enseñó la obra y, desde aquel día, ya no hubo más confusión con el pastel de don Jorge.

APPERLEY

El pintor inglés amigo de mi abuelo se llamaba, George Owen Wynne Apperley, había nacido en Inglaterra el mismo mes que Federico García Lorca, solo que catorce años antes, así que, dado que su obra perdura y Granada no lo olvida, su legado está ahí en nuestra memoria, porque Granada no puede olvidar a quienes la han engrandecido con su creación artística. Afín de cuentas, durante años fue un albaicinero más que dejó aquí, mujer y descendencia.

Pertenecía a una familia aristocrática galesa, quedando huérfano de padre a los seis años. Desde pequeño se sintió atraído por la pintura y a pesar de la oposición familiar, pudo matricularse en la Herkomer Academy e iniciar en ella sus estudios artísticos. Sus padres no consideraban la profesión de pintor adecuada para un Apperley y mientras su padrastro se mostraba partidario de que ingresara en el ejército, la madre deseaba que su hijo sintiera vocación religiosa. Sin embargo, su decisión de dedicarse a la pintura era firme y las presiones familiares no pudieron impedirlo. En 1907 se casó en secreto con Hilda Pope. La familia de la novia desaprobaba la unión y se trasladaron a Lugano (Suiza) para más tarde volver a Londres, donde permaneció unos años y tuvo dos hijos: Edward y Phyllis. En 1914, sin la compañía de su esposa, viajó por primera vez a España y en 1916 decidió emigrar estableciéndose en Madrid durante un año. En 1917 se afincó en Granada dónde conoció a Enriqueta Contreras, una niña gitana que, con catorce años de edad, se convirtió en su esposa, a la que retrató en numerosas ocasiones a lo largo de su vida.​ Fruto de esta unión tuvo otros dos hijos, Jorge y Enrique "Riki".

En 1918 se celebró una exposición con sus trabajos en Madrid que fue inaugurada por el rey Alfonso XIII y su esposa Victoria Eugenia de Battenberg. A partir de entonces aumentó considerablemente su prestigio y consideración en el mundo artístico español. En Granada se relacionó con pintores locales como Francisco Soria Aedo, José María Rodríguez Acosta y López Mezquita, como ya apuntamos al principio, integrándose en la vida de la ciudad e interesándose por el mantenimiento de las tradiciones y el patrimonio histórico. De esta época datan numerosas escenas que plasman los paisajes y vistas de Granada.

MONUMENTO ESCONDIDO

Metro arriba o metro abajo, la calle de La Gloria es una arteria granadina, varias veces centenaria que enlaza la iglesia de San Pedro, en la carrera del Darro con la de san Juan de Los Reyes – antigua mezquita de Teybir o de los convertidos – donde fueron bautizados los primeros conversos tras la reconquista católica. Pues en esta calle de rancio abolengo, de paredes conventuales y refugio de abrasadores soles, allá por los años sesenta, derribose una propiedad, que dio espacio a una plazoleta, que aún hoy no tiene nombre, pero que bien mereciera ser denominada con el nombre de nuestro pintor inglés, que tanta gloria dio a esta ciudad con su obra y familia.

Aquí podemos contemplar su monumento en pedestal de la tierra. Un bronce de Mariano Bennlliure datado en 1944 que, pese a su corto tamaño, muestra en todo su esplendor a nuestro vecino Apperley en plena faena, con la mirada vuelta hacia la modelo o el paisaje. Por lo recóndita de la plaza y la tranquilidad que se respira, más pareciera un oratorio protegido por la verja que, una exaltación al artista, pero la belleza del entorno merece que el visitante entre en esta especie de intimidad, de cercanía, donde rendir homenaje a este aristócrata inglés, que recorrió el mundo, pero que eligió Granada como su hogar y fuente de inspiración.

Tras la proclamación de la II República Española, en 1933 se trasladó con su familia a Tánger (Marruecos) donde permaneció hasta su muerte ocurrida en 1960, aunque realizó frecuentes viajes a Granada, donde siempre conservó su vivienda. El venía de ascendencia noble y en España había sentido el favor de la monarquía, por lo que al proclamarse la república y, teniendo en cuenta que, nunca había disimulado entre propios y extraños sus ideas, esto le acarreó algunos incidentes de desaprensivos revolucionarios en su casa del mirador, lo que le obligó a tomar la decisión de marcharse, aunque su corazón siempre estuvo en el Albayzín.