viernes, 5 de agosto de 2016

EL ÚLTIMO CUPLÉ

EL ÚLTIMO CUPLÉ Tito Ortiz Antes que de Sara Montiel, yo fui de Lilián de Celis, para eso mi abuela Juana tenía el gusto más exquisito que he conocido, en torno al cuplé. Mantenía con justicia, la madre de mi madre, que mientras la de Campo de Criptana lo hacía más sensual, Lilián, lo enseñoreaba, y lo aupaba a la categoría de gran escenario. Ella había nacido en Asturias, aunque de niña ya se trasladó a Santander y comenzó a destacar cantando en la radio. Pero al contrario de lo que ocurría en aquellos primeros años cuarenta, Lilián estudió, ingresó en el conservatorio para formarse académicamente, y comenzó la carrera de Comercio, con lo cual, la diferencia de formación con la Montiel, era de toma pan y moja. Las dos eran cupletistas, faltaría más, pero eran como el agua para el aceite, como la noche y el día. Además, de Celis, profesaba una gran admiración por la más grande, Raquel Meyer, y eso se le notaba en la clase y apostura de sus actuaciones. Tengo grabadas a fuego en mi memoria canciones inolvidables como, “La Chica del 17”, “Polichinela”, o “Las tardes del Ritz”. Su llegada a Radio Madrid la catapultó a la popularidad de la época, y pronto creció un odio infinito entre Sara Montiel y Lilián de Celis, que se prolongó hasta la tumba de la manchega. No llegó a la veintena de películas, pero alcanzó grandes éxitos que la llevaron a realizar campañas de varios años en América latina. Y yo no puedo olvidarme de su famoso: “Batallón de Modistillas”, tarareado por tantos talleres de costura en el Albayzín, donde al son de las máquinas Singer y Alfa, a través de las ventanas, conformaban la melodía ilusionada, de tanta muchacha que soñaba con un mundo mejor, o un novio formal. Lilián regresó a España tres años antes de que el general bajito, del Ferrol, aquel de voz aflautada, que cenaba una tortilla francesa y un vaso de leche las palmara, y desde entonces se resguarda en su Asturias natal, fuera de focos y papel couché. Sus tardes del Circo Price y el teatro Albéniz de Madrid, todavía no han sido superadas, mientras ella ve atardecer junto al Sella, ese río famoso por su descenso en piragua, que antaño se podía seguir por etapas en el ferrocarril. Se equivocó al decirle a Juan de Orduña, que no sería nunca la voz de su película, “El Último Cuplé”. Sin embargo, en el Café Alameda del Campillo, su voz era venerada por incondicionales, que no dudaban en calificarla como digna heredera, de reinas del cuplé como, Augusta Bergés, que hizo famosa su canción, “La Pulga”, Pilar Come, o La Chelito. Aquellas que consagraron títulos como, Agua Que No Has de Beber, Mala Entraña, Los Puentes de París o Vino Tinto Con Sifón. El Café de Cuéllar, El Suizo o del Callejón, junto con los salones de variedades arrevistadas, o el portátil teatro Colón, fueron refugios del cuplé en Granada, antes de que éste llegara a los grandes escenarios y el cine. Son los tiempos del Charlestón, hijo aventajado del Foxtrot, de las boquillas de metro y medio para las señoritas que fuman en la cheslong, de las medias de cristal con costura, y de barquilleros pregonando… ¡al rico parisiénnnnn! Son tiempos de gramolas y discos de pizarra, de brillantinas y colonias a granel, de medias de cristal con costura, sujetas con liga al muslo, de reservados en la boat. Y de salidas por la tarde con las queridas oficiales. Granada siempre tuvo entre su clase adinerada, el reconocimiento al casado que más guapa tenía la querida, incluso aquel que podía permitirse el lujo de tener dos. Señoras a las que se les pagaba todo, como si fueran de la familia, y la verdad es que muchas fueron más importantes que las reconocidas oficialmente, por tener papeles en regla de matrimonio. En la cafetería del Hotel Victoria, aquella de amplios ventanales a Recogidas, con segunda entrada por San Antón, no era infrecuente sorprender a la caída de la tarde, a más de un acaudalado granadino, del brazo de su querida, tomando las famosas tortitas con nata, especialidad de la casa. Y allí entre cuplé de altavoz, y confianza de camarero confesor como era el bueno de Antonio, de familia de toreros, éste le preguntó a don Francisco, aprovechando que la mantenida se había ido al servicio: ¿Pero no ve que es treinta años más joven que usted?, seguro que cuando usted se va a casa con su mujer, ella se la pega con otro más joven, a lo que don Francisco respondió flemático y altanero: Antonio escúchame bien. Prefiero tener un bombón compartido, que una mierda para mí sólo. Oída la sentencia, Antonio se inclinó ceremonioso ante el cliente de toda la vida, hasta retirarse tras la barra. Es el último cuplé.

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