martes, 14 de noviembre de 2017

SIERRA NEVADA

SIERRA NEVADA Tito Ortiz.- Voy en el metropolitano y los altavoces anuncian que llegamos a la estación llamada, “Sierra Nevada”. Cierro los ojos y oigo a los esquiadores con sus botas rígidas abandonar el tren, con sus tablas al hombro y los bastones en la mano camino del telecabina Al-Ándalus. Abro los ojos y lo que se advierte es que, la mayoría de los viajeros abandonan el transporte con atuendo muy distinto, camino de la escalera que da acceso al Centro Comercial Nevada, mientras otros entran con bolsas en las manos, producto de las compras. Me pregunto a qué mente perversa se le habrá ocurrido llamarle a ésta parada como a la estación de esquí. Hubiera sido más fácil llamarla, Centro Comercial Nevada, y todo sería muy natural. Y ya en un alarde de ingenio ponerle apeadero, “Tomás Olivo”. Lo mismo así, el empresario se ablandaría, y rebajaría de manera considerable la indemnización millonaria que le pide a La Junta de Andalucía, por los daños y perjuicios ocasionados durante la suspensión de las obras. Estamos en otoño se caen las hojas de los árboles, y el pelo de los granadinos. Los vagones decorados con gris clarito en el suelo y blanco en las paredes, dejan ver a las claras, los manojos de pelos desprendidos de las cabezas que cada día utilizan el metro. Resulta sorprendente observar el montón de cabellos que los usuarios nos dejamos, durante nuestra estancia en el vagón. Algunos expertos dicen que es por el estrés, otros porque es época de caída, y los que más, por cierta falta de higiene diaria, que hace que éstos se depositen en el metro, en lugar de en el cepillo de peinarse o en el plato de la ducha. Es cierto que algunas individualidades compañeras de viaje, muestran sin rubor su falta de aseo personal, incluso expelen un aroma que atestigua y corrobora la tragedia. La otra mañana, un chico que se apeó en la parada del Parque Tecnológico, cercana a las facultades, no solo desprendía cierto perfume de sus ropajes, como si viniera directamente de la campaña de África, sino que, lo acompañaba de una mochila mugrienta al hombro, al aroma de calcetín sudado en las trincheras, con más cosas en su interior, que la de Juanito Oiarzabal subiendo uno de sus ochomiles. Y como complemento, lucía un peinado extraño, como realizado con una toalla reseca, que jamás hubiera estado dentro de una lavadora. Dicen que se trata de una moda informal, pero yo creo que éste look, es producto de un despertador impertinente, que te lanza directamente de la cama a la calle sin pasar por el baño, a no ser que prefieras llegar tarde a clase. El caso es que a este viajero no le importaba, dada su actitud de mirada perdida al horizonte, pero a los que íbamos a su alrededor, nos hizo pagar una penitencia innecesaria, que se convirtió en un suspiro de alivio y un entrecruce de miradas cómplices a media sonrisa, cuando con alivio lo vimos abandonar el vagón. El metro de Granada, más que aumentar la plantilla de revisores para aquellos que se cuelan sin pagar – que los hay y yo los he visto – debería contratar una serie de inspectores de higiene, que, apostados en cada estación, impidieran el paso a los viajeros desprovistos de las elementales normas de higiene, por respeto a las criaturas humanas con las que hay que compartir habitáculo. Y hablando de higiene, son necesariamente urgentes unos servicios públicos, aunque solo sea en las estaciones subterráneas, incluso para aquellos que ya no tenemos próstata.

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