miércoles, 2 de agosto de 2017
EL GRANAÍNO
EL GRANAÍNO
Con su guitarra, salió desde Plaza Nueva y Recorrió el mundo
Tito Ortiz.-
Hasta hace muy poco, era habitual su figura paseando por el centro de la ciudad, enganchado al brazo del cantaor, Javier Montenegro, quién en los últimos años de vida del genial guitarrista, se echó sobre sus espaldas, el trabajo de lazarillo, de uno de los artistas más celebres que ha dado Granada, y que orgulloso ha llevado su nombre por todo el mundo. Vicente Fernández Maldonado, Vicente “El Granaíno”, en los afiches, nos dejó éste pasado Enero, a la edad de 89 años, después de 74 años como máximo exponente internacional, en el dominio y ejecución de los instrumentos de plectro, sobre todo la guitarra. El gran estudioso del flamenco, José Delgado Olmos, rescató su figura un tanto olvidada, sobre todo a raíz de que Vicente decidiera dejar de recorrer el mundo hace años, y asentarse en su querida Granada, a la espera de la parca, que aunque no queramos, siempre llega y en el peor momento.
CIEGO PERO CON BUEN OÍDO
Un granadino de Plaza Nueva que nació ciego en aquella época, estaba abocado a vivir de la limosna y la caridad, pero estuvo protegido y bien aconsejado siempre. Ya de zagalón, la ONCE, como en tantas otras ocasiones, lo formó, lo educó y lo hizo músico. Primero llegaron los clásicos, pero un niño criado en la plaza de Santa Ana, donde el tranvía daba la vuelta, escuchando el quejío diario del Dauro y el lamento de las tres campanas, las de la Audiencia, La vela y la de Santa Ana, tiraba a flamenco seguro, y más teniendo en cuenta que en el barrio había dos o tres tabernas, donde afortunadamente no se prohibía el cante, y él, apostado en la puerta, con el oído que dios concede a quienes priva de la vista, se embelesaba escuchando a los aficionados parroquianos, enfrascados en lo más jondo de una seguiriya, ante una cuartilla de blanco en botella con corcho y caña. Vicente, el niño ciego de Plaza Nueva, era flamenco hasta en la postura ante la vida. Con redaños, inteligencia y trabajo, alcanzó a tocar con los grandes y para las grandes, dominó todos los instrumentos de púa, y se paseó por el mundo llevando el nombre de granaíno, con orgullo. Más, siempre fue discreto en su vivir, y jamás reclamó para sí reconocimiento alguno, sino aquel que quisieron concederle. A mí juicio éste fue escaso y de bajo fuste, de acuerdo a todos sus merecimientos, pero a Granada le sale la vena de madrastra con tanta frecuencia, que eso ya no es noticia, como decimos los periodistas.
La guitarra clásica y flamenca, ha perdido un pilar indispensable de esos ejecutantes que ya no quedan, con las raíces en Sábicas o Niño Ricardo, y que ahora, a base de imitadores de Paco de Lucía, tenemos pocas ocasiones de escuchar. Y era granadino de Plaza Nueva, que en su momento se codeó con las élites artísticas de su época, a los que acompañó, y que como solista, nos ha dejado páginas inolvidables de la más alta escuela del toque. Con un concepto de la amistad, y una conversación fluida y cordial, Vicente, degustó la vida, sin el menor reproche a la naturaleza, por haberle privado del sentido de la vista. Al contrario, fue generoso con sus semejantes, y jamás antepuso su discapacidad para pretextar algo. Se consideró uno más, y su fino sentido del humor nunca faltó a la cita.
DÉJAME CONDUCIR A MÍ
Durante los años que tuve responsabilidades editoras en el programa de flamenco de Canal Sur Televisión, vine a Granada a grabarle entrevista y actuación, a cambio de nada, y siempre estuvo dispuesto. Se sentía pagado con que se divulgara la música y no se perdieran las raíces, ni del flamenco, ni de lo clásico y mucho menos de lo popular, el amor a su arte y el conocimiento del mismo estaba por encima de todo. Mientras templaba y afinaba las cuerdas de su guitarra, extraía con la rapidez del rayo, una petaca que contenía elixir de los dioses, portada en el bolsillo de su chaqueta pegado al corazón, daba un pequeño sorbo, y añadía, que no se podía tocar bien la guitarra flamenca, con el gaznate seco. Una noche, íbamos en mi coche a una peña flamenca de la provincia, en compañía de otros cabales, y en un momento del recorrido, les dije: Creo que me he perdido, a ver si encontramos a un parroquiano que nos oriente. Vicente, desde el asiento de atrás sentenció con contundencia: Apéate Tito, que yo conduzco.
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