jueves, 6 de agosto de 2015
LOS BAÑOS DE DON SIMEÓN
VERANO EN SEPIA
Tito Ortiz.-
Baños de don Simeón
En aquella Granada de la posguerra, y hasta rozar la década de los setenta del siglo pasado, la capital tuvo un lugar donde refrescarse del calor riguroso del verano: Los Baños de don Simeón, entre la placeta del Lavadero y el paseo del Salón, a las espaldas de la casa de Miguel Giménez Yangüas, una poza enorme, con piso superior a modo de anfiteatro, servía de piscina al personal, por un módico precio: Una peseta. Y aquel que en aquellos tiempos no podía permitirse poseer un bañador, lo alquilaba in situ, por dos reales. En los baños de don Simeón no se permitía la entrada de las damas, a cambio, se abría sólo para ellas un día a la semana, aunque con el tiempo, se dividió la zona de baño en dos, para que hombres y mujeres no pudieran estar juntos. Los baños debían su fundamento a un ramal de la caudalosa Acequia Gorda, que tanto bien humano e industrial hizo a Granada. Los más aguerridos, o los más etílicos, que también los había, se pavoneaban desafiantes por la galería superior, que utilizaban como improvisado trampolín para arrojarse al agua, a veces con tan mala fortuna que se abrían la cabeza contra la portland del filo, como le paso a aquel industrial del dulce, de La Calderería. Para los que no sabían nadar, allí mismo te alquilaban por otros dos reales, una cámara de neumático de camión, para que pudieras disfrutar del agua y sus encantos, y de ésta forma, darle cuartelillo a los rigores de un verano como éste, tan simpático que estamos soportando.
Enriqueta Lozano
A dos zancadas de los Baños de don Simeón, encontramos la calle de una granadina ilustre y singular. Dicen los que de estos saben, que una mujer de signo zodiacal Leo, es como dos mujeres, o tal vez, tres. Pues, Enriqueta Lozano y Velázquez, nació en el ecuador del caluroso mes de Agosto de 1826, y fue para su época, una mujer adelantada a su tiempo, que rompió moldes y lo supo hacer sin separarse un ápice, de sus profundas convicciones religiosas. Con tan solo diecisiete años, ya publica poesía: “En La Tumba de Mi Madre”. Un tema amoroso y desgarrador, si tenemos en cuenta que su madre fallece cuando ella solo tiene seis años, y que su madrastra, también muere cuando Enriqueta es solo una niña. Formada en todas las ramas del saber, tanto en ciencias como en letras y humanidades, Lozano destaca inmediatamente entre las mujeres de su época, y sobre todo, entre los hombres, a los que apabullaba por su vasta formación, su capacidad oratoria, y todo ello, sin abandonar la estética del romanticismo al que pertenecía. El Liceo Artístico de Granada y La Sociedad de Amigos del País, la tuvieron como miembro de honor. Escribió teatro con gran éxito, llegando incluso a interpretar en escena sus papeles protagonistas, a los que dotaba de gran verdad, fuera de todo histrionismo y sobre actuación, tan típicos de la época.
Dos hombres en su vida
En Enriqueta Lozano, destaca su actitud rompedora para el tiempo en el que vive, pero su alto sentido de la moralidad y las buenas costumbres, inmersas en una sociedad conservadora, que para otras supuso un corsé del que fue imposible zafarse. Enriqueta Lozano, es una mujer brillante y culta del siglo XIX, de una contundencia intelectual inquebrantable, que llega a mantener una relación sentimental con, Pedro Antonio de Alarcón, por aquellos entonces, más propenso a la aventura como corresponsal de guerra, y ateo confeso, circunstancia ésta que daría al traste con la relación, al chocar de frente con la militancia religiosa de la intelectual dama. Al fin y a la postre, Enriqueta encontró al hombre adecuado, en la persona de, Antonio Vílchez, con quién tuvo nada menos que doce hijos. Y en honor a su romanticismo impenitente, cuando solo faltaba un lustro para conocer el siglo XX y sus avances, la enfermedad más romántica de todas, la Tuberculosis, se la llevó de éste mundo, dejándonos una estela indeleble, de lo que fue ser una auténtica mujer, en un mundo de hombres. En el último tercio de su vida, fue testigo excepcional del recreo hídrico emergente, que significó la inauguración de Los Baños de don Simeón.
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