miércoles, 5 de agosto de 2015

CINES DE VERANO

VERANO EN SEPIA Tito Ortiz.- Cines de verano Los cines de verano fueron siempre un escape nocturno de las calores, propiciando ver una película, comiendo, bebiendo y fumando, y a veces, hasta hablando, pues no fueron pocas las veces que los siseos ordenaban silencio, porque apenas se escuchaban los diálogos. También alguna cáscara de pipa terminaba en el cogote del de delante, emergiendo así los exabruptos propios del barrio, y en éste caso el del Albayzín, donde los había autóctonos, y extraordinariamente mal sonantes, hasta el punto, de que en no pocas ocasiones, el asunto terminaba con algún que otro silletazo en la cabeza, y los correspondientes puntos de sutura en la Casa de Socorro. Y es que aquellas sillas de anea, que por otra parte, podían andar solas por la legión de chinches que albergaban, en el momento de la trifulca, al no estar sujetas al suelo, permitían ser enarboladas como arma letal, al estilo de las garrotas inmortalizadas por Goya en La Quinta del Sordo, en sus cuadros inmortales del buen comportamiento hispano. Aun así, los cines de verano, recortaban la estancia nocturna en casa, regresando cuando ya la noche era mucho más benigna con las criaturas humanas. Alcazaba Al final de la cuesta de Marañas, en su conexión con la placeta de Los Negros, existió el cine de verano, Alcazaba. Su inauguración en el descenso de La Cruz de Quirós, formando horquilla con el final del Zenete, asentamiento de aguerridos africanos que defendieron el barrio como nadie, constituyó para los vecinos un acontecimiento relevante, pues ya no tenían que bajar a Granada a pasar calor en las salas de cine cubiertas al uso. En aquellos años sesenta, por una peseta y cincuenta céntimos, junto a un bocadillo de mortadela Mina, que venía embutida en una lata, tu madre premiaba el buen comportamiento de la semana, enviándote al Alcazaba, a la función de nueve a once de la noche, en la que siempre se proyectaba una película tolerada para todos los públicos. En aquellos tiempos, una de “combois”, o las del FBI, protagonizadas por, Eddie Constantine, a saber: “Alphaville”, o “Alemania Punto Cero”. No era infrecuente que el mal estado de la cinta la hiciera salir ardiendo, lo que provocaba la interrupción de la proyección, el encendido de las luces de sala y el pateo acompañado del correspondiente griterío, hasta que se reanudaba la exhibición. Los mal pensados decían que aquello lo hacían, para que aprovecháramos y fuéramos al selecto ambigú, anunciado en las diapositivas de cristal proyectadas antes del Nodo. Bella Vista En el Camino Nuevo de San Nicolás, prolongación del Callejón de Las Tomasas, existió el cine de verano, Bella Vista. Denominado así por su altura sobre la calle, y espléndida visión del conjunto nazarí desde su improvisado patio de sillas de madera, algunas transportadas por los propios vecinos, pues no en pocas ocasiones, se vendían más entradas que asientos disponibles, así que se retrasaba el inicio de la función, hasta que el vecino afectado no aparecía con la suya. De rotundo éxito se puede catalogar, la proyección en los sesenta de, “55 Días en Pekín”, con Charlton Heston, David Niven, y la diva por excelencia, Ava Gardner, aquella de la que el matador de toros, Luís Miguel Dominguín, saltó un amanecer de la cama para proclamar a los cuatro vientos, que lo del animal más bello del mundo, era efectivamente cierto. No eran infrecuentes los “descansos”, mientras el maquinista cambiaba de rollo, salvo superiores incidencias, como por ejemplo, que se fuera la luz en el barrio, cosa de andar por casa, por otra parte, o la huida precipitada de los espectadores, por repentina tormenta veraniega, que también las hubo, y de qué manera, pues una vez empezado el peliculón, no había derecho a devolución de la entrada. Fernández Castro En la acera de enfrente al Bella Vista, en el inicio de la cuesta de acceso al mirador de San Nicolás, el escritor granadino, Pepe Fernández Castro, tenía su paraíso cerrado en forma de Carmen albaycinero, en cuyo jardín de entrada, se sucedieron a lo largo de los años, las tertulias histórico-culturales más interesantes de Granada. Pepe era un funcionario del Gobierno Civil, que en la preguerra, había llegado a ser, el taquígrafo de los discursos del mismísimo, Fernando de Los Ríos, y un hombre tan cabal, honesto e íntegro, que el aparato franquista no llegó a depurarlo en las tapias del cementerio. Autor literario de éxito, tanto en la novela como en el teatro, Pepe paseaba a diario desde su casa en Pedro Antonio de Alarcón, hasta las tapias del Bella Vista, para disfrutar de la Alhambra y sus encantos. Durante años disfrutó bajo sus árboles, de la banda sonora de cada película del Bella Vista, y a la tumba se llevó, dada su discreción absoluta, la verdad con nombres y apellidos, de lo ocurrido en su pueblo y con Lorca, en los sangrientos sucesos de 1936. Eso sí que fue una película… pero de terror.

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