DUQUELAS GRANATENSIS
Tito Ortiz.-
Decía Tía Anica “La Piriñaca”,
que cuando cantaba por siguiriyas, la boca le sabía a sangre. Que un cante tan fundamental y profundo,
había que interpretarlo con muchas “duquelas”, que traducido al caló romaní,
quiere decir: Fatigas. Yo la conocí gracias a Fernando Miranda, artista
multidisciplinar en lo suyo, que, en la trastienda de la placeta de
Cuchilleros, lo mismo diseccionaba un jamón de pata negra, con la habilidad
inconmensurable del mago que traga cuchillas de afeitar, para luego sacarlas de
la boca hilvanadas en un hilo, que producía un disco en plena transición
democrática, al cantaor Juan Antonio Cuevas Pérez, “El PIki”, con letras de
Blás Infante, prohibidas por el régimen franquista. Miguel Ríos, Jesús Conde y
treinta incondicionales más de aquel mítico claustro apócrifo, saben bien de lo
que hablo.
Esto no era más que una
muestra de, como se movía aquella Granada de los años setenta del siglo pasado,
cuya actividad artística y cultural, por su cantidad y calidad, se adelantó una
década a la movida madrileña, repartiendo desde la Puerta de Elvira hasta el
Olympia de París, o el mismísimo Manhattan, -haciéndonos dueños del puente de
Brooklyn,- todo un derroche de creatividad en todas las ramas de las artes. Con
Mario Maya viviendo en su apartamento de Nueva York, mientras Pepe Heredia,
gestaba su “Kamelamos Naquerar”, en el Carmen del Olivo, junto a la Cruz de la
Rauda. O Juan de Loxa, daba los últimos retoques a su,” Ay… Jondo”, desde la
casa palacio de la Cuesta de San Gregorio, a tan solo siete metros y setenta centímetros
de donde nació Enrique Morente, que ya triunfaba en Madrid por todo lo alto.
Con Sabina exiliado en Londres, y su paisano Antonio Mata, liderando el
“Manifiesto Canción del Sur” en Radio Popular de Granada, en cuyas ondas, se
colgaban cada programa de “Poesía 70”, los versos más atrevidos de vivos y
muertos, en las voces de Elodia Rodríguez, Emilio Navarro, Loli Alba, Jesús
Quero, y algún otro que ahora no recuerdo.
Aquella Granada a la cabeza de
cualquier iniciativa, suya o no, que pudiera insuflar un hálito de vida
renovada, es la que ahora recuerdo con duquelas de muerte, porque esa Granada,
en tan pocos años, se ha perdido. Es ésta ahora, una ciudad sin ilusiones,
apática, indolente, carente de la voluntad – siquiera – de ser reconocida por lo
que otrora hizo y los logros que alcanzó. Pongo solo un ejemplo de nuestro
desapego a los éxitos que nos pertenecen: Si el Concurso de Cante Jondo del año
1922, lo hubieran llevado a cabo en Híspalis, desde hace un año o dos, se
estaría conmemorando el primer centenario, con todo tipo de actos, no solo en
Andalucía, sino en España y la Humanidad. Y aquí, como siempre, escondidos tras
el visillo de la ventana de la historia, a ver que es lo que hace el vecino,
para lanzarnos a la yugular, solo porque la idea no ha sido nuestra, en lugar
de apoyarlo con fe ciega porque es bueno para todos. Ha tenido que ser el poeta
granadino, Luís García Montero, quien utilizando de plataforma el Instituto
Cervantes, de un gran paso para que todos nos alegremos, de lo que un puñado de
granadinos y foráneos, lograron hace un siglo. Le sigue Rafael Gómez Benito,
con una edición conmemorativa del evento que, puso a Granada en el mapa del
Flamenco para siempre. Ay, que duquelas.
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