sábado, 8 de agosto de 2015
EL TRANVÍA DE LA SIERRA
VERANO EN SEPIA
Tito Ortiz.-
El tranvía de la sierra
Donde termina el paseo de La Bomba, se abre la carretera de La Sierra. Y en esa mano diestra, se encontraba el apeadero estación del tranvía de la sierra. Ese era el inicio de un viaje pleno de ilusión, que los granadinos hicimos hasta los setenta del siglo pasado, buscando el frescor de nuestra sierra y la fría agua de sus ríos para poder sobrellevar el sofoco de los veranos granatensis. Discurría la estrecha vía por unos parajes hermosos de pueblos serranos, por túneles que la mano del hombre horadó para llegar a las altas cumbres, por puentes a prueba de vértigos, aunque en los últimos tiempos no se pasaba de El Charcón. En Maitena, una de las estaciones parada del tranvía, el Duque hizo instalar a una estación eléctrica, que proporcionaba la energía suficiente, como para que el bello medio de transporte funcionara. En sus cristalinas aguas, los granadinos se convirtieron en grandes expertos para construir pozas, donde el agua no pasara de las rodillas, permitiendo el baño de niños y mujeres, que a veces sin bañador, accedían a las aguas con vestido ligero, suficiente para pasar las calores. En estas pozas, las de Pinos Genil, Güejar Sierra, o Canales, se sumergían las sandías para que a la hora de comer, estuvieran fresquitas como la nieve. Los árboles proporcionaban la sombra justa, donde extender una manta y poder echar toda una siesta noble, acompañada del piar de pájaros, y el suave movimiento de ramas y hojas, al ritmo de una brisa fresca, pese a lucir un sol de justicia, pero esa es la diversidad y la bipolaridad de nuestra sierra. La de veredas serpenteantes, lijadas a paso de chirucas, desgastadas al son de una vara de almendro como báculo oportuno.
Al río
Los granadinos de la capital, siempre fuimos más de río que de playa, entre los años treinta y sesenta, sobre todo porque no todo el mundo poseía coche, y porque las carreteras dejaban mucho que desear. Lo recordamos bien los que por nuestras canas, tuvimos que bajar a la playa por los Caracolillos de Vélez y el túnel de La Gorgoracha, por poner un ejemplo. Ir los domingos al río, significaba toda una semana de preparativos para los mayores y de ilusión para los más pequeños. Un día antes, las madres preparaban las fiambreras, con la obligada tortilla de patatas, los pimientos fritos y los avíos de hacer la pipirrana, que se solía preparar en la ribera del río, para que estuviera fresca y no se pasara. Los pudientes añadían al menú unos filetes empanados, envidia de las familias circundantes en la acampada. Las botas del vino colgadas de los árboles a la sombra, las botellas atadas con una guita a la orilla, para que la corriente no se las lleve, junto con la gaseosa para los niños.
El Duque
Julio María de la Luz, Claudio Francisco de Asís Elías, Nicolás José Santiago Gaspar, de Todos los Santos Quesada-Cañaveral y Piédrola, Osorio Spínola y Blake, fue el octavo Duque de San Pedro de Galatino, sexto Conde de Benalúa, y señor de Láchar, a cuya finca invitaba con frecuencia a cazar, al rey Alfonso XIII. Amante de Granada, su tierra, y de su progreso, emprendió cuantas empresas fueron necesarias para poner la ciudad a la cabeza de Andalucía y de España. A su iniciativa se debe, entre otras, el impulso de la industria azucarera, la vinícola, y la promoción del turismo teniendo como base, La Alhambra y Sierra Nevada. En 1910, inaugura el hotel que lleva el nombre del recinto nazarí, y como una sucursal del mismo, para que los visitantes disfruten de nuestra sierra, construye el afamado, Hotel del Duque, al que para acceder, dota de un trazado por carretera, y un tranvía que lleva a los visitantes hasta la misma puerta. Un tranvía blanco, que en ocasiones debe ser complementado uniéndosele varias jardineras, dada la demanda que pronto adquirió el lugar, tanto por los turistas como por los propios granadinos. Un tranvía de orografía y trazado virtuoso, que permitía a los atrevidos –dada su velocidad- bajar a coger alguna pieza de fruta de los árboles cercanos, y volver al estribo con tan sólo alargar un poco la zancada. Un tranvía que Granada no debió permitir nunca que desapareciera, no de su trayecto, sino de nuestras vidas. El maestro pintor, saxofonista y escritor, Enrique Villar Yebra, inmortalizó en numerosas ocasiones en éstas mismas páginas de Ideal, el viaje del Tranvía de La Sierra, pasando la noche en vela en la estación, guardando cola, para poder hacer su último viaje, y plasmarlo que distintos dibujos a plumilla, auténtico tesoro del que ignoramos su paradero.
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