viernes, 11 de agosto de 2017
EL SANEDRÍN DEL FLAMENCO
EL SANEDRÍN DEL FLAMENCO EN GRANADA
Aquella noche en La Tertulia Flamenca, El Trinidad reunió a Manuel Salamanca, Manuel Celestino Cobos “Cobitos” y Pepe El de Jún.
Tito Ortiz.-
Decidió el cantaor granatensis, Antonio Trinidad, rendir justo homenaje de reconocimiento y respeto, al fundador de la peña flamenca, La Platería, decana de cuantas existen, y nos citó una noche en la Tertulia Flamenca, Manuel Salamanca, que el regentaba en la calle Rosario. En la presidencia de la mesa, estaba todo el saber flamenco de la historia de nuestra tierra, lo que podríamos llamar el sanedrín de lo jondo, personificado en el mismísimo, Manuel Salamanca, fundador de la primera peña flamenca del mundo, en su taller de platero de la calle San Matías, en el que se daban cita en los años cuarenta del siglo pasado, todos los buenos aficionados de la tierra, antes de que éste emigrara a Brasil. Estaba flanqueado el homenajeado, nada más y nada menos que por, Manuel Celestino Cobos, “Cobitos”, compañero y amigo del genial, Frasquito Yerbabuena, y por el legendario, Pepe “El de Jun”, que no dudó en interpretar su inolvidable, soleá apolá, poniendo el vello de punta a los presentes. “Cobitos” hizo los fandangos de graná de su amigo, Francisco Gálvez, y la noche echó a andar por los caminos del cante, alternándose de forma natural, charla y palo flamenco.
LA PLATERÍA
Supuso todo un disfrute escuchar en la voz del propio protagonista, Manuel Salamanca, como se había fundado la peña en su taller, de una manera muy natural, sin nada forzado, con el solo deseo de pasar un rato agradable entre amigos, que escuchaban viejos discos de pizarra, en una gramola a la que había que darle cuerda con una manivela, mientras se pasaban una botella de vino peleón con un corcho y una caña, y de unos tazones de loza, cogían unas aceitunas aliñás para acompañar el trago. En ese ambiente distendido y amigable, se analizaban los cantes, y se estudiaba lo jondo. Era muy reconocida en el pequeño local, la asidua presencia de extraordinarios aficionados, que bien tocaban la guitarra, o cantaban, sometiéndose a la valoración de tan instruido y afamado auditorio, del que ya se hablaba, mucho y bien por la ciudad de la Alhambra. La noche del homenaje discurría con la participación, no solo de buenos cantaores presentes, sino de personajes de la cultura del momento, como el poeta, Miguel Ruiz del Castillo, quién declamó unos versos propios para la ocasión, que luego entregó impresos en unos tarjetones a los presentes. También intervino el escritor y autor teatral, José María Garrido Lopera, y otras individualidades de la cultura.
LOS CANTES PROHIBIDOS
Manuel Salamanca, era un ortodoxo del cante flamenco, hasta el punto, de que no admitía ni fusiones, ni asimilaciones con el flamenco que él consideraba puro. En la Peña de La Platería, mientras vivió, se conservó un cartel colgado a la entrada, con una veintena de cantes prohibidos, por considerarlos de baja estopa, no ajustados a la jondura y pureza del flamenco. Por ejemplo, La Rumba, o El Fandango. Todo aquel aficionado o profesional, que quisiera cantar allí, ya sabía a lo que atenerse. Y si acaso algún novato ignorante de tal ordenanza, se atrevía a interpretar algún cante de los recogidos en la prohibición, enseguida alguno de los presentes, veladores de la pureza eterna del flamenco por derecho, hacían sonar una campana, para que el despistado intérprete depusiera inmediatamente su actitud, y dejara de cantar lo considerado en la catedral del flamenco, como un sucedáneo, falto de rigor. Eran tiempos en los que en La Platería, no solo se prohibían los cantes denominados por los doctos, chicos, sino que se prohibía aplaudir entre cante y cante, para que los actuantes bisoños, no se consideraran de menor fuste.
Volviendo a la noche del homenaje, y avanzada ya la velada, ignorante de tal norma y con la mejor de las intenciones, o sea, agradar al fundador de la peña La Platería, don Manuel Salamanca, el joven cantaor en aquella década de los ochenta, Rafael “El Rubio”, quiso someterse a la rigurosidad estética de don Manuel, y sin pensarlo dos veces, se arrancó con fuerza con un fandango valiente, que dejó en silencio al auditorio, arrancando una gran ovación de todos los que estábamos allí. Bueno, de todos no. Porque don Manuel Salamanca, lejos de agradecer el gesto al muchacho, que con tanto respeto le había dedicado el cante, se dirigió a él con el dedo índice basculando de un lado a otro en señal de reprobación, y diciéndole: ¡ Niño, eso son diarreas ¡
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