martes, 8 de agosto de 2017

A HOMBROS POR LA CUESTA DE GOMÉREZ

A HOMBROS POR LA CUESTA DE GOMÉREZ Hubo un tiempo en ésta ciudad, en el que el máximo honor era subir a los muertos, andando al cementerio Tito Ortiz.- El Paseo de Los Tristes, hoy del Padre Manjón, arrastra ese nombre por la costumbre granadina de subir a los muertos al cementerio por la Cuesta de Los Chinos, dejando la de Gomérez y su Puerta de Las Granadas, solo para solemnes ocasiones. No es menos cierto, que a partir del siglo XVII, se adopta la tradición de portar a hombros el féretro de doliente hidalgo, para asegurarse de que éste no desaparezca entre las aguas, como ya ocurrió con el secretario de los reyes católicos, Hernando de Zafra, cuyo cadáver desapareció entre la riada que ocasionó una gran tromba de agua mientras era velado en su palacio. Todo ello al parecer por la maldición de una gitana a la que mandó azotar por haber cogido un cántaro de agua en sus propiedades. De ahí la famosa frase de: “Llueve más que cuando enterraron a Zafra”. Antes de éstos hechos, los ataúdes se transportaban al campo santo en carruajes, más o menos engalanados, dependiendo de la condición social y nobleza del muerto. Los pobres de solemnidad, que no poseían caballerías, llevaban a hombros a sus muertos, y quiso la costumbre que con el tiempo, esa actitud de portar al difunto a hombros, adquiriera razón de tributo tal, que comenzó a considerarse un honor, el ser portado sin utilizar vehículo alguno de transporte, más que los brazos de los dolientes. En armas militares y otros segmentos de la sociedad, hoy día se sigue manteniendo ésta escenificación ante el muerto, como señal de alto tributo y reconocimiento. EL CRIMEN DEL ZAIDÍN Aquella década de los años sesenta en Granada, discurría entre los olores a incienso que había dejado el IV Congreso Eucarístico Nacional, celebrado tres años antes en la explanada del triunfo, donde todavía no estaba la Virgen, que se situaba junto al cadalso de Mariana Pineda, y faltaba por colocar aquella fuente que cambiaba de chorros de agua y de colores. Y dar la bienvenida en el mismo lugar, aterrizando en helicóptero a Mr Philips, en una operación de propaganda que entonces era un sueño, junto a la promoción del primer Seat 600. En ese ambiente, Granada se convulsiona con el doble crimen del Zaidín. Un maestro de escuela, asesina a puñaladas, a su novia, a su suegra, y su cuñado de 17 años, logra salvar la vida, porque salta por la tapia del patio a la calle, en aquella casilla baja del barrio que entonces comenzaba en Torremocha, y terminaba en el río Monachil. Granada tiembla y se convulsiona con el doble crimen, que ocupa la primera página del periódico, “El Caso”, y la gente se echa a la calle, de tal manera afligida, que acompañan tras el funeral a los dos féretros, desde el barrio del Zaidín, hasta el Cementerio de San José siendo portados los dos ataúdes por vecinos y familiares, que andando realizan el trayecto, atravesando la ciudad, y ascendiendo al campo santo por la cuesta de Gomérez, en una procesión multitudinaria, jamás recordada en la ciudad. El féretro de la novia se distingue del de la madre, porque lleva anudado un enorme lazo anaranjado, que lo envuelve a modo de faja mortuoria. Cuando la fúnebre comitiva llega a Plaza Nueva, se produce un relevo en los portadores, que de refresco comienzan el ascenso por la cuesta alhambreña, entre aplausos y llantos, no habrá otro relevo hasta llegar a La Mimbre. EL CABO UREÑA Los sesenta son años de tragedias en Granada. Granada es una de las primeras ciudades europeas en tener cuerpo de bomberos, y esos hombres son producto de la vocación y el espíritu de servicio a los demás. Ramón Ureña Bonal, cabo de bomberos en Granada, está de descanso en su casa, cuando la noticia recorre las calles como un reguero de pólvora. El Llano de La Perdiz, está ardiendo. Ureña no se lo piensa, a pesar de estar de descanso, sale corriendo hasta plaza Nueva, y en el primer coche de bomberos que sube por la cuesta de Gomérez, camino del incendio, se engancha junto a los compañeros que ese día están de servicio. Como uno más se pone manos a la obra para extinguir el incendio, con tan mala fortuna, que un cambio en la dirección del viento, lo acorrala, dejándolo sin escapatoria. Su cadáver es identificado por la dentadura. No cabe mayor entrega en el desempeño de una labor. Su entierro constituye una manifestación de duelo como hacía décadas no se conocía en Granada. Los compañeros del parque de bomberos, portan su féretro a hombros, hasta el cementerio de san José, donde recibe sepultura con todos los honores. La muerte del cabo de bomberos Ureña, en la década de los sesenta, volvió a poner de manifiesto, algo que solo ocurre en Granada, cuando el muerto es merecedor de honores. Se le traslada a hombros al cementerio, en señal de gratitud, honor y respeto.

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