martes, 18 de diciembre de 2018
MURIÓ DE ÉXITO
MURIÓ DE ÉXITO
Tito Ortiz.-
Parece una tontería, pero no lo es. No todo el mundo está preparado para tener éxito en la vida. Depende mucho de la formación, la moral, la ética, la capacidad de reacción ante lo anhelado durante años y que, de pronto, se te pone en la palma de la mano. Y ahí es donde hay que ver a la persona, y su capacidad para asimilar las mieles del triunfo sin que lo arrastre la corriente de la fama, los focos y el dinero. Y Antonio José – desgraciadamente - no tuvo esa capacidad. No supo digerir la fama, no supo manejar los dineros y no supo distinguir nunca, quién lo quería bien, y quién por los jayeres. Lo conocí en la década de los setenta del siglo pasado, casado con la bailaora, Amparo Cazalla, mujer artista, noble y discreta, que supo conducir la vida de Antonio José con maestría, mientras éste cantaba por derecho, sentado en una silla, con regusto y acompañamientos de lujo como los de su primer disco, a cargo de, Paco Cepero y Enrique de Melchor, poco después de haber conseguido el primer premio en el acreditado concurso de Mairena del Alcor. Reclamado en peñas y festivales, Antonio José Cortés Pantoja, se fue labrando un camino en el flamenco serio, que le abriría con el tiempo las puertas a otros estilos más ligeros, pero con mayor repercusión mediática y recompensa económica. Lo presenté en decenas de ocasiones, lo entrevisté otras muchas desde las extintas, Radio 80, Antena 3 de Radio o Radio Cadena Flamenca, hasta Canal Sur Radio y TV. Confieso que en las distancias cortas, en los tiempos muertos de grabación, en maquillaje, camerinos o tras las bambalinas, Antonio José te ganaba con facilidad. Ese trato cercano y cordial, esa sonrisa siempre a punto, esa eterna timidez y sencillez en el trato lo hicieron grande a mis ojos, como artista y como persona.
Pero llegó el éxito, y con el, un naufragio personal y anímico, de quién no estaba preparado para estar en el pico de la ola. Se le cayó encima “La Puerta de Toledo” piedra a piedra, y comenzaron declaraciones en papel cuché tan desafortunadas, como: mis hijos comen en mi casa lo mismo que come el rey. Siguieron las adicciones, las amistades peligrosas, y en lugar de reaccionar, “Chiquetete” se refugió en quienes lo manejaban a su antojo, cosechando más éxitos como artista, pero más fracasos en lo personal. Chiquete ha sido un cantaor por derecho, que tras demostrar sus aptitudes cabales, tuvo la valentía de recrearse en una nueva vertiente, más comercial y provechosa, de la que él mismo no supo aprovecharse, pero que sirvió para que otros siguiendo su estela, se hicieran ricos y famosos. Solo porque pudieron con el toro del éxito, porque cuando éste llegó estaban preparados para no perder la cabeza, y subirse a ese tren que aún hoy los mantiene como estrellas. Hace dos días que Chiquetete ha muerto, sin que haya conseguido salir de ese laberinto voraz en el que se metió hace años, y que ha desdibujado la imagen final de un artista como la copa de un pino, con una personalidad arrolladora e irrepetible, que solo la historia con el paso del tiempo pondrá en su sitio. Antonio José Cortés Pantoja, aquel niño algecireño que con solo ocho años se fue a Sevilla para descubrir el embrujo de “El Tardón “, hace solo unas horas que ha vuelto a reencontrarse con su amigo del alma, Manuel Molina, el que con su inseparable Lole, cantaba a un sol que vence tinieblas por campiñas lejanas, donde el aire huele a pan nuevo.
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