jueves, 8 de agosto de 2019

TRISTE

TRISTE

Tito Ortiz.-

Esta ciudad es triste, pero de manera muy especial, en un domingo de agosto. Al comenzar la jornada, existe un silencio muy especial en el ambiente y en la calle. De un lado los que no están porque se han ido de vacaciones, y de otro, los que se levantan más tarde de lo habitual. Así que te metes en la ducha sin escuchar – como es costumbre – por el ojo de patio, la radio del vecino, las voces de los niños que no quieren desayunar y la Turmix de la señora del cuarto B, que se toma en ayunas un batido de ajos y cebolla tierna, para mantener la línea y la forma. Pones la televisión mientras desayunas y no están los opinadores tertulianos, que sientan cátedra en sus aseveraciones, cuya lengua Alá confunda. Y eso ya es una ventaja, bueno, la única ventaja de que sea domingo, porque lo demás es un tragedia. Sales a la calle, y los viejos habituales de todos los días laborables, que se juegan la vida sentándose bajo los plátanos del Campillo, no están. En su lugar, aparecen en escena unos japoneses, cámara al cuello que se descalzan y apuran un helado de La Rosa, porque ya no pueden más.

No hay nada más triste que un domingo de agosto en Granada. Por las calles no están las caras habituales de todos los días. Centenares de turistas deambulan por la ciudad, fijándose en todo, con la mirada perdida en el infinito y la memoria cerrada al recuerdo. Decenas de criaturas que hablan raro entre sí, y caminan siguiendo a una que, enarbola un paraguas de colorines en pleno agosto con alerta naranja, y que todas parecen ser del servicio secreto, pues en sus orejas llevan un pinganillo por el que reciben instrucciones claras y precisas, pero que no lo son tanto, porque nadie de los que les traducen y protegen, les advierten de que en los alrededores de la Catedral, serán asaltados por criaturas de Tomillo en mano, capaces de leer la “güena” ventura, a las que su sindicato les autoriza a no trabajar los domingos. Así que no hay nada que temer, por eso los domingos de agosto son tan tristes en Granada. Te encuentras desubicado, dubitativo. En la calle Oficios no hay ni mimos haciendo la estatua, de los que al echarle unas monedas, toman vida. Tampoco se escucha tocar a la orquesta que Juan Luís Álvarez, refugia ante la Capilla Real, para amenizar las veladas de los comensales en el Restaurante Sevilla, es más, es que el Restaurante no está, aunque mi amigo me prometió que volvería. No me espera Armando Peña, con su cámara de fotos a la puerta de la tienda de artesanía de su padre, junto al diario Patria. No me atiende el amigo Peña en el restaurante Alcaicería, hoy convertido en tienda de souvenires, y en el bar Provincias no me espera Enrique Morente. Es un domingo de agosto en Granada, y no veo a mi amigo, Pepe Cantero, disfrutar de su café y media tostada, lo cual es buena noticia, porque estará camino de cualquier escenario, dispuesto a interpretar a quién sea, sea hombre o mujer, porque a Pepe no  le viene nada grande, ni imposible, y porque lleva toda la vida demostrándolo junto a los más grandes. Es un domingo de agosto triste en Granada, en el que ni siquiera puedo ir a mi restaurante preferido, “Los Manueles” en la calle Zaragoza. Y para colmo, me he citado con Santi Lozano en “La Sabanilla”, para tomarnos un vino de Albondón, servido por el bueno de Antonio. Triste, muy triste. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario