martes, 29 de agosto de 2017
EL CLAUSTRO
EL CLAUSTRO
En la década de los setenta, “La Trastienda”, acogió un ramillete de artistas e intelectuales granatensis, de lo más heterogéneo.
Tito Ortiz.-
Aquella tienda de comestibles del padre de Fernando Miranda, en la placeta de Cuchilleros, se fue convirtiendo con el tiempo, en ilustre taberna- tabernáculo de las ciencias y las artes, donde gentes de toda extracción social, formación y conducta, convivían a diario a base de vino de Huétor y mejor jamón, sin olvidar el paté casero de la profesora Calixta, musa inspiradora de poema y loas, a la belleza y la simpatía innatas. Fernando consiguió sentar en su trastienda, a un albañil sindicalista en la clandestinidad, junto a un director de banco. A un poeta, al lado de un anarquista, a un pintor, de un escultor, toda una proeza de libertad y tolerancia, mientras los grises perseguían a palos a los manifestantes, que buscaban refugio en la bodega de la intelectualidad de la época. “La Trastienda”, poseía tras el pequeño mostrador de la entrada, una estancia acogedora, donde en bancos pegados a la pared, y banquetas al lado externo, se sentaban a departir, los creadores del momento, y los que como yo, testigos de cuanto sucedía, levantábamos acta notarial para la historia, en compañía del profesor, Alejandro Víctor García, y del cantautor, traductor y flamencólogo, Miguel Ángel González, oriundo de la cercana placeta de San Gil.
LOS QUE ALLÍ HABLARON
Imposible dejar constancia aquí, de todos los que en alguna ocasión o asiduamente, pasaron por éste Claustro apócrifo, al que se accedía después de meritoriaje, tras la lectura de una tesis doctoral, con clase práctica. De entre las que allí se llevaron a cabo los domingos, en que Fernando cerraba al público, y solo asistíamos los pertenecientes a dicho estamento, quedan en el recuerdo, la impartida por el profesor de la Universidad de Granada, y traductor de árabe, Miguel José Haguerty, sobre como encalar debidamente una cueva del Sacromonte, cuyo ejercicio consistió tras la exposición oral en, provisto de mono azul, pañuelo atado a la cabeza con cuatro nudos, cubo de cal, no de pintura blanca, sino de auténtica cal, velada durante la noche en el patio, como lo hiciera con las armas el caballero de la triste figura, encalar el retrete del establecimiento situado en patio del local, con brocha de esparto escobero, a la tradición más ajustada. De igual manera, consiguió su doctorado, el profesor de la Universidad de Granada, el poeta, José Heredia, nuestro Pepe Heredia, recitándonos por primera vez los versos inéditos de su obra, “Charol”. Famosa fue la tesis defendida por el profesor, Francisco Manuel Díaz, constructor de guitarras y guitarrista, bautizado por Fernando Miranda, como,“profisore manu di ferro”, que nos versó a cerca de la construcción de dicho instrumento, y su aportación a la historia, al haber realizado una guitarra de cristal. Mi doctorado lo conseguí, al exponer la historia de la mezcla que fumo en mi pipa, en la que intervienen junto al tabaco, hierbas naturales de la tierra como, el tomillo, el romero o la alhucema, que tuvo su primer fumador en la persona del gran pintor, Iván Piñerúa, que fue quién nos convenció al poeta y escritor Antonio Enrique, y a mí, a fumar tal mixtura. Desde entonces fui bautizado como: “El profesor Sahumerios”. El cante siempre lo puso, Jaime Heredia, “El Parrón”, padre de Marina Heredia, cuyo claustro asistió en pleno, a su bautizo en el Dauro.
PROTAGONISTAS DEL CLAUSTRO
De aquel cónclave granatensis, no se salvaron de asistencia debida, entre otros, Los pintores, Jesús Conde, Pepe Cañas o Manuel López Vázquez. Los escultores, Aurelio López Azaustre, Pepe Castro Llamas, o Miguel Moreno. El profesor de la Universidad, Emilio Puche, farmacólogo de reconocido prestigio, el director del Museo de Bellas Artes de la Alhambra, Enrique Pareja, antes de su traslado hispalense, su inseparable, Francisco González de la Oliva, y sobre todo, el poeta y escritor, Arcadio Ortega, alma máter de la Academia de Buenas Letras, que como siempre llegaba tarde a la reunión por motivos profesionales, hacía su entrada triunfal de aquesta manera: Cuando Arcadio asomaba por la cortina de la sala interior de La Trastienda, los allí reunidos llevábamos enfrascados en nuestras discusiones, alrededor de unas dos horas, pero él sin tener ni idea de lo que se estaba hablando, irrumpía en el quicio, y levantado el dedo índice de su mano derecha, voceaba: ¡Pues no estoy de acuerdo! Y al instante las carcajadas eran sonoras y la charla continuaba en el mejor de los ambientes. Jamás se pusieron trabas a tratar cualquier tema, desde el delicado momento que vivíamos con la dictadura, a la irrupción provinciana del arte abstracto, como si fuera algo nuevo, hasta la música contemporánea, un tema que trató con buen tino, el compositor vasco, Carmelo Bernaola, al que rescaté de los Cursos Manuel de Falla un día, en compañía de su hija adolescente, que alucinaba en colores, al escuchar aquella reunión.
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