domingo, 2 de agosto de 2015

LAS TITAS

VERANO EN SEPIA Tito Ortiz.- Las Titas La cercanía del río Genil, siempre fue buscada por los capitalinos para una vez atardeciera, disfrutar de la humedad de su caudal, paseando junto al pretil. Desde la parada de los tranvías en el Humilladero, hasta llegar al Puente Verde, esos jardines han sido lugar de paseo de los mayores, de juegos para los niños, de barquilleros con su ruleta, de criadas de uniforme que vigilan a los infantes, cortejadas por militares sin graduación. Y junto al puente llamado popularmente de “las brujas”, separados por tan solo unos metros, dos quioscos de madera pintados de verde, especializados en vender la mejor sangría de Granada, en una competencia ruda, pues a pesar de que los establecimientos tuvieran inicios familiares, con el paso de los años, la enemistad se acrecentó a base de que, cada uno presumía de ofrecer el mejor producto, ya que si en uno ponían buen vino a la típica sangría, en el otro la hacían con el mejor jumilla, y si los peces eran buenos, en el otro recurrían al mejor melocotón de las tierras cercanas a Accitania. Uno de ellos llegó a colgar un cartel en el que se leía; Éste es el auténtico quiosco de Las Titas. Pero lo cierto es que en cualquiera de los dos, las gentes eran atendidas con seriedad, llegando en ocasiones a poder disfrutar de tapas variadas, consistentes en alcaparras en vinagre, patatas fritas, aceitunas zapateras y cacahuetes bañados en sal. El Genil con agua Aquellos años cincuenta y sesenta, el río a su paso por la capital gozaba de buen caudal, hasta el punto de que en la riada de los sesenta, fue tanta la fuerza desatada por el agua, que arrancó de cuajo la pasarela que conecta el paseo de la Bomba y el de los Basilios, que apareció retorcida aguas abajo. Incluso el puente del Genil, estuvo preparado con las cargas listas para ser explosionadas, por los ingenieros zapadores del Batallón Mixto, caso de que la crecida hubiera llegado a tapar los ojos por completo, cosa que la fortuna impidió cuando solo faltaban unos centímetros para la oclusión total. Es cierto que después en determinadas épocas, el caudal era tan insignificante, que permitía a la cofradía de Los Escolapios, quemar enormes hogueras en su cauce, en honor y gloria del Cristo de La Expiración, y María Santísima del Mayor Dolor. Faltaban muchos años aún para que los dos kioscos de madera verde, desaparecieran, dando paso al moderno y romántico que gestiona en la actualidad, el Vizconde de La Mancha, y Barón de Castañeda, José Torres, que perpetúa en sitio tan insigne para la historia de Granada, el cultivo de la amistad, envuelta en arte, cultura y buenos caldos, cuya vida guarde dios muchos años. Miguelón Pues al cobijo de la buena sangría de Las Titas, y en la sombra de su arboleda, en aquellas mesas y sillas de tijera, era habitual encontrarse con amenas tertulias en las que los hombres protagonistas de la cultura, departían asiendo en sus manos aquellas jarritas de cristal, en las que campaneaba un trocito de hielo, desgajado con un hocino a la barra de nieve, comprada en la fábrica del Escudo del Carmen, “La Siberia”. José María Garrido Lopera, esperaba a su salida de clase, al poeta Miguel Ruiz del Castillo, “Miguelón”, que impartía la asignatura de dibujo en el cercano colegio de los Escolapios, y ante dos jarras del néctar ya descrito, chequeaban la vida artística de la ciudad de la Alhambra. Garrido Lopera, dominaba la escritura, mientras que Ruiz del Castillo, se adentraba en la poesía, y ante el auditorio, con aquel vozarrón con el que la naturaleza lo había dotado, declamaba sus poemas, buscando la aprobación de los contertulios, a los que a renglón seguido, entregaba copia manuscrita de los mismos, en tarjetón diseñado al efecto. Pasados los minutos, no era infrecuente que la tertulia se agrandara, con la presencia de otros dos inseparables, de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos: Los escultores, José Castro Llamas y Aurelio López Azaustre, severos críticos de cuanto se expusiera sobre el tapete inexistente de la mesa. De aquellas reuniones en los kioscos de Las Titas, se fueron forjando, por los allí reunidos y otros, los estatutos de la Orden de Linda-Raja, cuya principal misión de sus miembros, es y fue para los que aún viven, gozar todo lo posible de los placeres de la vida, entre ellos, del fresquito a la vera del Genil.

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