miércoles, 14 de agosto de 2019

EL TÁMESIS

EL TÁMESIS

Hubo un tiempo en esta ciudad que, saborear un espumoso de “El Támesis”, era síntoma de poder adquisitivo

Tito Ortiz.-

En aquellos veranos no conocíamos el aire acondicionado, tan solo imaginábamos lo que era, el lujo de tener un ventilador en casa. La única manera de refrescarnos era poner el botijo a la sombra. Aquel que el Willy (José Carranza), nos había vendido junto al mercado, y que mi abuela había tuneado con un tapón de ganchillo primoroso, para que no entraran moscas, a juego con el que encima de la radio Marconi, servía de alfombra al torero y la gitana. Antes de ponerlo en uso, lo habíamos curado con aguardiente. Había que echarle al “pipo” un par de copas, llenarlo de agua y no tocarlo en 24 horas. Pasado un día, se vaciaba aquel aromático líquido blanquecino por el desagüe del patio, se llenaba de agua nueva y a disfrutar de agua fresca. Con los búcaros pasaba igual que con las sartenes, que no podías ponerlas en uso nada más comprarlas. Para que no se pegaran, primero en mi casa se llenaban de paja y vinagre, se ponían al fuego y cuando aquel revoltijo maloliente hervía, removiéndolo bien por todo el interior de la sartén, se vaciaba, dejaba enfriar, secándola bien con un trapo de algodón y tenías sartén para toda la vida sin que nada de lo que echaras en ella se pegara. Eran tiempos de escasez, con alacena en lugar de fresquera, de frigorífico ni hablamos, solo en las películas. Abundaban por casa para combatir el calor, abanicos de cartón manufacturados con las tapas de las cajas de los zapatos, los de varilla y tela los conocimos después, igual que los modernos paipay, que Carlos Cano popularizó años más tarde. Eran veranos de gazpacho en un cubo de cinc con un trozo de hielo, como única forma de soportar “lacaloh”, con noches de sacar el colchón al balcón, para conciliar el sueño, pidiendo a voces que los regadores te enchufaran la manga de madrugada.

REFRESCOS

Con cierto poder adquisitivo, que nunca se mantenía en el tiempo. Como premio a tu buen comportamiento, una salida del domingo, o alguna fiesta a celebrar, podías conseguir dos reales de agujerillo, y llegarte a la puerta de la Iglesia de San Gregorio donde Otilia, con un artilugio metálico con dientes de sierra, raspaba sobre un trozo de hielo, echándote aquellas virutas heladas en un vaso, al que añadía un chorreón de jarabe de fresa, naranja, limón o menta, fabricándote al instante un refresco, que obligatoriamente compartías con los amiguillos que no podían costearlo, y así pasar las inclemencias de un verano tórrido. No eran muchos los puestecillos del Albayzín donde podías degustar un refresco, y, sobre todo, nada tenían que ver con los muy acreditados y famosos de la Carrera de La Virgen, donde mi padre nos llevaba el día del Señor, para dar por inaugurado un Corpus más. “El Támesis” era un local, junto al de Mariscal, pequeño, en el que siempre había cola que llegaba a la puerta. Espléndidamente iluminado, su decoración multicolor estaba formada por licoreras de vidrio en sus estanterías, que contenían decenas de jarabes de todos los sabores, a cada cual más atractivo a la vista. Allí encontrabas el de plátano, moras, junto con los más habituales con sabor a cualquier fruta, incluido el melón o la sandía. Te los servían en unas copas altísimas rellenas de soda fresquita que, salía de dos grifos helados que presidían el mostrador de mármol blanco.

ZARZAPARRILLA

La zarzaparrilla da nombre a una bebida refrescante obtenida de las raíces de la planta. Esta bebida ya muy antigua, fue muy popular en Europa y en Estados Unidos hasta la aparición de refrescos como la Coca-Cola. Sin embargo, determinados compuestos presentes en la planta fueron utilizados para la elaboración de pesticidas y venenos altamente potentes. Ya en la época Inca, durante la batalla de Cajamarca, los caballos españoles que participaron en el sitio, que dio lugar a la captura del inca Atahualpa, aguantaron en vela un número inusitado de horas gracias a la ingesta accidental de esta planta que se encontraba en el campo de batalla, y que, hasta entonces, era desconocida por los españoles. Traída a España, su consumo floreció en los siglos XVIII y XIX, previo paso por los laboratorios de farmacia, que descubrieron en su elaboración beneficios para la salud. En el Madrid de la época, la ingesta de zarzaparrilla se hizo tan famosa, que ha quedado registrada en obras de teatro y zarzuelas. Son utilizadas como plantas medicinales, sobre todo en los casos de reumatismo y las enfermedades de la piel (eccema, psoriasis), también en los casos de gripe, la anorexia o la gota. Tiene acción diurética y diaforética, porque favorece la circulación. La planta también se utiliza como tónico y por sus propiedades afrodisíacas en México y en la Amazonia para aumentar la virilidad y el tratamiento de los trastornos de la menopausia. Se utiliza en el tratamiento de las enfermedades respiratorias y la sífilis. Mi abuelo contaba, que en los felices años veinte, unos norteamericanos que visitaban Madrid, probaron el refresco de zarzaparrilla en la verbena de san Antonio, y al regresar a estados Unidos, inventaron la Coca Cola, sin pagarnos derechos de autor.

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