domingo, 23 de agosto de 2015

PLAZA DE BIBARRAMBLA

GRANADA EN BLANCO Y NEGRO Tito Ortiz.- Plaza de Bibarrambla En éste lugar de fuente de gigantones, trasladada desde otro punto, donde la sístole y la diástole ciudadana, se hace verbo, se puede sentir aún hoy a Elena Martín Vivaldi, engrandeciendo las farolas de tridentes pies, al amparo de los tilos. Nadie mejor que los profesores, Juan Manuel Barrios Rozúa, o Francisco Sánchez-Montes, para hablar de la Plaza de Bibarrambla. Quienes tenemos el privilegio de contar con su amistad, y ésta nos permite la conversación amena y distendida sobre la historia de Granada, somos oidores de privilegio de un pasado histórico, blasonado por las más altas escalas de la nobleza y de la hazaña. Plaza mayor del medievo, su latir hasta nuestros días, ha sido el barómetro con el que medir la actualidad capitalina. Campo de justas, de alancear toros, de juegos y celebraciones por ascensiones al trono, de ejecuciones y escarmientos, de execrables autos de Fe, la Plaza de Bibarrambla, ha sido el termómetro ciudadano e histórico de la ciudad, el lugar donde la cercanía del agua, lo abigarrado de sus construcciones a lo largo de los tiempos, sus puertas y servicios, dejaban claro que en tan solo unos metros, se estaba en el interior de una gran ciudad, o en extramuros en dirección a la nada. Urinarios y coches Aquel enorme caballo de cartón piedra a tamaño natural, que el fotógrafo con cámara de madera, trípode y manguilla para hacer la carpa, revestido con guardapolvos poseía a la entrada de la plaza por la Calle Príncipe, hacía la ilusión de los chiquillos, soñando un día en que sus padres tendrían las dos pesetas que costaba la instantánea, a lomos del corcel. Esa plaza de Bibarrambla estaba circunvalada por un acceso para coches, de forma que se podía entrar con los automóviles, desde la Calle de san Matías, cruzar la plaza del Carmen, Reyes Católicos, entrar por la calle Príncipe, llegar hasta “Almacenes el 95”, comprarle los juguetes a los niños, y salir con el coche por el Arco de Las Cucharas, hasta la calle del poeta José Zorrilla. Los kioscos eran todos de flores sin excepción, y si acaso te daba un inesperado apretón, no tenías más que bajar las escalerillas en mitad de la plaza, y hacer uso de los servicios públicos municipales, instalados allí bajo tierra. Es la de Bibarrambla, donde muchas generaciones de grandinos/as comenzaron a gritar desaforadamente: ¡ Chacolín, chacolín, coge la estaba y ven aquí!, para que librara a la princesa del malvado lobo. La de Bibarrambla es la plaza de “Los Cristobicas”, lorquianos, o la de la tómbola benéfica que tuvo a Francis Dumond, señor de las ondas y la palabra, hablando durante 24 horas sin parar, para recoger fondos a favor de los niños hospitalizados en San Rafael, cuando él era la estrella de EAJ-16. Es la del incendio del palacio arzobispal, o la de la semana santa en itinerario experimental, el pasado siglo. También la del cabestro, Ministro de incultura, Ricardo de La Cierva, que habiendo asistido en los ochenta, a una sesión del Festival Internacional de Música y Danza, y no queriéndose perder el acreditado chocolate con churros posterior en ésta plaza, ordenó a su chófer, que contra toda lógica, bajara por Gómerez, atravesara la Gran Vía y echara, Zacatín abajo asustando a los peatones, para así no tener que andar nada hasta la mesa del café que llevaba el nombre de la Plaza. Elena, Señora del Amarillo José Martín Barrales, catedrático de ginecología y primer alcalde republicano de Granada, era su padre. Elena Martín Vivaldi, es – sin duda - la poeta de Granada, la mujer sin la que la lectura literaria del siglo XX granatensis, o no estaría completa o no sería verdadera. En plena República se matriculó en románicas, se licenció, opositó y tras varios destinos, a mediados del siglo regresó a su ciudad, donde su obra comenzaba a ser conocida y valorada por los petas del momento. El Carmen de las Estrellas, el café Granada, (suizo), o la plaza de Bibarrambla, fueron sus ateneos, para Versos Al Aire. La utilización del pantalón como prendar habitual en su vestir, y el consumo habitual de cigarrillos, hizo que, en los círculos más avanzados de la ciudad, se la tratara de igual a igual, asunto éste que era muy de su complacencia, al tratarse de un mundo de hombres. Su obra, melancólica, romántica e íntima, fuera de toda influencia lorquiana, lo que por otro lado hubiera sido hasta lógico, está más en los enfoques del nobel onubense, y alcanza cotas de exquisitez, prescindiendo de la sal gorda. Elena era más de farolas fernandinas y tilos a su paso encorvado, como no queriendo ser reconocida. Ya se lo cantó Carlos, el de La Cuesta Damasqueros: Soledad, cartas no le escribas que al leerlas se le irá la vida. Querido Carlos, hubiera dado la vida, por ver vuestro reencuentro, más allá de las estrellas. Me pierdo las mejores. Tie malafollá la cosa, eh. Solo espero, que me esperéis.

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