sábado, 22 de agosto de 2015
FUENTE GRANDE
GRANADA EN BLANCO Y NEGRO
Tito Ortiz.-
Fuente Grande
Un lugar de recreo y esparcimiento, que el agua y la vegetación convirtieron en el refugio ideal para los veranos rigurosos, tras los trágicos sucesos de 1936, quedó marcado para siempre por el trágico sonido de las balas.
El periodista de Ideal, ya desparecido, Rafael Gómez Montero, escribió una vez: Entre Víznar y Alfacar, mataron a un ruiseñor, porque quería cantar. Y ese es el sitio. Entre las dos poblaciones, la llamada Fuente de Las Lágrimas, debido al burbujeo emergente, fue siempre conocida popularmente como, Fuente Grande, y ese paraje de rica agua de Aynadamar, y pinos olorosos, fue refugio contra las inclemencias climáticas, en meses de verano. Fuente Grande, invita al descanso, al sosiego, a la lectura, meditación o descanso, con el solo acompañamiento de chicharras del estío, y discurrir del agua cantarina. Se trata de un lugar saludable, de oxígeno puro, recomendable para la rehabilitación pulmonar, de ahí que en otras épocas existiera en las cercanías un sanatorio, y por su benignidad, también en sus proximidades, Villa Concha, que eufemísticamente llevaba el mismo nombre que la hermana mayor del poeta, y que se conocía en el pueblo como La Colonia, porque era el lugar donde los chiquillos, pasaban temporadas en el verano, recuperándose con las buenas aguas de la zona, pero durante los años de la guerra incivil, fueron muchos los que pasaron sus últimas horas de vida, en ésta casona, desde entonces, de triste recuerdo, porque donde las paredes devolvían las risas ingenuas de niños, en sus juegos del descanso veraniego, después se escuchaban los llantos irreconciliables, de quienes iban a perder la vida a manos de sus asesinos.
Sierra de Alfacar
Aunque los granadinos siempre hablamos de la Sierra de Alfacar, en realidad deberíamos hacerlo de, La Alfaguara, o del Parque Natural Sierra de Huétor. La riqueza de estos parajes, se centra en sus rutas de senderismo, ideales para el caminante que desea disfrutar de la naturaleza, con una fauna y flora autóctonas, difícilmente encontrables en otros terrenos. Aquí, el caminante de chirucas, bastón y mochila, disfrutará sin descanso, y si es amante de la fotografía o la pintura, obtendrá motivos suficientes, para dar por buen empleado el paseo. La zona de Prado Negro, o la Ruta de Las Trincheras, merecen la atención de los amantes de la naturaleza y también de nuestra historia más reciente. Carialfaquín, el Llano del Fraile, o la Fuente de La Teja, satisfarán los deseos de los senderistas más exigentes. Ésta zona, es un paraíso que en cualquier otra provincia serviría de muestra para atraer visitantes, pero su malditismo desde la guerra incivil, la han estigmatizado, y reorientado hacia un turismo, que lleva en su caminar más un olfato de sabueso, absolutamente legítimo, que el deseo de disfrutar de un paisaje, bello y acogedor, aunque esto último suene un poco lúgubre.
La Zapatera
Federico, Dióscoro, Arcoyas o Galadí, desgraciadamente no fueron los únicos asesinados entre estos predios. Fueron miles, los inocentes que aquí encontraron su injusta muerte, y a los que aún no se les ha hecho justicia, entre ellos, Agustina González López, “La Zapatera”. Una mujer de armas tomar, adelantada a su época, y cuyas excentricidades – para la sociedad del momento – le costaron la vida, en el mismo lugar que a Federico, tan sólo unas horas antes. Sus padres tenían una zapatería en la calle Mesones, y desde allí, Agustina dirigía por escrito y a viva voz, sus arengas contra la opresión de la mujer, el caciquismo, el machismo y la carcundia granatensis del momento. Lo mismo lideraba manifestaciones obreras a favor de justas reivindicaciones, que hablaba sin tapujos de homosexualidad y matrimonio entre sexos iguales. Conociendo la sociedad granadina del momento, y añadiendo que en cuanto se le antojaba, La zapatera se vestía de hombre, y entraba “libremente” en establecimientos públicos, reservados entonces solo para hombres, o todo lo más, damas acompañadas de caballeros, no es de extrañar que el sanguinario Trescastros, dijera en público y muy jactancioso, que por fin había llegado el final de Federico y la Zapatera. A él por maricón, y a ella, por puta. Mi admirada doctora, Enriqueta Barranco, sabe más que yo de esto, y a ella rindo tributo de admiración y respeto.
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